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El estilo, la forma de comer de los argentinos, se forjó a través del aporte de las diferentes corrientes inmigratorias que poblaron nuestro país en los siglos XIX y XX. Pero los antecedentes ya los encontramos en la etapa colonial, aún antes de la Revolución de Mayo.
Mate, emblema de la Argentina - Foto: Flickr / chris.peplin
Para la época de la Revolución de Mayo, la fuerte influencia de España se hacía sentir en las costumbres gastronómicas de la población. Pero al mismo tiempo, desde la campiña comenzaba a manifestarse el consumo de carne, proveniente del ganado cimarrón traído por los conquistadores y que se diseminó a lo largo y a lo ancho de toda la llanura pampeana.
El escritor y periodista José Christian Andreasen, un estudioso de estos temas vinculados con nuestros usos y costumbres, nos relata un episodio de la época de las Invasiones Inglesas, vivido por el oficial británico Alexander Gillespie que integraba las fuerzas invasoras: "Un día recibí una invitación de un capitán de ingenieros para una comida, cuyos detalles describiré como probablemente demostrativos de las costumbres generales en ocasiones de ceremonia. Nos sentamos a una mesa muy larga, ricamente tendida, solamente tres personas: el capitán Belgrano, su esposa y yo. No había sirvientes presentes en ningún momento, excepto cuando entraban o sacaban los servicios, que consistieron en veinticuatro manjares: primero sopa y caldo, y sucesivamente patos, pavos, y todas las cosas que se producían en el país, con una gran fuente de pescado al final".
Continúa narrando Gillespie: "Durante la comida fuimos servidos por cuatro de sus parientes más cercanos, que nunca se sentaban. Los vinos de San Juan y Mendoza se hicieron circular libremente, y mientras gozábamos de nuestros cigarros, la dueña de casa, con otras dos damas que entraron, nos entretuvieron con algunas simpáticas tonadas inglesas y españolas en la guitarra, acompañadas por las voces femeninas. Comimos a las dos y la reunión se deshizo para tomar la siesta a las cuatro en punto".
Manuel Bilbao, escritor argentino, autor del libro "Tradiciones y recuerdos de Buenos Aires", relata que a principios del Siglo XIX, más preciso hacia 1800, "el desayuno general era el mate cocido o con bombilla, acompañándosele a veces de un buen churrasco. Para el almuerzo, en la mesa se ponían en el centro uno o dos cántaros de plata, del que se servían la bebida los comensales. Los ingleses introdujeron la costumbre de poner un vaso o copa en cada asiento, de cambiar platos a cada plato y de brindar al final".
Afirma Bilbao que "las comidas de antaño comenzaban generalmente por la sopa de fideos, de arroz o de pan, a la que se agregaba uno o dos huevos cocidos por invitado. Seguían el puchero de cola o de pecho, con chorizo, verdura o garbanzos, acompañado de una salsa de tomate y cebollas; la carbonada, que en el verano llevaba choclo, peras o duraznos; el quibebe, que era zapallo machacado, al que a veces se le agregaban papas, repollo y arroz; el sábalo de río frito o guisado; las empanadas y pasteles de fuente, con carne o pichones; la humita en chala y el pastel de choclo, el asado de vaca a la parrilla; la pierna de carnero mechada; el pavo relleno, engordado en la huerta de la casa, que se mandaba asar en la panadería próxima; las albóndigas de carne con arroz; el locro, las ensaladas de verdura, etcétera".
Por aquella época, la verdura era escasa, pero abundaban el zapallo y la batata. Las papas se traían de Francia y más adelante de Irlanda, una extrañeza teniendo en cuenta el origen americano del tubérculo. Recuerda Bilbao que luego se generalizó el uso de la papa con la incorporación a nuestra vida urbana de los ingleses y otros extranjeros, que difundieron el "beef-steak" con papas, y el té, que muchos clasificaban de agua caliente y de remedio, pues durante muchos años se vendía en las boticas.
Los postres eran igualmente sencillos: la mazamorra, el arroz con leche, la yema quemada, las torrejas, los pasteles de dulce de leche o membrillo, la sidra callota, tomate, batata grande, zapallo, etcétera.
Por su parte, los vinos eran escasos. No se conocía mucho el champaña, pero se bebía buen vino tinto español, como Priorato, Carlón, Jerez y Oporto. El vino del país, por entonces, era de mala calidad. Se elaboraba mistol, un arrope diluido en agua.
Escrito por Fondo de Olla
Mate, emblema de la Argentina - Foto: Flickr / chris.peplin
Para la época de la Revolución de Mayo, la fuerte influencia de España se hacía sentir en las costumbres gastronómicas de la población. Pero al mismo tiempo, desde la campiña comenzaba a manifestarse el consumo de carne, proveniente del ganado cimarrón traído por los conquistadores y que se diseminó a lo largo y a lo ancho de toda la llanura pampeana.
El escritor y periodista José Christian Andreasen, un estudioso de estos temas vinculados con nuestros usos y costumbres, nos relata un episodio de la época de las Invasiones Inglesas, vivido por el oficial británico Alexander Gillespie que integraba las fuerzas invasoras: "Un día recibí una invitación de un capitán de ingenieros para una comida, cuyos detalles describiré como probablemente demostrativos de las costumbres generales en ocasiones de ceremonia. Nos sentamos a una mesa muy larga, ricamente tendida, solamente tres personas: el capitán Belgrano, su esposa y yo. No había sirvientes presentes en ningún momento, excepto cuando entraban o sacaban los servicios, que consistieron en veinticuatro manjares: primero sopa y caldo, y sucesivamente patos, pavos, y todas las cosas que se producían en el país, con una gran fuente de pescado al final".
Continúa narrando Gillespie: "Durante la comida fuimos servidos por cuatro de sus parientes más cercanos, que nunca se sentaban. Los vinos de San Juan y Mendoza se hicieron circular libremente, y mientras gozábamos de nuestros cigarros, la dueña de casa, con otras dos damas que entraron, nos entretuvieron con algunas simpáticas tonadas inglesas y españolas en la guitarra, acompañadas por las voces femeninas. Comimos a las dos y la reunión se deshizo para tomar la siesta a las cuatro en punto".
Manuel Bilbao, escritor argentino, autor del libro "Tradiciones y recuerdos de Buenos Aires", relata que a principios del Siglo XIX, más preciso hacia 1800, "el desayuno general era el mate cocido o con bombilla, acompañándosele a veces de un buen churrasco. Para el almuerzo, en la mesa se ponían en el centro uno o dos cántaros de plata, del que se servían la bebida los comensales. Los ingleses introdujeron la costumbre de poner un vaso o copa en cada asiento, de cambiar platos a cada plato y de brindar al final".
Afirma Bilbao que "las comidas de antaño comenzaban generalmente por la sopa de fideos, de arroz o de pan, a la que se agregaba uno o dos huevos cocidos por invitado. Seguían el puchero de cola o de pecho, con chorizo, verdura o garbanzos, acompañado de una salsa de tomate y cebollas; la carbonada, que en el verano llevaba choclo, peras o duraznos; el quibebe, que era zapallo machacado, al que a veces se le agregaban papas, repollo y arroz; el sábalo de río frito o guisado; las empanadas y pasteles de fuente, con carne o pichones; la humita en chala y el pastel de choclo, el asado de vaca a la parrilla; la pierna de carnero mechada; el pavo relleno, engordado en la huerta de la casa, que se mandaba asar en la panadería próxima; las albóndigas de carne con arroz; el locro, las ensaladas de verdura, etcétera".
Por aquella época, la verdura era escasa, pero abundaban el zapallo y la batata. Las papas se traían de Francia y más adelante de Irlanda, una extrañeza teniendo en cuenta el origen americano del tubérculo. Recuerda Bilbao que luego se generalizó el uso de la papa con la incorporación a nuestra vida urbana de los ingleses y otros extranjeros, que difundieron el "beef-steak" con papas, y el té, que muchos clasificaban de agua caliente y de remedio, pues durante muchos años se vendía en las boticas.
Los postres eran igualmente sencillos: la mazamorra, el arroz con leche, la yema quemada, las torrejas, los pasteles de dulce de leche o membrillo, la sidra callota, tomate, batata grande, zapallo, etcétera.
Por su parte, los vinos eran escasos. No se conocía mucho el champaña, pero se bebía buen vino tinto español, como Priorato, Carlón, Jerez y Oporto. El vino del país, por entonces, era de mala calidad. Se elaboraba mistol, un arrope diluido en agua.
Escrito por Fondo de Olla
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