ARGENTINA 5 lugares para disfrutar gastronomía de cocineras argentinas

8 claves para entender la crisis actual en la industria del vino Por Joaquín Hidalgo Ilustración: Carla Teso

Mientras nuestro producto mejora y es reconocido internacionalmente, la industria siente el cimbronazo de la inflación: la exportación se complica y el mercado local no responde.

El vino argentino es un éxito. Mejora la calidad, crece en estilo y cada vez recibe mejores calificaciones y más elogios en todo el mundo. Sin embargo, no todo lo que brilla es oro. Del otro lado del mostrador, ahí donde están las bodegas y los productores de uva, el cuento es diferente. De hecho, el negocio está lejos de ser un negocio para este 2015. Y hay una palabra que suena cada vez más seguido: crisis.

Luego de años de crecimiento, a partir de 2009 las variables del negocio del vino se torcieron. Lo que parecía que podía llegar a ser un problema de corto alcance, llega a esta vendimia con números rojos y preocupantes. Tanto, que incluso hay viñateros que no cosecharán y bodegas que evalúan hacerlo solo a cuenta gotas. ¿Cómo fue que se llegó a esta situación? Y sobre todo: ¿qué debemos esperar como consumidores?

CRISIS FINANCIERA + INFLACIÓN
Hagamos un sintético repaso de las últimas décadas: en los 80,0 la industria quebró porque no pudo sostener el consumo interno en franca caída. En los 90 se esperanzó con el horizonte de exportación, que en la década de 2000, post devaluación, se concretó con enormes ganancias. Pero ese ciclo de expansión se ralentizó en 2009 y ahora parece llegar a su fin. La crisis financiera global trazó el primer número negativo. Luego, a ese factor externo se sumó un problema interno que comenzó a roer el negocio de la exportación: la inflación. Así, se dio un mix explosivo. ¿Por qué? Porque, por un lado, el costo de producir vino se incrementó por arriba del 30% anual sin que los mercados mundiales absorbiesen el incremento (la inflación es un fenómeno local y no global). Y, por otro lado, el tipo de cambio planchado no permitió que ingresara aire al negocio, como había sucedido en 2002. Ni siquiera con devaluaciones como la de enero de 2014 se pudo revertir la tendencia. Los números están en rojo: según los datos de la consultora Caucasia Wine Thinking, entre 2013 y 2014 se retrajeron las exportaciones por 100 millones de dólares y se vendieron 2,5 millones de cajas menos que el pico de 2009.

EL NEGOCIO NO RINDE
En este escenario, el negocio pasó de ser muy bueno a regular, o directamente malo. Para tener una referencia, basta con comparar el margen de ganancia de la industria del vino en los últimos años: el promedio mundial ronda el 11%, mientras que en nuestro país pasó del 22% en 2009 al 6% en 2015, según un informe publicado por la revista Apertura en febrero. En pocas palabras: pasaron del doble a la mitad. Y lo curioso es que ese 22% era un número empujado por el mismo marco que hoy lo deprime. La inflación lo hizo. ¿Entonces? Si bien muchos dicen que, así como antes fueron tiempos de viento en popa, ahora simplemente es tiempo de apechugar, lo cierto es que existe una pequeña salvedad: los inversores que ingresaron al mercado en tiempo de bonanza ahora desean retirarse y no consiguen quién les compre sus viñedos y bodegas. Ese efecto de prisión genera ruido. Solo quienes tienen una mirada largoplacista lo observan sin temor.

EL FANTASMA DEL SOBRESTOCK
En la historia del vino, a nivel mundial, hay pocos episodios que alarmen tanto a los productores como el sobrestock. Es decir, tener el vino sin vender, guardado en la bodega. La razón es muy sencilla: al cabo de un año, no tendrán capital para encarar la elaboración, mientras que el que ya tienen, se deprecia lentamente. Con una exportación en caída –en especial para los commodities, léase mostos y vinos a granel–, sumado a un mercado interno donde ese vino no encuentra compradores, hay un gran volumen parado en las bodegas. Por eso, una parte importante del sector –las bodegas “trasladistas” que, a su vez, mueven grandes volúmenes de uva– pugna por un mecanismo compensador. Pueden usar ese vino para fabricar vinagre o simplemente tirarlo. Un observador impiadoso diría que esas bodegas y viñateros tendrían que ir a la quiebra por fallar en la planificación o estar fuera del mercado. Pero visto desde otro ángulo, se estaría dejando en la calle a una parte importante de las 300.000 personas que emplea la industria en la Argentina. Esto convierte al problema empresarial en un serio problema político. ¿Se puede esperar un subsidio estatal para compensar pérdidas, como ocurre en Europa?

LA QUIMERA DEL MERCADO
Mientras que la exportación fue el anhelado bote salvavidas que se convirtió en un transatlántico de lujo durante la década de 2000, el mercado doméstico resultó ser un Titanic que se hundía año a año. El cambio de signo de 2009 volvió a despertar en la industria la necesidad de ponerlo en movimiento. Pero el escenario no es alentador: en las últimas dos décadas, el consumo per cápita pasó de 36 a 24 litros por habitante por año, según cifras del Instituto Nacional de Vitivinicultura. Y si bien los segmentos premium crecen a tasas chinas –e hicieron crecer el negocio un 0,7% en los últimos ocho años, a moneda constante, según el portal Área del Vino–, no representan todavía el 1% del mercado. Podría ser peor, claro. Sin embargo, la competencia en la góndola local recrudece, obliga a invertir más y a tener temple para sortear los icebergs en los que muchos van encallando. En el escenario más alentador, sobrevendrá una concentración del negocio en menos bodegas, cosa que ya se observa en el horizonte cercano. Bodegas en venta. El malestar de perder una ilusión es difícil de sobrellevar. Ese malestar, proyectado sobre el negocio del vino, se traduce en un sordo fenómeno de ofertas de ventas. Entre 1990 y 2009, la industria invirtió unos 2500 millones de dólares entre muchísimos actores. Esa es la naturaleza de este negocio costoso: ningún jugador tiene espalda suficiente para crecer e invertir al ritmo al que cambia el negocio, lo que abre la puerta a muchos inversores que vienen de otros sectores. ¿Quién no recuerda aquella fantasía de la bodega boutique durante ese período entre 2005 y 2006, en el que se establecía una cada diez días? Así, la ecuación más larga muestra que en el periodo 2002-2014 se plantaron 18.000 hectáreas de Malbec (unos 10.000 dólares invertidos en cada hectárea). El punto es que, ahora, esos inversores dudan de su apuesta y quieren recuperarla. Pero en este marco no consiguen comprador y crece la impaciencia y el malestar. Por falta de inversión, los viñedos se descuidan y las bodegas también. Y, en todo caso, el vino de calidad se resiente en el largo plazo.
VIÑEDOS HERIDOS
En 2015, por cuarto año consecutivo, los viñateros tendrán congelado el precio de sus uvas. La explicación es tan sencilla como dolorosa: el negocio de la viña no es, en el fondo, un negocio. Con los altibajos propios de cualquier asunto comercial, al final de un ciclo de diez o veinte años, la cuenta da para vivir y nada más. Pero en 2011 pasó algo extraordinario: la mala cosecha de ese año por problemas climáticos y, todavía, con una perspectiva de crecimiento, llevó el precio de la uva a las nubes. En particular el de la buena uva. ¿Quién absorbió la pérdida ese año? Las bodegas. Pero a partir de entonces, las casas más grandes se pusieron de acuerdo y plancharon el precio, mientras que, inflación mediante, el costo crecía hasta ser un 80% más alto que cuatro años atrás. Este año, un productor de criolla para vinos masivos, aún si produce toda la uva y la vende, perderá unos $26.000 por hectárea según el informe del Banco Supervielle. A partir de esto, muchas hectáreas de viña apenas fueron regadas. Faltó poda, curaciones y la gran incógnita al cierra de esta edición es: ¿quién levantará la cosecha?
¿Pasar el invierno? Álvaro Alsogaray, cuando fue Ministro de Economía allá por el 1959, acuñó una frase que hace temblar a los argentinos: hay que pasar el invierno. Porque lo sabemos: los inviernos de las crisis económicas duran mucho más que tres meses. Y más aún en el escenario del vino, en un año electoral y con un panorama complejo. Una nueva devaluación solucionaría en parte el problema de competitividad externa, pero complicaría la operativa interna. El freno de la inflación sería clave para poder planificar el negocio, pero no parece que esté al alcance de los futuros gestores. Las políticas de acuerdo de largo plazo con países de destino –como los que tiene Chile, de arancel 0%– colaborarían mucho, pero demandan tiempo. Así las cosas, el largo invierno del vino empezó con el otoño de 2009 y se declaró polar en 2015, cuando no hay primavera a la vista. Un motivo más para el pesimismo.

POCAS MANOS PARA TANTO INSUMO
Un panorama de la cadena de insumos del vino da cuenta de un futuro poco alentador: hay tres proveedores de vidrio para botellas, tres de cajas y dos importadoras de corcho. Ellos atienden las mil bodegas que elaboran en la Argentina. Es decir que el poder de negociación de los actores frente a los cambios resulta muy desigual. Salvo aquellas bodegas grandes que, por su escala y espalda financiera, hoy pueden tener más margen de maniobra, el resto está solo en posición de acatar. Y el único punto de fuga para contrarrestar el efecto es ir hacia una concentración del negocio bodeguero. En pocas palabras: menos bodegas y menos jugadores.

Comentarios