Fuente:
MDZ | Pablo Ponce·
El
pasado 14 de diciembre se presentó el libro “Cuentos para beber”, de
Tristán Casnati, en la Enoteca provincial. En la misma oportunidad se
presentó un cortometraje titulado “Cuatro de copas” basado en uno de los
cuentos, alrededor de una anécdota de San Martín y el vino ocurrida en
la Chacra de Barriales donde el Libertador vivió una temporada y donde
soñaba pasar sus últimos días. El corto está protagonizado por Martín
Neglia y Miguel Wankiewicz y dirigido por Enrique Díaz. Adaptación de
Mariano Martínez.
Dice Martín Usó sobre el libro:
Se atribuye al inmensurable Frank Zappa la afirmación que reza
“escribir sobre música es como bailar arquitectura” en la que el
guitarrero y polemista intentaría expresar que el acceso a la belleza de
la música se da solo mediante la escucha, la composición y/o la
ejecución, nunca mediante elípticas explicaciones en lenguaje natural.
Esa percepción de incompletitud y de impertinencia es la que me provoca el lance de comentar ´Cuentos para Beber´”.
Es que, parece un intento de designar la perfección de esos cuentos
mediante mecanismos indirectos, lunares. Un ejercicio de presunta
“inteligencia crítica” que chocará, necesariamente, con la belleza de la
obra a comentar.
“En romance, el mejor modo de acceder a esa belleza, es sumirse en
los cuentos, leerlos. A la primera lectura, los relatos operan, como
“paraísos artificiales”; se reconocen tales, de la mano del perito guía
Baudelaire, cuando, en el cuento “Mamador” y desde la cita exige: “de
vino, de poesía, o de virtud, como mejor les plazca, pero embriáguense.”
Paraísos que aparecen como los químicos del alcohol, algún joint, el
sexo inerte, cierta codicia o apego material o, como los vitales del
amor, el combate, el arte, la mesa, aún el trabajo o el crimen.
Y en este punto cuestiono la designación de artificiales o naturales.
Son, a su manera, todos paraísos y todos naturales, en tanto implican,
sin excepción, impulso, búsqueda, y algún modo de entrega
inconfundiblemente humana.
Porque donación de sí es la jugada con que un ilustre habitante de
Barriales imparte la irrefutable lección sobre las bondades de lo propio
a los comensales en el cuento “Cuatro de Copas”.
También lo es la que ofrece Mía, cuando al final de “Blanco, azul y
amarillo” se despoja de los bastones químicos, metálicos y aún de sí
misma, para recobrarse sobrenatural en su desnudez.
O aquella a la que se entregan los protagonistas de “De copas” o de
“Notas de los vinos” cuando las libaciones aparecen como abismo
sacrificial, como pregunta, ya que beber, como bien dice nuestro autor, y
agrego yo leer, amar, viajar, son formas de preguntar. Y preguntar es
situarse respecto del los otros, del mundo, de sí y del misterio.
Solo cuando la acción desplegada implica donación, la pregunta se
responde con la asignación de identidad, de pertenencia, de arraigo.
Esto es lo que refleja el hermosísimo relato “Malbec” en el que un
Casnati pastor del ser, poetiza el pensamiento que desarrollara el
“Meister aus Deutschland” Martin Heidegger en textos como “El Origen de
la Obra de Arte”, o “Construir, Habitar, Pensar”.
En el cuento mentado, el abuelo gringo desde su honda comprensión de
labriego, entiende que cuando las cosas piden principio, tarea,
interpelan al hombre para que trascienda el mero uso o el torpe abuso,
fundiéndose en trabajo al mundo. Esa fusión de tarea, mundo y hombre
ocasiona, como en el cuento, transfiguraciones de orden sobrenatural,
porque plenifican, generan sentido, como en el caso de la “uva mala”
francesa, que termina transmutada néctar por labriego, trabajo y mundo.
Es esta clase de mutación de sí, de la materia y del orbe, la que
procuraban los alquimistas mediante la práctica del “ars magna”. El
“lapis philosophorum” es el propio sabio, elevado mediante el trabajo y
el estudio, y de nuevo la entrega.
Y ya que de alquimia hablamos, el relato “Nicolino” indica
sabiamente, al estilo de Nicolino Locche como es el espíritu, sutil,
perfecto y destilado de boxeo. La entrega completa otra vez.
Adviértase la extraordinaria, por elocuente, metáfora de la
naturaleza femenina que atesora el cuento “El anillo de Sirolo”. Porque
de hecho, y como lo manifiesta la exquisita imagen de la foto del mar
abarcado por las piernas de la mujer, ésta todo lo contiene, todo, como
que es quien, “mater”, gesta, conteniendo, al niño, quien, “sponsa”,
contiene, gestando, al hombre; quien, gestó contuvo y crió, según dos de
los Pueblos del Libro, nada más ni nada menos que a Dios mismo.
Me parece prudente, antes de que la extensión de este examen
arbitrario lo haga descender al módico abismo del tedio, cerrarlo con un
verso de Hölderlin que describe cabalmente al autor de Cuentos Para
Beber: “Quien Piensa lo más hondo, ama lo más vivo”.
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