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Aunque
el helado parezca al que requiere de la tecnología moderna, la
creatividad humana ha creado postres y bebidas heladas desde hace mucho,
mucho tiempo.
Con los primeros calores del año – que tardan un poco más de
lo que deberían, pero que inexorablemente llegan – el helado retoma su
posición estelar habitual, que no abandonará ya hasta terminado
el verano. Esta maravilla de la gastronomía, que suele tener sus
mejores exponentes en Italia pero que en Argentina goza también de gran
calidad (además de que acá hay helado de dulce de leche, argumento
suficiente para clamar superioridad), lleva varios siglos y siglos de
tradición refrescante.
Pero, un momento. ¿Siglos? La primera máquina para hacer helados, propiamente dicha, fue inventada en 1843 por la estadounidense Nancy Johnson. De eso han pasado 172 años, o sea que no es más de siglo y medio. Y la refrigeración industrial fue desarrollada por el ingeniero alemán Carl von Linde en la década de 1870. ¿Cómo podía haber helado antes de eso? Bueno, la respuesta es más bien simple: el hielo y la nieve no son inventos humanos, y aunque se derritan con el calor, no es más que cuestión de mantenerlos frescos para que no se hagan agua, al menos no tan rápido; y esto es algo que la humanidad sabe desde hace mucho, mucho tiempo.
Ciertamente, el helado no era para cualquiera. Había que transportar la nieve y prensarla, y luego transportarla hacia construcciones o cuevas bajo tierra. La nieve debía ser apisonada y se ponía una capa de sal en las paredes de su recipiente, ya que esta ayuda a conservar la temperatura. Si bien en poblaciones con mayor abundancia de nieve el consumo puede haber sido más masivo, en general era un privilegio de algunos.
Se le atribuye a los chinos la idea de comer cosas heladas: mezclaban nieve con arroz, leche y especias, y también hacían fruta helada, mezclando la pulpa con la nieve, hace más de 4000 años. La Biblia también tiene alguna alusión a un proto-helado, cuando se dice que el Rey Salomón esperaba una noticia que era como “el refresco de la nieve en los días de cosechas”. En la antigua Persia y el Medio Oriente existían postres helados, y se hacían distintas preparaciones con frutas y nieve. En la Roma Antigua, el Emperador Nerón se hacía traer nieve de los Alpes para que le prepararan su bebida helada favorita, con frutas y miel.
Ya en la edad media, en los países árabes existían los “sherbet”, de frutas azucaradas y hielo de las montañas, antecesor del “sorbete”. Por su parte, se atribuye a los escritos de Marco Polo haber popularizado el helado en Europa. A partir del siglo XVI las recetas empiezan a proliferar y a ser de rigor en las cortes el uso de postres helados. La primer heladería de la que hay registro fue el Café Procope, fundado en 1686 en París por el siciliano Francesco Procopio dei Coltelli. Hacia fines del siglo XIX, el consumo de helados se había expandido grandemente por Inglaterra y los Estados Unidos, donde se hicieron grandes contribuciones a los helados con crema.
Finalmente, el último paso para que hoy tomemos el helado que tomamos fue la incorporación del cucurucho. Los primeros cucuruchos comestibles registrados están en un libro de cocina estadounidense de 1888, y se popularizarían durante las décadas siguientes, junto con las maquinarias para hacer cremoso, gracias a nuevas técnicas para airearlo.
La próxima vez que tomes un helado, agradecele a todos los que desde hace miles de años intervienen en que esa deliciosa frescura llegue para salvarnos del verano.
Pero, un momento. ¿Siglos? La primera máquina para hacer helados, propiamente dicha, fue inventada en 1843 por la estadounidense Nancy Johnson. De eso han pasado 172 años, o sea que no es más de siglo y medio. Y la refrigeración industrial fue desarrollada por el ingeniero alemán Carl von Linde en la década de 1870. ¿Cómo podía haber helado antes de eso? Bueno, la respuesta es más bien simple: el hielo y la nieve no son inventos humanos, y aunque se derritan con el calor, no es más que cuestión de mantenerlos frescos para que no se hagan agua, al menos no tan rápido; y esto es algo que la humanidad sabe desde hace mucho, mucho tiempo.
Ciertamente, el helado no era para cualquiera. Había que transportar la nieve y prensarla, y luego transportarla hacia construcciones o cuevas bajo tierra. La nieve debía ser apisonada y se ponía una capa de sal en las paredes de su recipiente, ya que esta ayuda a conservar la temperatura. Si bien en poblaciones con mayor abundancia de nieve el consumo puede haber sido más masivo, en general era un privilegio de algunos.
Se le atribuye a los chinos la idea de comer cosas heladas: mezclaban nieve con arroz, leche y especias, y también hacían fruta helada, mezclando la pulpa con la nieve, hace más de 4000 años. La Biblia también tiene alguna alusión a un proto-helado, cuando se dice que el Rey Salomón esperaba una noticia que era como “el refresco de la nieve en los días de cosechas”. En la antigua Persia y el Medio Oriente existían postres helados, y se hacían distintas preparaciones con frutas y nieve. En la Roma Antigua, el Emperador Nerón se hacía traer nieve de los Alpes para que le prepararan su bebida helada favorita, con frutas y miel.
Ya en la edad media, en los países árabes existían los “sherbet”, de frutas azucaradas y hielo de las montañas, antecesor del “sorbete”. Por su parte, se atribuye a los escritos de Marco Polo haber popularizado el helado en Europa. A partir del siglo XVI las recetas empiezan a proliferar y a ser de rigor en las cortes el uso de postres helados. La primer heladería de la que hay registro fue el Café Procope, fundado en 1686 en París por el siciliano Francesco Procopio dei Coltelli. Hacia fines del siglo XIX, el consumo de helados se había expandido grandemente por Inglaterra y los Estados Unidos, donde se hicieron grandes contribuciones a los helados con crema.
Finalmente, el último paso para que hoy tomemos el helado que tomamos fue la incorporación del cucurucho. Los primeros cucuruchos comestibles registrados están en un libro de cocina estadounidense de 1888, y se popularizarían durante las décadas siguientes, junto con las maquinarias para hacer cremoso, gracias a nuevas técnicas para airearlo.
La próxima vez que tomes un helado, agradecele a todos los que desde hace miles de años intervienen en que esa deliciosa frescura llegue para salvarnos del verano.
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