El color, la primera información sobre el vino

Lo primero que hay que hacer para valorar un vino es observarlo detenidamente, su color y consistencia permitirán empezar a obtener la primera información sobre el vino



Aunque se suele clasificar el vino de acuerdo con su color - blanco, tinto o rosado – el asunto es más complejo de lo que pudiera parecer 'a primera vista'. Existe un amplio muestrario de parámetros que se pueden analizar con la vista para sacar toda una serie de conclusiones.

Los vinos tintos pueden ir desde tonalidades rosadas y violáceas hasta llegar a ser opacos y casi negros. Los blancos a su vez pueden mostrar desde una palidez casi incolora hasta un intenso color amarillo. Los rosados, por su parte, pueden ir desde un ligerísimo tono salmón hasta una tonalidad rosa profunda.

Al hacer girar el vino en la copa podemos apreciar a simple vista el cuerpo y la textura de éste. Al parar de girarlo podemos apreciar las 'lagrimas' o 'piernas', que no son más que las gotas que resbalan por las paredes interiores de la copa, y que nos indican la densidad. Todo ello es debido a la cantidad de alcohol que contiene el vino, presentando un elevado contenido en aquellas “lagrimas” que se forman más densas y consistentes.

A priori todo vino debería presentar un aspecto limpio y brillante y, salvo que se trate de alguna elaboración especial, es muy raro encontrar un vino mate, turbio o velado, síntomas que nos pueden anticipar algún tipo de defecto.

El paso del tiempo
Con la edad el color de los vinos blancos se oscurece y pueden llegar a adoptar un tono marrón, lo que nos indica que han entrado en fase de declive perdiendo toda su frutalidad y frescura. Los vinos con mayor acidez natural tienen una vida más larga y pueden conservarse en perfectas condiciones durante años.

El los tintos la decrepitud producida por la edad se manifiesta en una perdida de intensidad cromática, hasta el punto de adoptar una tonalidad amarronada y un ribete de color piel de cebolla que puede incluso llegar a ser transparente.

Los depósitos
Dos son los tipos de depósitos que pueden formarse en el vino, y auque tanto uno como otro son totalmente inofensivos, el efecto visual puede resultar muy antiestético especialmente en aquellas personas no iniciadas en el mundo del vino.

Los tartratos son unos cristalitos blancos, totalmente inocuos, formado por ácido tartárico. El método de elaboración de los blancos en las bodegas hace que en la actualidad sea bastante raro encontrarlos en una botella. En los tintos que han pasado muchos años en botella suelen formarse unos depósitos oscuros, mezcla de taninos y sustancias colorantes, que proporcionan al vino un aspecto turbio y cenagoso, y pueden incluso llegar a conferirle un gusto amargo al vino, por lo que en estos caso se recomienda dejarlos en la botella. Existe un tercer tipo de depósitos que se producen por el método de elaboración en vinos no sometidos a filtrado, una práctica menos habitual y poco recomendable.
Otros aspectos del color
En un blanco, la palidez indica que se trata de un vino muy joven, que no ha tardado en ser embotellado y en consecuencia no ha recibido crianza. El menisco en estos vinos suele ser casi incoloros. Si, por el contrario el vino blanco se somete a crianza sobre lías o en barricas de madera, el color resultante será un amarillo más intenso y un ribete dorado.

Si un tinto posee poca intensidad cromática, puede ser una señal de que procede de un clima frío. Los tonos más profundos, esto es válido también para los blancos, suele indicar que el vino ha sido elaborado en una región de clima más cálido. En algunos casos hay que tener en consideración el tipo de uva empleado, porque existen variedades con menor o mayor carga cromática.

Fuente: https://www.vinetur.com/2014111117343/el-color-la-primera-informacion-sobre-el-vino.html

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