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Desde cantinas de barrio hasta sofisticados reductos de autor. Algunos duraron décadas. Otros, meses. Por diferentes motivos, estos locales cerraron sus puertas dejando a miles de foodies con ganas de más.
Derecha:
Sifones y Dragones, ya cerrado, de Mariana de Rosa / Izquierda: Bar de
"Libros del Pasaje", el nuevo proyecto de la chef
Algunos ya eran íconos de la gastronomía porteña. Otros aspiraban a serlo (y parecían bien rumbeados). Sin embargo, por diferentes motivos, en los últimos meses debieron cerrar sus puertas. Acá te contamos las razones que precipitaron el desenlace, por qué se los va a extrañar y -como los foodies no tenemos tiempo para lamentos- te damos pistas para reemplazar estas bajas.
El último (buen) tenedor libre: MARINI GOURMET
Uno de los pocos sobrevivientes del formato de precio fijo que tuvo su auge a fines de los ‘90, Marini debía su nombre a la maternidad que funcionó durante varios años en ese mismo espacio de Santa Fe, casi Scalabrini Ortiz. La variedad de platos y una calidad superior a la media para este tipo de propuestas le permitió, en sus mejores noches, llenar un salón con capacidad de hasta ¡500! comensales. Pero el creciente costo del alquiler sumado a la dificultad de sostener el modelo all you can eat en un contexto inflacionario hizo que su estrella perdiera brillo hasta apagarse. Para extrañarlo menos: Maizales (José María Moreno 335, Caballito), de los mismos dueños que Marini (Grupo Gastronómico de Buenos Aires), con sistema similar e idéntico slogan: “Cocina abierta al mundo”. Para comer a lo bestia, aunque la calidad es despareja.
Lo que el tiempo se llevó: EL CERVATILLO
Tradicional reducto de Riobamba y Arenales, con mozos de oficio, decoración ochentosa (bronce, arañas, cortinas, amplios ventanales), jerez de bienvenida y platos de cocina internacional, que atraía a una clientela fiel y madura de vecinos de Barrio Norte. Vivió su etapa de esplendor cuando la zona de Santa Fe y Callao era un polo comercial, gastronómico y de entretenimiento. Para extrañarlo menos: en la misma esquina funciona ahora Covadonga, una propuesta simple y moderna de resto-bar con carta variada (desde desayunos hasta lomos, pescados y risottos) y un menú ejecutivo con bebida y postre por $40 al mediodía.
Fallida aventura frapanese: TÔ RECOLETA
El empresario gastronómico franco-libanés Toufic Reda fue pionero de la cocina “frapanese” en Buenos Aires con su restaurante Tô de Palermo, en 2009. A mediados del año pasado abrió otra sucursal en el lujoso hotel MIO de Recoleta, donde los comensales podían ordenar su pedido a través de un iPad. Tataki de kobe beef, terrina de foie gras y caviar beluga eran algunos de los ingredientes y preparaciones habituales. Pero la aventura duró poco más de seis meses. ¿Motivos? Supuestas diferencias entre Toufic y su socio, y una carta quizás demasiado moderna para el espíritu conservador del barrio. Para no extrañarlo tanto: Tô mantiene su sede original de Costa Rica esquina Arevalo.
En la altura, el sahimi no dobla: AKIRA ART SUSHI
El edificio Comega, en Corrientes y Alem, fue uno de los primeros rascacielos porteños. Allí funcionó, en su piso 20, una sucursal de Akira Art Sushi que ofrecía, además de rolls frescos, una de las mejores vistas panorámicas de la ciudad. La imposibilidad de renovar el alquiler forzó el punto final. Para no extrañarlo tanto: Akira posee otras bocas en San Isidro (Diego Palma 1516) y en Belgrano (Vidal 1627, sólo delivery y take away), además de dos nuevos locales que se inaugurarán pronto en Olivos y en Martínez. Si lo que se busca es reeditar la experiencia de comer bien en altura habrá que esperar: en el dique 3 de Puerto Madero se construye un nuevo Hotel Alvear que tendrá un restaurante en el piso 32.
Predestinado desde el nombre: OHNO OBSOLETO BISTRO
El diccionario de la Real Academia define “obsoleto” como “poco usado” e “inadecuado a las circunstancias actuales”. Una burla del destino para Takehiro Ohno, mediático chef japonés que se proclama “descendiente de un samurai” y que explora una audaz fusión con la cocina vasca. Ohno acaba de cerrar su bistró, según explica en su Facebook, “por causas agenas (sic) a mi persona”. La ubicación, en una zona poco transitada del Bajo de San Isidro, le jugó en contra. Para no extrañarlo tanto: podés seguirlo por TV en sus apariciones en El Gourmet y esperar a que devele la incógnita expresada en su web: “Próximamente una nueva propuesta gastronómica”. Merece mejor suerte.
El sueño se “pintxó”: GAUDIR
Experto en tapas y pinchos (o pintxos, en lengua euskera), Patricio Azulay ha recorrido un largo y ascendente camino que incluyó experiencias en España y Uruguay. Pero su más reciente apuesta no resultó como esperaba. Gaudir invitaba desde su eslogan a “sentir placer, pasarlo bien”. Jamón ibérico, tortillas, paellas y, claro, pinchos variados -además de música en vivo- garantizaban esa promesa. Las buenas intenciones no alcanzaron: antes de cumplir el año, como sucede con tantos otros cierres prematuros en Palermo Hollywood, el sueño había terminado. Para no extrañarlo tanto: Azulay no se queda quieto: dicta clases, ofrece un original catering de pinchos y cocina a domicilio.
Bodegón todoterreno: LA MAROMA
Típica cantina porteña que impregnaba la ropa de sus comensales de un potente olor a frito pero ninguno se quejaba: la abundancia y la contundencia de sus platos compensaban la molestia. El menú abarcaba desde supremas y asado hasta mondongo y ranas a la provenzal. El ambiente, una oda a la porteñidad: mobiliario rústico, imágenes de Gardel, ajos y jamones colgando del techo. Un milonguero de ley amenizaba la velada interpretando tangos entre las mesas. El cierre tomó por sorpresa a sus parroquianos y a los turistas que frecuentaban esta esquina de Mario Bravo y Humahuaca. Para no extrañarlo tanto: cerca de allí, La Viña del Abasto (San Luís y Jean Jaures) combina tradición y espíritu tanguero con una cocina noble en la que se destacan los pollos y pastas.
Un bar (demasiado) VIP: L’ABEILLE
Desde su apertura en 2012, una nutrida legión de modelos y jóvenes de doble apellido fueron habitués de este bar que pretendía recuperar la mística chic del extinto Mau Mau en la afrancesada calle Arroyo. Montado por los hermanos Weisman (mismos dueños de Sottovoce y la parrilla premium Fervor), lograba una atmósfera íntima y exclusiva, deliberadamente pretenciosa. Su fuerte era la barra de tragos, pero la cocina -a cargo del ex Thymus Fernando Mayoral- no se quedaba atrás: ostras o blinis de salmón acompañaban los cócteles. En las redes sociales, sus habitués lamentan el cierre y se preguntan qué pasó. Nosotros también. Para no extrañarlo tanto: Otro bar chetísimo, elegante y con DJs en vivo es Isabel (Uriarte 1664).
Una cocina con mesas: SIFONES & DRAGONES
Hace diez años, cuando la cocina a la vista era una rareza y nadie creía que un restaurante para 12 cubiertos pudiera durar demasiado, Mariana de Rosa abrió en local escondido de Colegiales S&D. El boca a boca lo convirtió en un lugar de culto. La carta se renovaba constantemente y mantenía algunos hits como el salmón marinado en menta y cilantro. Hoy, Mariana anuncia que se cumplió un ciclo. “Sé que la magia de estos y otros sabores nos volverán a juntar”, vaticinaba en el mail de despedida que envió a sus clientes. Para no extrañarlo tanto: su nuevo proyecto ya está en marcha. Al frente de la concesión del bar de la librería “Del Pasaje”, en Thames y Russel, reedita algunas recetas thai con su sello y agrega sándwiches gourmet y pastelería artesanal.
Fonda alemana vintage: EL NUEVO HERMANN
Ya en los ‘80 su ambientación era retro. Desde entonces nada cambió, tampoco en el menú, que recorría clásicos de la cocina porteña más especialidades alemanas como salchichas con chucrut. Cuando de “nuevo” sólo le quedaba el nombre, terminó sucumbiendo al boom inmobiliario. Hoy, en la cotizada esquina de Güemes y Armenia levantan una torre con amenities. Para no extrañarlo tanto: declarado “Sitio de Interés Cultural”, el Hermann original, a tan solo una cuadra (Av. Santa Fe 3902), se mantiene en pie con una propuesta similar aunque mejor lograda. Un rincón de Munich frente al Botánico.
Indio pionero: KATMANDÚ
Abrió en 1997 sobre la avenida Córdoba, cuando el paladar porteño aún se aferraba a las tradiciones y miraba con desconfianza cualquier innovación étnica. Supo captar a un público ávido de nuevos sabores, hasta posicionarse como “el” referente local de la cocina india. A fines del año pasado sirvió sus últimos curries. Para no extrañarlo tanto: Mumbai (Honduras 5684), de los mismos propietarios.
Un restaurante que se fue a la B: LA CANTINA DE DAVID
Otro “templo” que sucumbió ante el paso del tiempo y el boom inmobiliario. Fundado por un inmigrante italiano en 1952, alcanzó su apogeo en los ‘80, cuando el ambiente del fútbol lo elegía para todo tipo de ocasiones, desde celebrar un título hasta negociar una transferencia. Era una fija especialmente de jugadores y dirigentes de River, cuando el club aún deparaba alegrías. La carta, amplísima y con platos en vías de extinción: mayonesa de ave, conejo al vino blanco, sabayón con nueces, omelette surprise. En su lugar (Newbery, entre Córdoba y Alvarez Thomas) se erige un complejo de departamentos. Para no extrañarlo tanto: Albamonte (Av. Corrientes 6735), bastión porteño en Chacarita que no pasa de moda.
por Ariel Duer
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