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Las
malas decisiones políticas se pagan muy caro. Ni hablar de la desidia,
de la falta de idoneidad, de conocimiento y de la excesiva negligencia
que suelen abundar en buena parte de las áreas de gobierno, u oficinas,
por donde pasa la conducción de la provincia en todos los sentidos.
Es cierto que un intendente, el
gobernador y ni qué contar del presidente o presidenta en nuestro caso
se exponen a diario a tomas de decisiones sensibles, extraordinarias, y
muchas medidas duras que no quisieran tomar ni asumir y sin embargo lo
deben hacer a sabiendas que su sola autorización provocará dolores,
sinsabores, pero que a futuro, o con el tiempo -cuando están convencidos
de hacer las cosas bien y encaminadas como corresponde-, el resultado
de las mismas aflorará dejando una estela de beneficios más que de
perjuicios. De estas medidas poco se sabe en verdad, porque de lo que
abunda en la política, en especial en la mendocina, es de dilaciones y
de falta de decisiones precisamente porque el asumirlas hoy equivale a
costos políticos que ningún gobierno está dispuesto a tomar. Menos a tan
poco de entrar en un proceso electoral tan importante como el del 2015.
Hubo gobiernos que no autorizaron aumentos de tarifas para no enfrentarse con la sociedad que los vota y los sostiene cada dos años; otros que no asumieron la decisión de corregir gastos por medio de ajustes lisos o llanos para enderezar el costo global del Estado con lo que hoy el gobierno, el actual, con más de 40 mil millones de pesos no sabe cómo tapar agujeros fiscales porque se queda sin plata para obras y menos para inducir a la inversión genuina o al estímulo del desarrollo. Y la falta de medidas que tiempo atrás hubiesen sido duras y penosas, habrían tenido como resultado un panorama más claro para el presente provincial: un presente que hoy parece estar más ligado a las migajas que puedan ser derramadas de la nación por medio de un sistema perverso que demuele las autonomías provinciales, el federalismo y el respeto para los habitantes alejados del puerto de Buenos Aires.
La vitivinicultura real, la que hace el productor pequeño, el bodeguero cooperativo o el mediano y el pequeño, está en pésimo estado. Pero esto no se sabe por obra del gobierno, sino por la descripción de sus propios protagonistas. Por el contrario, tanto la nación como la provincia, a nivel oficial, relatan un estado de situación ideal, mientras abajo, cerca de las raíces, los productores minifundistas, integrados en cooperativas, penan porque sus vinos en stock no valen nada, no tienen mercado y para colmo muchos de ellos no están nada bien de salud.
Malas decisiones políticas tomadas entre Mendoza y San Juan, las dos provincias que reúnen casi el 100 por ciento de la producción, llevaron a que se inundaran las bodegas de vinos que hoy están sin mercado. Porque con los actuales costos no conviene ni lo uno, ni lo otro; esto es: no es negocio embotellarlo por la falta de competitividad para llegar tanto al mercado externo como al interno que cada vez consume menos, ni tampoco conviene venderlo a granel porque Chile exporta varietales a granel a mucho mejores precios que los argentinos.
Este gobierno, y también los anteriores -porque lo que está ocurriendo tiene su historia- llevaron a la Rosada sus reclamos y la descripción de lo que significa hacer vino, el compromiso que eso significa, las fuertes inversiones que demanda, el tiempo que hay que dejar pasar para conseguir resultados y el permanente relato que compara las situaciones y condiciones de otras economías regionales con la nuestra.
La nada misma como respuesta han recibido. Pocos días atrás, Coninagro, Acovi y otras entidades agropecuarias vinculadas con la industria del vino llegaron con sus planteos al despacho de Axel Kiciloff. El sector necesita un guiño de parte del Ejecutivo para avanzar a fondo en una ley de jugos naturales que le permita al mosto, por caso, competir con la alta fructosa, en especial con el jugo o almíbar de maíz que se utiliza a gran escala como edulcorante. Se vinieron con las manos vacías, pero con las cabezas llenas de promesas de que en un momento a otro la cosa se solucionará. Se vinieron sin nada, en buen romance.
El acuerdo entre Mendoza y San Juan por el cupo de uvas destinadas a mosto también es clave. El sector se queja de que el porcentaje de la última cosecha fue mínimo, con lo que los quintales de uvas a vinificar fueron tantos que colapsó el mercado que se ha venido achicando tanto por razones macro, pero en mayor medida por cuestiones locales.
Hay voces que se están escuchando en la base de la industria, allá abajo, que advierten que de seguir las cosas como van, para la próxima cosecha, que se avecina récord, se deberá dejar mucha uva en la parra.
El gobierno debería darse una vuelta por lo que ocurre en el costado menos glamoroso de la industria vitivinícola, que no está lo bien que se dice a nivel oficial y que tampoco es escuchado como merece.
Fuente: http://www.sitioandino.com/nota/138840-vino-cuando-la-crisis-remplaza-al-glamur/
Hubo gobiernos que no autorizaron aumentos de tarifas para no enfrentarse con la sociedad que los vota y los sostiene cada dos años; otros que no asumieron la decisión de corregir gastos por medio de ajustes lisos o llanos para enderezar el costo global del Estado con lo que hoy el gobierno, el actual, con más de 40 mil millones de pesos no sabe cómo tapar agujeros fiscales porque se queda sin plata para obras y menos para inducir a la inversión genuina o al estímulo del desarrollo. Y la falta de medidas que tiempo atrás hubiesen sido duras y penosas, habrían tenido como resultado un panorama más claro para el presente provincial: un presente que hoy parece estar más ligado a las migajas que puedan ser derramadas de la nación por medio de un sistema perverso que demuele las autonomías provinciales, el federalismo y el respeto para los habitantes alejados del puerto de Buenos Aires.
La vitivinicultura real, la que hace el productor pequeño, el bodeguero cooperativo o el mediano y el pequeño, está en pésimo estado. Pero esto no se sabe por obra del gobierno, sino por la descripción de sus propios protagonistas. Por el contrario, tanto la nación como la provincia, a nivel oficial, relatan un estado de situación ideal, mientras abajo, cerca de las raíces, los productores minifundistas, integrados en cooperativas, penan porque sus vinos en stock no valen nada, no tienen mercado y para colmo muchos de ellos no están nada bien de salud.
Malas decisiones políticas tomadas entre Mendoza y San Juan, las dos provincias que reúnen casi el 100 por ciento de la producción, llevaron a que se inundaran las bodegas de vinos que hoy están sin mercado. Porque con los actuales costos no conviene ni lo uno, ni lo otro; esto es: no es negocio embotellarlo por la falta de competitividad para llegar tanto al mercado externo como al interno que cada vez consume menos, ni tampoco conviene venderlo a granel porque Chile exporta varietales a granel a mucho mejores precios que los argentinos.
Este gobierno, y también los anteriores -porque lo que está ocurriendo tiene su historia- llevaron a la Rosada sus reclamos y la descripción de lo que significa hacer vino, el compromiso que eso significa, las fuertes inversiones que demanda, el tiempo que hay que dejar pasar para conseguir resultados y el permanente relato que compara las situaciones y condiciones de otras economías regionales con la nuestra.
La nada misma como respuesta han recibido. Pocos días atrás, Coninagro, Acovi y otras entidades agropecuarias vinculadas con la industria del vino llegaron con sus planteos al despacho de Axel Kiciloff. El sector necesita un guiño de parte del Ejecutivo para avanzar a fondo en una ley de jugos naturales que le permita al mosto, por caso, competir con la alta fructosa, en especial con el jugo o almíbar de maíz que se utiliza a gran escala como edulcorante. Se vinieron con las manos vacías, pero con las cabezas llenas de promesas de que en un momento a otro la cosa se solucionará. Se vinieron sin nada, en buen romance.
El acuerdo entre Mendoza y San Juan por el cupo de uvas destinadas a mosto también es clave. El sector se queja de que el porcentaje de la última cosecha fue mínimo, con lo que los quintales de uvas a vinificar fueron tantos que colapsó el mercado que se ha venido achicando tanto por razones macro, pero en mayor medida por cuestiones locales.
Hay voces que se están escuchando en la base de la industria, allá abajo, que advierten que de seguir las cosas como van, para la próxima cosecha, que se avecina récord, se deberá dejar mucha uva en la parra.
El gobierno debería darse una vuelta por lo que ocurre en el costado menos glamoroso de la industria vitivinícola, que no está lo bien que se dice a nivel oficial y que tampoco es escuchado como merece.
Fuente: http://www.sitioandino.com/nota/138840-vino-cuando-la-crisis-remplaza-al-glamur/
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