Historia ¿Cuándo empezaron a congeniar el vino y la botella de cristal?
El vidrio se consolidó en el siglo XVII como el recipiente óptimo para la conservación de los caldos
Antes hubo otros materiales y habrá
tiempo pronto de bucear en ellos en busca de los remotos orígenes del
vino y sus trabajos. Pero el vidrio se impuso por goleada. Fue en el
siglo XVII cuando la botella de cristal comenzó a demostrar sus virtudes
no ya para una óptima conservación sino también para un reposo exento
de oxígeno que, como un milagro cotidiano, permitía que el caldo
mejorase con el paso del tiempo. Según la 'Historia de los utensilios
del vino', que firma el reconocido catador y prolífico escritor José
Peñín, fue Venecia uno de los primeros lugares donde se generalizó el
empleo del vidrio para este uso. En un principio, como suele suceder,
como un lujo solo accesible para las élites. De Italia pasó a
Inglaterra, donde Robert Mansell creó uno de los primeros hornos de
carbón mineral en Newcastle hacia 1620. Un vidrio tosco todavía, poco
traslúcido, pero resistente. Peñín atribuye a sir Kenelm Digby el honor
de ser el creador de la primera botella de vino moderna. «Cilíndrica, de
hombros caídos coronados por un cuello largo, precursora de la botella
bordelesa actual», define con gráfica precisión.
Así llegamos a una de esas hermosas curiosidades que rodean innumerables capítulos del mundo del vino. A mediados del siglo XVII, los británicos se vieron forzados a prohibir los envases de vidrio soplado debido a que su capacidad era muy variable. Aquello jugaba siempre a favor del mesonero y algunos comerciantes se aprovechaban de la diferencia lo que derivaba en unas broncas antológicas. De hecho, los clientes habituales de algunas tabernas llegaron a contar con botellas con su nombre para garantizarse la medida exacta. La capacidad solo comenzó a incluirse en el siglo XIX.
En la actualidad, hay multitud de tamaños aunque la más habitual es la de 75 centilitros. Pocas más tienen una presencia real en el mercado salvo un par de excepciones: la de 3/8, entre las pequeñas (tiene la mitad de capacidad) y la Magnum (que es el doble). Hay voces que defienden que la menor proporción en estas botellas entre líquido y oxígeno tiene efectos positivos y que el vino envejece algo más lentamente y se suaviza. La mayoría de las bodegas solo saca al mercado estos formatos en añadas especiales. A partir de aquí, la cuestión parece una competición tópica de tamaños. En la Jeroboam caben 3 litros, en la Rehoboam 4,5, la Matusalén contiene 6, Salmanza 9, Baltasar 12 litros y la más cómoda para llevar a cualquier parte, Nabucodonosor, con 15 litros, nada menos. No todas las fuentes incluyen la Melchior (también llamada Salomón), con capacidad para 18 litros, y que muchos identifican sólo con el champán y el cava.
Fuente: http://www.elcorreo.com/bizkaia/planes/gastronomia/201510/29/cuando-empezaron-congeniar-vino-20151021120838.html
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