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La historia detrás del Roscón de Reyes
Aunque la receta del Roscón de Reyes
tal y como lo conocemos hoy es bastante moderna, tenemos que
remontarnos a la antigüedad para descubrir el origen del haba o
sorpresa. Igual que la fiesta de Navidad, la de Epifanía se ubicó en el
calendario cerca de las antiguas saturnales romanas, o fiesta de los
esclavos, esas en las que se alteraban las normas sociales y los
esclavos eran servidos por sus amos.
Durante esas festividades, celebradas en honor a Saturnos, el Dios de
la Agricultura, se repartían unos pasteles redondos de frutos secos,
que evolucionaron después en unos panes o bollos (siempre circulares) en
los que se introducía un haba. El afortunado que encontraba el haba en
su porción de pastel era elegido rey de la fiesta y reinaba por un día.
Unos orígenes que quedaron olvidados cuando la Iglesia, a lo largo
del siglo IV, institucionalizó el Día de Reyes como una fiesta
cristiana.
El Roscón de Reyes es francés
Durante la Edad Media la Iglesia intentó acabar con la fiesta de los
locos, otro jolgorio invernal de origen pagano en el que se elegía a
suertes un rey de los tontos u obispo de mofa. Estas antiguas prácticas
han perdurado de algún modo en dos elementos de nuestra Navidad actual:
las bromas del Día de los Inocentes y la sorpresa del roscón del Día de
Reyes.
Durante el Renacimiento francés, la costumbre de comer este postre el
día de la Epifanía –6 de enero–, se convirtió en una popular tradición
entre la aristocracia y la realeza gala. Las familias se reunían para
tomarlo juntos y ver quién era el afortunado al que le salía la preciada
legumbre, celebración que fue acuñada con el nombre Le Roi de la Fave
(El Rey del Haba).
Un niño dividía el Roscón –llamado el gateau de roi (pastel de rey)–
en trozos iguales para cada uno de los habitantes de la casa, señores y
sirvientes juntos. Al quien le tocaba el trozo que contenía el haba era
nombrado Roi de la Fave, el Rey del Haba, y durante ese día era el
protagonista de una fiesta donde se comía y bebía en abundancia. Cada
vez que el rey bebía de su copa, todos los asistentes debían gritar “el
rey bebe, el rey bebe”; como tituló el pintor flamenco Jacob Jordaens a
su famoso cuadro en el que retrató la fiesta de la Epifanía.
Más tarde, en el siglo XVIII, cuando el rey francés Luis XV era
todavía un niño; un cocinero de la corte quiso agasajarlo introduciendo
como sorpresa en el roscón una moneda de oro (hay quien dice que en
realidad fue un medallón de oro y rubíes). La idea se extendió y desde
ese momento, el haba pasó a ser olvidada, ya que el premio deseado era
el que tenía más valor económico. Le gâteau des rois, 1744. Jean-Baptiste Greuze
El 4 de nivoso del año tercero de la República –lo que viene siendo
el 24 de diciembre de 1792–, el alcalde de París Nicolas Chambon
prohibió la elaboración y venta de roscones por ser
antirrevolucionarios. Creía que los pasteleros que osaran hacer
semejante dulce no tenían más que intenciones liberticidas, mientras que
los compradores sin duda debían de querer conservar la supersticiosa
costumbre de la fiesta de los Reyes en nombre de los déspotas
absolutistas. Los revolucionarios mezclaban churras con merinas y a
Melchor con Luis XIV, pero la verdad es que el pobre roscón tuvo que
recibir durante unos años el nombre de gâteau des sans-culottes.
El Roscón de Reyes llega a España
Felipe V (1683-1746), primer Borbón español y nieto de Luis XIV,
trajo consigo la costumbre de celebrar la Epifanía igual que en su país
de origen, Roscón de Reyes incluido. Fue ahí donde, por primera vez, se
cubrió el pan con frutas escarchadas y se escondió un pequeño muñeco de
porcelana en su interior como representación lúdica del episodio de la
huida y el necesario encubrimiento de Jesús para evitar que cayera en
manos de Herodes.
Julio Caro Baroja señala en su obra Los Vascos (1972) que el rey de
la faba es mencionado en varios documentos navarros del siglo XIV, pero
al parecer la costumbre se perdió después, o no llegó a extenderse en
toda España, porque a mediados del XIX el mismísimo Madrid no sabía lo
que era el haba ni el roscón. El día de Epifanía se tomaban distintos
postres como el dulce de Reyes Magos, una especie de flan hecho con
compota de manzanas y huevos.
En los primeros días de enero de 1848 varios periódicos de la capital
recogían una información que hablaba de “los usos y costumbres de
diferentes países de Europa” según los cuales “suelen reunirse varias
familias o amigos con objeto de comer un gran bizcocho que llaman torta
de Reyes. Se introduce una almendra en dicha torta, y aquel a quien le
toca se llama rey […] y paga una comida o merienda a todos los
concurrentes”.
La pastelería La Mallorquina
trajo en torno a 1868 a un pastelero francés para “lanzar al consumo,
por primera vez en España, de los famosos gateaux” (El Fígaro, 6 de
enero de 1919). Esta afirmación coincide con las fechas de las primeras
citas que hemos visto de la torta de Reyes, así que la vamos a dar por
buena.
En los años siguientes el pastel de Reyes se fue introduciendo en las
fiestas de la élite y ya en 1887, el periódico La Época decía que la
“torta de Reyes” iba ganando prosélitos en nuestro país.
El 6 de enero de 1889, el mismo medio ampliaba la información
dando alguna pista sobre el origen del roscón: “La torta de Reyes,
indjspensable en Francia, ha tomado carta de naturaleza también en
nuestras costumbres, de tal modo, que seria interminable la lista que
pudiéramos formar de las casas en donde se comerán esta noche los ricos
gâteaux des rois, cuyas escondidas habas designarán como reyes de la
fiesta á los felices mortales á quienes la suerte otorgue la fortuna de
su posesión”. Y pasa a contar cómo el gâteau des rois francés (“pastel
de reyes”, no confundir con la galette de rois), una especie de pan
dulce en forma de rosco, era tan popular en el país vecino que había
sido capaz de sobrevivir a la Revolución. En un largo artículo dedicado al roscón,
el diario Fígaro cuenta cómo “en Madrid cada año la fabricación
aumenta. Y poco a poco la costumbre se extiende a las provincias, donde a
la vuelta de unos años seguro que se habrá aclimatado. De todos los
dulces que en los hogares se saborean, ninguno tan familiar como el
roscón de Reyes. Contribuye a ello la costumbre […] del obsequio de los
fabricantes, cuyos regalos van siendo más importantes cada vez, desde la
sencilla haba o el diminuto muñeco de porcelana hasta la moneda de oro
triunfal”. Prosigue el texto citando a varias de las pastelerías que
hacían roscón en 1919, como la primigenia La Mallorquina, la confitería
Prast (hogar del Ratoncito Pérez), La Suiza, La Villa Mouriscot o Viena
Capellanes, que vendió ese año unos 65.000 roscones a un precio de entre
1 y 5 pesetas.
Se suele asumir que el bolo do rei portugués, muy similar al roscón
de Reyes, es de origen español, pero igual que el nuestro es de padre
galo: comenzó a hacerse alrededor de 1870 en la pastelería lisboeta
Confeitaria Nacional con una receta traída de Francia. En 1900 aparecía
ya la receta en El Arte Culinario de Adolfo Solichón,
antiguo repostero de la Casa Real, y se hacía igual que ahora, con
harina, huevos, azúcar, levadura, leche, ron, agua de azahar,
mantequilla y corteza de limón y naranja, adornado por encima con azúcar
y calabaza confitada. 116 años después, seguimos sin comernos las
frutas escarchadas, pero que a nadie se le ocurra quitarlas: la
tradición es la tradición. Receta de Roscón de Reyes o pastel publicada en El Arte Culinario, ca.1900. Adolfo Solicón.
Hoy en día, en España el Roscón de Reyes lleva en su interior las dos
cosas: la persona que encuentre la figurita tendrá buena suerte todo el
año y el que descubra el haba deberá pagar el dulce.
Fuente: El Comidista, La Vanguardia
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