Don Carlos: una cantina con historias por fcouto

 Don Carlos es una tradicional cantina porteña conocida por ser "la elegida de los famosos". Fabián Couto probó sus platos y asegura que es mucho más que pura fama. Desde su inicio en el año 1955, en que abrió sus puertas en la clásica esquina de Billinghurst y Valentin Gómez, Don Carlos siempre ha sido un lugar particularmente porteño y con mucho anecdotario.
Carlos Mónaco fue su fundador pero en los 70´s se lo vendió Domingo Lamosa. Este buen señor, gallego de ley, cuenta la leyenda que supo tener entre sus clientes a un muy conocido relator de futbol por esos años; conocido como “El Gordo Muñoz”.


Dicen que este asiduo concurrente solía llegar acompañado de un novel comentarista deportivo llegado del interior, muy jovencito y al cual Lamosa le tomó afecto y lo exceptuaba muchas veces de pagar la cuenta. Ese joven resultó ser hoy dia el archifamoso conductor de TV Marcelo Tinelli, quien según dicen, persona agradecida si las hay, a principio del 2000 retribuyó favores a Don Lamosa en épocas de vacas flacas, llegando a poner de su bolsillo una cuantiosa cifra para refaccionarle el local, remozar su vereda con un particular “paseo de la fama” y nombrándolo asiduamente en su show e invitando a faranduleros a ir por las noches. Todo esto para inyectarle una dosis de nueva energía al lugar y ayudar a engrosar las alicaídas cuentas de su viejo amigo. Bien por ello de ser así.

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Los años finalmente hicieron  que su propietario decidiese dar un paso al costado y  así como aparece su actual dueño, Sergio D´Agostino, restauranteur y hombre de negocios dueño de otros lugares, como el afamado Club del Progreso.

Don Carlos en esta nueva etapa ha recuperado sus oropeles y si bien es un lugar de estilo particular, con su desfile habitual de estrellitas, estrellas y estrellados,  se encuentra exultante y revivido.
Como restaurante está bien puesto, pulcro, con manteles almidonados y cubertería reluciente y copas adecuadas.

La esmerada atención de sus mozos, en su mayoría con  más de 30 años de servicio, resulta encomiable.
Sus techos de vigas de maderas talladas y sus grandes arañas de hierro hacen que el salón asemeje a esos muy apreciados restaurantes- tascas de Madrid  a lo largo de la Gran Vía.
Las paredes atiborradas de prolijos cuadritos de su dueño retratado con infinidad de famosos atraen la atención de los  comensales y entretienen especialmente a los que, como en mi caso esa noche, cenan solos.

Lo primero que todos me preguntaron mis conocidos  es si había comido bien en Don Carlos, como si se prestara a dudas… pues comí muy bien, realmente me sentí gratificado.
Si lo que buscas es una vuelta a las raíces, platos clásicos contundentes, porciones exuberantes y una cocina porteña esmerada y sin vueltas, Don Carlos está perfecto.

Desde mi  mesa vi desfilar ante mi majestuosas porciones  como Brócolis al Óleo, la imponderable Paella a la Valenciana, un Bife de Chorizo de inmaculada cocción y una fuente con Pollo a la Calabresa con papas españolas que seducía desde la bandeja más que una modelo en la pasarela.
Merece destacarse también  la carta de vinos con cuantiosas y prestigiosas etiquetas.

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Llevado por una nostalgia retro, personalmente decidí inclinarme por dos platos tradicionales, esas rarezas vintage difíciles de encontrar hoy día en carta y menos de poder consumir en su esplendor de realización. Arranqué a sugerencia del mozo con un Vitel Toné, un clásico familiar de los festejos de fin de año, el cual pese a que parece haber nacido en Burdeos acá se consume más al estilo italiano: Peceto  con alcaparras, anchoas, pimiento rojo y salsa mayonesa con atún.
Disfruté como hacía tiempo de ese Vitel Toné, fresco, voluptuoso y sabrosísimo. Gran entrada fría, para ser compartida.

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Don Lamosa, en sus buenos años, embuído de un espíritu farandulero institucionalizó un premio consistente en un dije a los famosos de turno, “El Ñoqui de Oro” el cual aún hoy día sigue entregándose. Es por esto que como plato principal opté por un plato tradicional de la casa, los renombrados ñoquis Santino, rellenos de ricotta, jamón y mozzarella. La salsa, tuco y pesto. No intente terminar con este plato siendo uno solo.

El ritual del postre tiene dos altares a los cuales abrevar en la carta de Don Carlos: la gordota Crepe, rellena de auténtico dulce de leche Vacalín y el Queso Manchego acompañado por dulces artesanales.
Más liviana, la ensalada de frutas, desborda de surtido y frescura.

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Don Carlos, en esta nueva etapa se encuentra en magnífico estado y me alegra que lugares emblemáticos como este de la cocina porteña sigan dando batalla con prestancia a tanto modernismo imperante.

Como diría el laburante de la propaganda de la Afip…¡Bien, Don Carlos!

¡Salud!

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