Lo que nos dicen los vinos viejos


Fuente: El Tiempo Colombia | Patricio Tapia.
vino blancoLos vinos viejos necesitan reflexión. Años en esa botella que exigen respeto.
Dos frases. La primera: “El vino, cuanto más viejo, mejor”. La segunda, una tremenda frase del escritor estadounidense, Philip Roth: “La vejez no es una batalla, es una masacre”.

Vamos por la primera. Es un mito. Apenas un pequeño porcentaje de los vinos que hay en el mercado tienen la capacidad de evolucionar en botella por décadas. La mayoría son para consumirse dentro de los primeros cinco años. Después, pierden sabores o, en el peor de los casos, se convierten en vinagre.
Solo una minoría logra evolucionar. Y cuando lo logran, hay que mirarlos y beberlos de una manera distinta. No tienen ni el color ni la intensidad frutal ni tampoco el cuerpo de los vinos jóvenes, pero en cambio ofrecen complejidad aromática, suavidad en la boca; puede que se beban más fácil, que transiten por el paladar sin aristas, pero exigen mucha más atención por la cantidad de sabores que muestran. No gritan, pero lo que dicen puede llegar a ser alucinante.

Es por eso que generalmente, los vinos viejos se dejan para el último, cuando ya se ha pasado de los jóvenes y uno se encuentra en ese terreno adecuado para apreciarlos con calma. Los vinos viejos necesitan reflexión. Años en esa botella que exigen respeto. Si el 99,9 por ciento de los vinos pueden beberse y ya, algunos requieren que pongamos algo más que nuestras ganas de beber.

Por eso, medir con la misma vara a los vinos jóvenes que a los viejos no tiene sentido. Son casi dos bebidas distintas. También, por cierto, decir que los vinos viejos son mejores que los vinos jóvenes puede llegar a ser una exageración. Es cuestión de gustos. Si prefieren la fruta generosa y el gran cuerpo de los jóvenes, no hay problema. Pero tampoco hay que pedirle lo mismo a los más viejitos.

Y eso nos lleva a la frase de Roth, un especialista en hablarnos de la barbarie que significa para el ser humano perder sus cualidades juveniles, la energía, la presencia escénica, la sensación de inmortalidad… todo disolviéndose en achaques de viejos.

Suele decirse que los vinos, los que pueden evolucionar en botella, tienen el ciclo de los seres humanos. Nacen, crecen, llegan a su punto máximo de vitalidad, y luego lentamente desaparecen. Es cierto. Pero también es cierto que, aunque carentes de energía, sin la fuerza para gritar sus virtudes, demolidos por la enfermedad, algunos vinos –y algunos seres humanos– pueden ofrecer a cambio una tremenda sabiduría.

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