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En una primera aproximación podemos definir suelo (tierra o piso), como la capa de minerales, agua, aire y materia orgánica, con grosor variable, que se encuentra en la (superficie terrestre)
Esta parte superficial de la corteza terrestre, biológicamente activa, proviene de la desintegración o alteración física y química de las rocas y de los residuos de las actividades de seres vivos que se asientan sobre él.
Son muchos los procesos que pueden contribuir a crear un suelo particular, algunos de estos son: la deposición eólica, sedimentación en cursos de agua, meteorización o deposición de material orgánico, entre otras.
Los suelos aptos para la viticultura difieren en las proporciones de sus componentes, su porosidad y permeabilidad (drenaje), su esperanza de vida (erosión), pH (ácidos o alcalinos), tipos, composición y textura (albariza, aluvión, arcillas, calizas marinas, francos, limos, loes, arenas, caliza, gravas, glacis, pardos, calcáreo, pizarras, jable, granito, esquistos, gneis, pedernal, garrigas, etc.), y perfiles (horizontes).
Los suelos consisten de dos partes: una orgánica y otra inorgánica. La orgánica (que raramente llega al 25% del total) surge principalmente de restos vegetales y animales en descomposición, bien localizados de manera natural en su interior o en su superficie, bien depositados por el agua de ríos y de lluvia o por acción del viento, o añadidos artificialmente por el hombre como abonos con el fin de dotarlos de elementos esenciales para el crecimiento de la vid.
Muchos compuestos de carbono reaccionan para generar 'humus', que se compone de moléculas muy grandes que incluyen ésteres, compuestos fenólicos y derivados del benceno. Aunque hay muchos nutrientes potenciales en los suelos (como nitrógeno, potasio, fósforo, hierro, etc.) necesarios para la planta, muy pocos presentan formas que puedan ser utilizadas por las viñas.
Los minerales del suelo se obtienen de una gran diversidad de fuentes, aunque el proceso por el que se origina la gran mayoría es mediante la erosión de rocas por acción bien del viento, la lluvia, el hielo, la luz solar y/o por reacciones biológicas, que las rompen en pequeñas partículas, liberando iones de importantes elementos que pueden ser absorbidos por las viñas.
Sin embargo, si los niveles de acidez suben en el suelo, el agua puede arrastrar los iones. La acidez también facilita la erosión de las arcillas que desprenden iones tóxicos de aluminio en la tierra. Para prevenir que esto ocurra los viticultores aplican alcaloides (enmiendas).
La influencia del suelo en la calidad del vino todavía no está muy clara, y existe un debate abierto en la comunidad científica. Como ejemplo, un reciente estudio realizado en Rioja afirmaba que el suelo no determina factores organolépticos en cuanto a la mineralidad del vino.
Fertilidad del suelo
El suelo o terreno donde se asienta el viñedo es un factor permanente de gran importancia, pues no solo constituye el elemento de nutrición de la vid, sino que también actúa como hábitat o soporte de la misma. La vid es una planta de gran rusticidad y prácticamente puede vegetar en cualquier tipo de terreno, salvo en los suelos salinos donde es bastante sensible. Prefiere los suelos profundos, mejor si son de baja fertilidad y también si son calizos procedentes del Mioceno (Terciario).
Todos los suelos derivan de una roca madre o base, que al meteorizarse bajo la acción del clima, flora y fauna espontáneas, forman distintos tipos de terreno según sea el origen de esa roca y de las condiciones ambientales. Generalmente los sucios presentan un perfil con tres zonas diferenciadas:
- Horizonte C de roca madre más o menos alterada y de donde derivan los otros horizontes A y B.
- Horizonte A o superficial, perturbado por las labores agrícolas, siendo el más rico en nutrientes y materia orgánica.
- Horizonte B intermedio entre los A y C, presenta una estructura más compacta que el A y suele ser de textura más arcillosa, bien por proceder de la roca madre o por lavado y arrastre del horizonte A.
El concepto fertilidad de un suelo, no solamente corresponde a los elementos minerales u orgánicos que éste contiene, y que las plantas absorben por sus raíces para realizar sus funciones vitales, sino también a otros factores que el terreno manifiesta y que también inciden en la vida vegetal, por lo que la fertilidad de un suelo debe comprender sus aspectos físicos, químicos y biológicos.
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