APRENDER ¿Cómo conservar una botella de vino cerrada? ¿Y cuándo ya se abrió la botella?

Los ocho elegidos que tenés que conocer por el Gran Fabian Couto en CoutoDixit

Son clásicos de Buenos Aires y seguramente todos los conocen. Cada uno tiene su especialidad en la cocina, así como su particular historia y tradición. Destinados a satisfacer los paladares más exquisitos y pretenciosos, estos ocho lugares de la ciudad forman parte de un recorrido gastronómico obligado para aquel que disfruta del buen comer.

Les propongo hoy un recorrido ameno por apenas algunos de los lugares donde comer, con ya muchos años de existencia, muy reconocidos y que merecen ser conocidos en caso de nunca haber ido.

Son bolichones que resaltan por su tipicidad y ambientación porteña, por la calidez de comidas de estilo casero, porciones generosas y con precios en cierto modo, amables al bolsillo. Bodegones, Pizzerías, Parrillas y Restaurantes típicos de un Buenos Aires de antaño que por sus características fomentan la clientela y la asiduidad de quienes gustan comer bien y en familia. Lugares con mucha historia corrida entre sus paredes, donde desde añares se ofrece una cocina sencilla y sin muchas vueltas cuyos sabores y aromas evocan recuerdos entrañables de madres y abuelas.

1. Los Talas del Entrerriano

Esta es una parrilla de total culto en el Oeste y que no tiene desperdicio ir un día a conocer. Si sos fanático del lechón y la buena carne probablemente sea tu lugar de peregrinación cada tanto. Una salida ideal, mezcla de gourmet y turismo aventura.

Especie de “toldería–galpón” con entrada de tranquera de campo, ambiente inmenso de más de 500 cubiertos e infinidad de mesas con tablitas de madera a modo de plato y cuchillos afilados de los que cortan en serio. Cuando se prueban sus carnes, sabrosas y a punto, se entiende el por qué de tanta fama.

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La parrilla en sí, resulta digna del “Infierno del Dante”, su tamaño es colosal con la mejor carne  hecha al estilo campo y donde suelen asarse hasta veinte lechones por día, provenientes de los propios criaderos del Entrerriano.

Un lugar como muy pocos en Buenos Aires para comer lechón y donde todo pedido sale sorprendentemente rápido. La atención es campechana, las fritas son un vicio, la ensalada más que abundante y los postres simples y caseros. Todos los días abre al mediodía y los sábados también a la noche. Y si bien ya no es lo barato que supo ser, se llena.

2. Rondinella

Esta cantina clásica y bien de barrio es continuadora del estilo que importaron nuestros antepasados italianos y españoles. Desde hace décadas se ubica justo en el punto donde Chacarita, Palermo, Colegiales y Villa Crespo parecen ser la misma cosa.

Una típica doble puerta vidriada, nos pone en clima y nos lleva al salón largo de paredes azulejadas y tubos de neón celeste en el techo. Rondinella siempre tuvo una propuesta auténtica y honesta donde el que va, sabe con lo que se encontrará.

Ambiente decididamente familiar y un lugar que a pesar de su amplitud se llena casi todas las noches. Ideal para ir en grupo y donde es conveniente compartir los platos.

El menú no abruma con “nombres rebuscados” que precisen de traducción por parte del mozo, si no que está compuesto de los platos que los argentinos más amamos: las milanesas, las supremas, los platos con carnes rojas, las aves, las pastas, algo de pescados también y los postres resultan ser los que todos conocemos y que con suerte nos hiciera en nuestra niñez, la abuela.

No todos los platos pueden que sean para compartir, pero en Rondinella siempre se sale satisfecho.

3. Club Eros

Cuando Palermo todavía no era Hollywood, El Club Eros supo ser lugar de culto para una clientela variopinta. Hoy quedó como detenido en el tiempo rodeado de modernidad, diseño y oferta gourmet.

La fórmula es simple y pese a no ser el mismo, no defrauda y sigue siendo un lugar capaz de deparar buenos momentos. Comedor y bar de un club social antiguo de barrio con no muchos platos, que ofrece sin muchas pretensiones, comida casera y porciones aún abundantes.

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El ambiente es familiar y los precios están por debajo con respecto al resto de esa zona, atraen por igual a familias, grupos de amigos, turistas y cierta modernidad. Cual la “Biblia junto al calefón” están todos allí codeándose en una atmósfera distendida donde aún hoy, suelen verse parroquianos en extinción, jugando a las cartas o a la generala y tomando un Vermouth.

El menú es acotado y bien porteño. Se puede pedir con los ojos cerrados sin temor a equivocarse: pastas caseras, una buena milanesa con papas fritas y parrillada. No mucho más. El servicio habitualmente es rápido y amable. Para beber, vino de la casa y soda de sifón. De postre, un flán.

4. Don Chicho

Don Chicho es cocina italiana, simple y casera. Un clásico bodegón barrial con todas las letras y mucha historia transcurrida. Fue fundado en 1922 y actualmente es regenteado por la quinta generación de la familia, cosa poco frecuente hoy en día. Se va allí a comer con ganas, fundamentalmente pastas caseras.

Al entrar lo primero que llama la atención es una mesa de madera a un costado. Allí es donde, desde siempre, su dueña Doña Coti amasó con devoción los Fussili al fierrito, los ñoquis y toda la pasta casera que sus discípulas siguen haciendo y es allí servida.

El lugar puede no resultar muy bonito, pero si pintoresco. Tiene gracia dentro de su sencillez: manteles de papel, paredes descascaradas, fotos antiguas, afiches, tapas de viejos discos de tangos, pisos de mosaicos y bohemia… pero Don Chicho resulta un lugar de esta ciudad, auténtico testigo de tiempos pasados por el que desfilaron tangueros famosos y gente del fútbol.

Chicho es un clásico y sus asiduos concurrentes lo siguen eligiendo porque se come bien y la salsa de sus pastas evoca aromas de domingos de familia numerosa reunida a la mesa.  Un solo consejo: allí no se le ocurra hablar mal de Chacarita, “cuadro de sus amores” de Adolfo, el dueño del lugar.

5. Spiagge di Napoli

Desde 1925 la Spiagge Di Napoli es lo que conocemos como una verdadera “cantina-ristorante”, con los típicos jamones colgando del techo, mesitas con manteles a cuadros, sospechosas y añejas botellas durmiendo en las repisas de sus paredes, cuadros y fotos de paisajes de Italia ya algo descoloridos. El verdadero tesoro que encierra el lugar son las pastas, todas caserísimas y con más de doce tipos hechas a mano en su cocina.

Una particularidad de este clásico de Boedo es que las pastas pueden pedirse por peso: 1⁄2 kilo, 1 kilo o 2. Se las traerán a la mesa en una fuente con una salsa con estofado o albóndigas y queso rallado, no envasado.

La Spiagge resulta un lugar de culto para sus seguidores, quienes sostienen a ultranza que sus pastas caseras son las mejores de Buenos Aires. Imperdibles los Fucciles, las tiernas y doradas Rabas y, si ese día tienen, los Caracoles a la bordalesa. Con respecto a los postres, no duden en pedir la suculenta Tarantella.

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La Spiagge di Napoli sigue perteneciendo a la misma familia por más de tres generaciones y desde hace más de 87 años, no ha perdido vigencia. Lleven a la nona o vayan con los amigos del fulbito.

6. Pizzería El Fortín

Desde 1962, en el barrio de Monte Castro, a pocas cuadras de la cancha de Velez, se emplaza El Fortín: pizzería emblemática de Buenos Aires donde se respira presencia de barrio e historia. Allí lo único que importa es la pizza y la faina; según sus fanáticos uno de los mejores, ¡lejos!

Hay un añoso horno a leña, gigante, donde entran más de 20 moldes a la vez y del cual salen las hasta 800 pizzas que se llegan a vender a diario. Pizzería de otro tiempo, donde se suele pedir por porción y comerla sentado en una mesa o de dorapa en la barra. Lo aquerenciable del lugar lo confiere su autenticidad y su aire de otrora.

Todas sus pizzas resultan buenas: de molde, altas, esponjosas y suculentas, sin escatimar ni queso ni ingredientes. Hay postres de estilo vieja confitería porteña y la típica cerveza tirada o moscato. Abierto todos los días, todo el día.

7. Cervecería y Restaurante Hermann

Un restaurante bien porteño, originario de los años `40, con cierta impronta germano-europea. En su esquina de siempre evoca un viaje a un Buenos Aires de otros tiempos con mozos experimentados, de moño negro y saco blanco, comida rica y bien casera. Los mismos muebles de madera de siempre y la típica gran barra al fondo.

No por nada fue declarado sitio de interés cultural por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Un restorán cálido y pequeño, con unos particulares cubículos para 4 personas, al que hay que llegar temprano si no se quiere tener que aguardar por una mesa en la vereda.

Las porciones pueden compartirse. Dos personas con una entrada, un plato y un postre pueden arreglarse.

Con extenso menú a la vieja usanza, resultan recomendables ir a platos clásicos como las salchichas o el Chorizo alemán con chucrut, el Revuelto Gramajo, los Escalopes y cualquiera de las guarniciones. Para tomar, la cerveza tirada y de postre, el Panqueque Hermann de manzana con sabayón.

8. Pizzeria Guerrín

Amo su pizza y si ando por la zona, tengo la invariable costumbre de acercarme por un par de porciones. Guerrin es un lugar ilustre de Buenos Aires, decir Guerrin es sinónimo de una de las mejores pizzas de molde al horno a leña.

Desde 1932 que está enclavado en plena calle Corrientes. Nunca jamás abrió sucursales y resulta un bastión insoslayable para paseantes antes de ver una película o a la salida de un teatro.

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Lo aconsejable es comer porciones al plato de parado en cualquiera de sus barras a medida que van saliendo las especialidades del horno. La muzzarella es de la mejor y sale casi dorada. Resulta muy buena la de acelga con salsa blanca y la de anchoas recién hecha, siempre con una de fainá.

Para beber un buen vaso de moscato Crotta, hielo y sifón de soda. Luego de unas cuantas porciones, echen una mirada a su algo “bizarra” vitrina de postres, la “Sopa Inglesa”, es un clásico. Guerrin es un ícono de la calle Corrientes, como el Obelisco.

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