Un punto de inflexión para la vitivinicultura argentina

Las ventas de vino se encuentran en sus niveles históricos más bajos. La exportación, el sector que le dio su dinámica en la última década lleva varios años declinando y el mercado interno apenas compensó esa caída. Las nuevas condiciones macroeconómicas permiten aventurar una mejor performance externa y un nuevo proceso de inversiones que vuelva a expandir el sector, aunque sin dudas será lento.

El consumo de vino en Argentina se ubica en uno de los niveles más bajos de los últimos 20 años. Con 114 millones de cajas despachadas, sólo reconoce dos valores inferiores: a fines de 2015 y a mediados de 2010. La caída estructural lleva ya varias décadas por cambios de hábitos similares a los que se observan en los países tradicionales en el consumo.

Sin embargo, en los últimos años las caídas se han detenido y los incrementos o disminuciones están más vinculados a fenómenos macroeconómicos, especialmente el poder de compra de los consumidores y eso es lo que estamos observando en los dos últimos años.






Proyecciones de consultoras internacionales especializadas predicen para los próximos años un aumento global del consumo en Argentina con una tendencia muy suave aunque se espera que la composición varíe hacia vinos de mayor precio y calidad.

A la exportación no le ha ido mucho mejor, el vino fraccionado enviado al exterior se ubicó en los últimos doce meses cerrados en noviembre en 21,8 millones de cajas cuando a mediados de 2010 había llegado a su máximo histórico con 25,5 millones. Es decir que los exportadores han perdido mercado por 3,7 millones de cajas, especialmente en vino de más bajo precio y esta evolución está directamente vinculada a dos fenómenos que habrá que monitorear atentamente: cierto estancamiento del comercio global de vinos y un acentuado deterioro del tipo de cambio argentino en términos de inflación.
Por el lado del vino a granel, la situación es algo distinta pues una parte importante de los envíos al exterior están vinculados a situaciones de malas cosechas en otros países y de allí lo errático de su evolución en el tiempo. Sin embargo, en los últimos años, los aumentos de costos logísticos y la fuerte competencia en franjas medias de precios de vinos al consumidor ha incrementado la exportación mundial de vino a granel que es fraccionado en destino. Argentina está aprovechando esta tendencia y parte del vino fraccionado de bajo precio que exportaba hoy se despacha a granel.

El resultado final es que la venta total de vino argentino se ubica en 143 millones de cajas y tal cual muestra el gráfico es uno de los registros más bajos de las últimas dos décadas. La situación de una gran cantidad de empresas es relativamente delicada, especialmente la de aquellas de baja o mediana escala y que actúan en franjas de precios de medio para abajo.

Los impactos más fuertes de esta situación que atraviesa la vitivinicultura argentina se dan en algunos frentes muy sensibles. Por un lado una sustancial disminución del ritmo de inversión tanto en viñedos como en bodegas. Por otro, una disminución del empleo que según registros oficiales lleva dos años de caída en bodegas. Por último, un ajuste de consideración en el precio de la materia prima con caída del abastecimiento de terceros por parte de las bodegas elaboradoras.

Si es cierto que fue la macroeconomía en gran parte responsable de la situación del sector las nuevas medidas y orientación que parece tener la política económica debería revertir gran parte de las tendencias de los últimos cuatro años. Mejor tipo de cambio y un eventual arreglo con los acreedores internacionales con su impacto positivo en la inversión podrían ubicar a la vitivinicultura nuevamente en posición competitiva aunque es difícil augurar situaciones de expansión inmediatas y no es factible predecir que lleguen a las que se observaron entre 2004 y 2008.



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