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Tucson: el hermano menor de Kansas

por CAROLINA AGUIRRE

 
Hace una vida que quiero comer una hamburguesa rica en Buenos Aires y no he logrado probar más que sandwiches de carne seca o cruda, pan comprado y aderezos deleznables. Por eso, hace un par de semanas hicimos el esfuerzo de ir hasta Kansas a hacer la cola para comer. Sin embargo, cuando nos dijeron 90 minutos de espera en vez de unos simpáticos 45 o 60, uno de mis amigos enloqueció de ira, se gritó con la recepcionista, y nos tuvimos que ir corriendo para evitar el papelón. Y como buenos tontos e impacientes terminamos en lo más parecido a Kansas que encontramos: el lujoso y noventero local de Tucson (Libertador 4300) que está en el hipódromo de Palermo.

Tengo que reconocer que cuando trajeron un pan casero idéntico al de Kansas me ilusioné un poco. Pensé que quizás era un poquitito peor y un poco más caro que Kansas y por eso no arrastraba tanto público como su competidor. Como eramos cuatro, aprovechamos para pedir cuatro platos distintos y compartir un poco de todo. Un bife grillado con barbacoa y una papa rellena, una hamburguesa completa, una ensalada César y unas fajitas. Salvo las pastas, cubrimos todo el menú.

El bife estaba pasado de cocción y era poco jugoso y la papa casi no tenía relleno a pesar de que el plato superaba los $100. Les juro que cualquier bife con puré hecho en casa es mucho mejor.

La ensalada Cesar estaba buena. Es la típica César americana (con lechuga criolla sin cortar, croutones grandes, mucho aderezo) y no la adaptación local que muchas veces trae queso en hebras, lechuga capucchina o mix de verdes. Si tuviera que decir algo, diría que tenía demasiada salsa, pero estaba bien, tampoco me voy a poner a criticar por criticar.

La hamburguesa era seca y sosa, el pan comprado, y los agregados de lechuga criolla y tomate le restaban más que sumar. En vano esperamos que trajeran los aderezos, que nunca vinieron.

Las fajitas estaban bien pero la masa estaba muy cocida y era muy parecida (si no era, eh) a las rapiditas Bimbo. Los chips de batata estaban quemados y eran amargos. De postre mis amigos pidieron un cheesecake de dulce de leche y uno clásico. El cheesecake común estaba bien. El de dulce de leche era empalagoso y venía arruinado con salsa de dulce de leche y un copete de crema al lado.

¿La cuenta? Unos $160 por persona. No voy a volver, pero hay que reconocer que la visita me dejó algo bueno: desde entonces, los 90 minutos de espera de Kansas me parecen increíblemente bellos.

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