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Turismo under: el circuito gastronómico porteño, más allá de las parrillas for export


No solo de asado y vino tinto vive el turista. Bajo las explanadas de Puerto Madero, subyace un submundo de bares y restaurantes colmados por extranjeros jóvenes, gasoleros y bulliciosos. Conocelo.
 

Si pasás por la puerta de La Cabrera cualquier día, a cualquier hora, verás gente en la puerta, esperando pacientemente una mesa. Si te acercás y los escuchás hablar, notarás que casi todos ellos hablan inglés, portugués o algún idioma foráneo. La escena se repite en Cabaña Las Lilas, Don Julio, La Brigada y demás parrillas que rankean alto en las guías turísticas. Asado y vino tinto. Esa es la dieta que todos imaginan cuando piensan en quienes visitan Buenos Aires.

Pero existe otro circuito más nocturno y cosmopolita que atrae a un público por lo general más joven y gasolero que busca escapar de las propuestas for export, al que se le suman los extranjeros que residen en la ciudad (llamados expats). Tanto es así, que existen bares y restaurantes que fueron prácticamente “copados”, en los que ni siquiera quienes atienden saben quién fue San Martín. El lado B del turismo existe. ¿Adónde?

“Existen dos grandes grupos –explica Nohelia Sanchez de la agencia Buenos Aires 4U –: por un lado, los turistas europeos y americanos que están acostumbrados a transitar ciudades y a buscar autenticidad, y por otro los brasileños que suelen ser más consumistas y quieren que los consientan”. Estos últimos, que representan el 25% del total de turistas que llegan a la ciudad, por lo general eligen parrillas de alta gama.

Los demás, los que buscan lo auténtico y aún así quieren probar la carne argenta, apuntan a parrillitas “con onda”, como La Cholita (Rodríguez Peña 1165), uno de los restaurantes de la cadena que incluye también a Cumaná, Las Cabras, Las Cholas y El Ñandú. Todos ofrecen parrilla, pero también platos autóctonos a buenos precios en ambientes ruidosos e informales. Algunos de los extranjeros que las visitan se comprometen tanto con la experiencia que se piden una cazuela típica (locro, seguramente) y, para bajarla, mate. ¿Cuánto pagan? $100 por cabeza, en promedio. Menos de la mitad de lo que cuesta un ojo de bife en Las Lilas.

El circuito alternativo de Recoleta continúa a pocas cuadras de allí, en Uruguay 1175, en El Álamo, antro de perdición y punto obligatorio si lo que se busca es codearse con gringos mientras se proyectan partidos de la NBA de fondo.

Desde que abrió en 2005, El Álamo es el bar más buscado por los lectores de Time Out (biblia del turismo independiente), pero uno de los comentarios en su página web sintetiza claramente el por qué del fenómeno: “Si lo que querés es una experiencia sofisticada, dejá de leer y no vayas, pero si te gusta juntarte con mucha gente y tomar, estás en el camino correcto”. Los precios son uno de los factores principales que lo hacen atractivo: shots de tequila por un peso (sí… ¡un peso!), cerveza gratis para las chicas hasta la medianoche y pizza libre hasta las 21 horas, dependiendo del día. Con una consumición obligatoria de $50, alcanza para dos litros de cerveza, lo que hace que salir sobrio de ahí sea casi una misión imposible. Quien lo quiera comprobar, que pase por la puerta cualquier día a partir de las 12 de la noche o hable con los furiosos vecinos. El Álamo abrió hace unos meses una nueva sucursal en Avenida Córdoba 5267.
Otro spot con una propuesta casi idéntica pero a pasos de Plaza Armenia es Sugar (Costa Rica 4619), donde hay 2x1 de tragos de $40 y en una pantalla gigante se pueden ver partidos de fútbol… americano.

EXPATS EN SU SALSA
“El brasilero entra y espera encontrar un restaurante en todas sus líneas, no le gusta tener que ir a pedir a la barra. El gringo, en cambio, tiene mucha cultura de bar, por eso nos llevamos bien. Proponemos el juego que le gusta”, explica Agustín Bertero, propietario del bar Duarte (Godoy Cruz 1725).

Este bar se convirtió, en tan solo un año, en un foco donde encontrar a otra rama del turismo: los “expats”, que residen afuera de su país de origen por más de un par de semanas de vacaciones y no tienen que esforzarse para “vivir Buenos Aires como un porteño”; lo hacen porque no les queda otra. Alquilan departamentos, sufren los cortes de luz en verano y para ellos ir al supermercado es más que una excursión en búsqueda de dulce de leche y alfajores. La propuesta de Duarte atrajo a los expats que están acá estudiando o trabajando por algunos meses. “Pero no siempre gastan más, es algo misterioso. Capaz viven a birra y se toman seis cada uno, en vez de tres”, cuenta Bertero. Hace poco, incluyó entre sus jarras ($80 la grande, ideal para dos) la de vodka y soda, típica bebida de las barras americanas: “La puse a ver si funcionaba, y funcionó”.

En cuanto a restaurantes, uno de los que más atrae a los extranjeros es La Fábrica del Taco (Gorriti 5062) que inclusive se cuela en las listas de los más buscados en guías turísticas independientes junto a pesos pesados como La Cabrera y El Café Tortoni. El local de comida puramente mexicana (quiere diferenciarse de la tex-mex, acá no hay queso cheddar), fue pensado para extranjeros desde su apertura. De hecho, arrancó en 2010 siendo un club de mexicanos adonde se podía comer como en cualquier esquina del D.F. y ver los partidos del último mundial en sus mesas comunales. De a poco empezaron a caer extranjeros. Su brand manager, Alex Ruiz, explica: “Nos sorprendió encontrar europeos y yankees comiendo tacos en Buenos Aires, pero entendimos que para ellos la cultura del taco está muy metida tanto en los restaurantes como en casa. ¡Hasta los compran congelados en el supermercado!”.
Otro aspecto no menor es que la propuesta de La Fábrica del Taco ilustra una típica noche de fiesta americana con comida, música, margaritas, shots y jarras para varios. Hoy es un punto de encuentro para norteamericanos de entre 18 y 28 años, en especial en fechas como el “spring break” (vacaciones de primavera que caen en nuestro pleno otoño). Los números reafirman el fenómeno: el consumo de los extranjeros representa un 40% de sus ingresos con un gasto promedio per capita de $150, bastante si se tiene en cuenta que los tacos salen entre 20 y 30 pesos.

A tres cuadras de allí, está Magdalena’s Party (Thames 1795), un refugio de expats donde el público extranjero menor a 30 años representa la mitad de la clientela. Pero Magdalena’s no es un bar de norteamericanos para norteamericanos; es un bar de cultura y comida típica de Estados Unidos en el que todos pueden pasarla bien, si bien es cierto que, para los que vienen de E.E.U.U., su principal atractivo es ser un “hogar fuera del hogar”. Los más valientes y nostálgicos pueden pedir el Champion Breakfast, no apto para porteños. ¿Qué lleva? Todo lo de la carta de desayuno por $80: una montaña de french toast, pancakes, panceta, omelette, entre otras delicias no aptas para quienes cuida su silueta. El que se lo termina, se lleva un voucher para usar en el restaurante otro día. Como a los americanos les gusta mucho beber, todos los días les da razones para que lo visiten: los martes hay happy hour toda la noche, los jueves vodka Skyy por $15 y los domingos, con el brunch, “botomless mimosas”: jugo de naranja con espumante libre por 50 pesos.

Mientras tanto, cada dos meses, la reunión de fin de semana se traskada al BA Underground Market, organizado por la publicación inglesa The Argentina Independent. El mercado, que suele realizarse en IMPA La Fábrica Ciudad Cultural (Querandíes 4290, Almagro), ofrece productos de todas partes del mundo en puestos manejados, en su gran mayoría, por extranjeros. Al recorrerlo, cuesta entender si preguntar los precios en español es desubicado. Los visitantes llegan en grupos grandes y hacen colas infinitas por las bratwust (salchichas alemanas), las albóndigas holandesas y la comida hindú auténtica.

RARO REFUGIO DE TURISTAS COOL
Dentro de los lugares populares entre extranjeros, el caso más llamativo es el de San Bernardo (Av. Corrientes 5436), bar típico porteño con luces bajo consumo y mesas de pool y ping pong. Los martes este antro se llena de caras bonitas y chicos bien vestidos que se mezclan con la clientela del barrio que promedia los 60 años. Los estadounidenses, franceses, suecos y alemanes llegan porque alguien les pasa el dato y, si no se espantan por lo bizarro de la propuesta, se enamoran del eclecticismo: desde dos chicas besándose hasta un señor durmiendo sobre una de las mesas, pasando por grupos jugando al burako y al dominó. Los mozos de vieja estirpe se sorprenden por lo ruidosos que son los extranjeros pero los quieren “porque son muy educados”. Eso sí, van a buscar su bebida a la barra como si estuvieran en un pub en pleno Dublín. Cerveza barata, maní y billar.
Por Valentina Ruderman
Ilustración: Laura Morales

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