Casualidades,
jugadas riesgosas, giros del destino. Más allá de aromas, colores y
estructuras, muchos vinos nacionales tienen historias que merecen ser
conocidas, como las de estas diez marcas y etiquetas que seleccionó
Joaquin Hidalgo.
El ícono de los vinos de guarda argentino
salió "de chiripa", como se dice en Mendoza. De pura casualidad. Fue en
1977, cuando a la hora de la vendimia, Bernardo Weinert y Don Raúl de
La Mota, bodeguero y enólogo respectivamente, sacaban cuentas para hacer
la cosecha y los números no daban. Mientras las otras bodegas
cosechaban y elaboraban sus vinos, Weinert tuvo que esperar a que se
ajustara el precio de la mano de obra y de la uva a su favor. Recién
entonces pudieron empezar a elaborar su Malbec Estrella. Casi 36 años
más tarde, el vino es una leyenda de la guarda, citado siempre como el
ejemplo de lo que puede llegar a ser un tinto argentino cuando se lo
trabaja bien.
Sin quitarle mérito a uno de los Malbecs
fundacionales del vino moderno, esta historia matiza y humaniza las
cosas. Y hay muchas otras que merecen ser contadas. Un poco porque
convierten a ciertos mitos de la industria en problemas de carne y hueso
resueltos por gente ídem; y otro poco porque es fascinante conocer los
secretos que esconden las botellas.
Altos Las Hormigas.
Cuando esta bodega apareció en el mercado conjugaba tres factores
clave: un nombre novedoso, un vino novedoso y un equipo de gente
novedosa. Sin embargo, pocos conocen el origen del nombre y lo atinado
que resulta. Cuando los italianos propietarios -entre ellos el celebrity
wine maker Alberto Antonini- invirtieron en 1996 en una tierra virgen
de Medrano, junto a una cerrillada mendocina, no se imaginaron que entre
esos espinos estaría oculta su peor pesadilla: las hormigas. Ni bien
comenzaron la plantación los bichos descubrieron que había un nuevo
campo de brotes verdes y tiernos listo para devorar; los dueños, a su
vez, descubrieron que las hormigas eran un enemigo voraz, implacable y
metódico. Las combatieron con todo el arsenal que hallaron disponible
hasta que, con el tiempo, llegaron a una suerte armisticio: hoy las
hormigas guardan una prudente distancia y la bodega les rinde homenaje
con su nombre. No parece un mal acuerdo, después de todo, para los
millones de botellas que llevan vendidas desde entonces.
Finca La Anita Corte G Impredecible 2011.
Muchos hallazgos en el vino se deben a sommeliers con voluntad de
enólogos. Phil Crozier, de la cadena de restaurantes inglesa Gaucho
Grill, es uno de ellos y este Corte G "impredecible" resulta un ejemplo
perfecto. Phil visitó la bodega a fines de 2011 y probó los vinos en
tanques. Decidió, junto con la enóloga Soledad Vargas, encargar un corte
de Malbec al 50%, Cabernet Sauvignon al 30% y el resto Syrah (15%) y
Petit Verdot (5%). Ese era el corte G. El problema es que Crozier vive
en Londres. Seis meses más tarde, el sommelier llamó desde allí para
explicar que no podría estar a la hora del embotellado -como se había
acordado- y que confiaba en que su vino marchara bien. Con flema
británica se la jugó y pidió el embarque, no sin hallar una solución de
compromiso si acaso el vino no era todo lo que esperaba: le puso de
nombre Corte Impredecible. Y el vino resultó un hit.
Saurus.
El vino argentino no es un dechado de imaginación a la hora de los
nombres de bodegas y de sus marcas. Saurus es una excepción. Primero,
porque alude a los gigantes reptiles de otra época. Segundo, porque no
alude a todos, sino a uno en particular que, hace unos cien millones de
años, tuvo la humorada de morirse justo donde los Schroeder emplazarían
su bodega. Y así, cuando en 2003 iniciaron la excavación en la barda del
Río Neuquén -conocida tierra de fósiles-, emergió el esqueleto para
sorpresa de todos. La bodega no pudo construirse mientras el equipo de
paleontología trabajó en la extracción de los huesos y Familia Schroeder
debió esperar un año más para salir al ruedo. Al menos obtuvieron una
marca exclusiva a cambio, junto con la osamenta del bicho, que hoy puede
visitarse en la cava de la bodega.
Malamado. El
nombre más original que haya en la industria del vino local: Malbec A
LA MAnera De Oporto. La palabra es fuerte, sonante y con un sabor de
añeja piratería que calza además con las siglas que describen el vino en
cuestión. Cuenta la leyenda que en Familia Zuccardi tenían el vino y no
tenían idea de cómo llamarlo. Y que entonces, en una noche de copas y
amigos que compartían junto al creativo Jorge Schussheim -escritor,
guionista, músico y publicista- le confiaron su dilema. La idea brotó en
el acto de la boca Schussheim. Idea, cabe aclarar, que los Zuccardi
quisieron pagar y que el creativo se negó a cobrar, ya que no estaban
ahí por negocios. Eso sí, tiempo atrás Schussehim nos contó que es
bebedor vitalicio de Malamado, del que recibe todos los años una
generosa cantidad a cuenta y cargo de su ocurrencia.
Mendel Semillón.
Cuando salió a la venta en 2009 llamó la atención de todos los
sommeliers. ¿Cómo había podido hacer Roberto de la Mota, reconocido
enólogo de tintos, para conseguir un vino tan diáfano, tan equilibrado y
tan elegante? La respuesta es la siguiente: en la finca de Mayor
Drumond, donde está la bodega, hay un cuartel de Semillón que había sido
vendido a una champagnera hasta que, en la vendimia de 2008, se
quedaron sin contrato. Intentaron ubicar la uva en otras bodegas sin
éxito. Y como maduraba sin comprador, de la Mota decidió elaborarla para
que no perdiera valor; después verían a quién venderlo. Era su primer
vino blanco. Decidieron embotellarlo y, sin querer queriendo, como diría
el Chavo del 8, nació un blanco que va para clásico y del que hoy, la
bodega elabora unas 12.000 botellas que vende incluso por anticipado.
Ópalo. Se
hizo famoso por ser el primer vino de alta gama sin madera. Cuando vio
la luz en 2004, los fanas, sommeliers y periodistas especializados
alababan el coraje de Mauricio Lorca de sacar un vino caro sin crianza
en roble precisamente cuando la madera cundía como un bálsamo de
calidad. Fiel a su estilo, Lorca no dijo mucho. Pero con los años se
conoció que Ópalo nació de forma ingeniosa como una solución a un
problema financiero de un enólogo que, en plan de fundar un proyecto
personal, no podía pagar las barricas. Los consumidores, agradecidos por
el vino, que sigue siendo emblema de tinto sin madera.
Bianchi Stradivarius Cabernet Sauvignon 1998.
Ese año se dio la peor cosecha de la que se tenga memoria en las
bodegas argentinas. Llovió tanto y tan seguido, que la uva se echó a
perder y no quedó otro remedio que inventar cosas para salir del paso.
Una de esas salidas del paso fue este espumante de Cabernet. Como la uva
no tenía color, pero sí estaba buena de aromas y sobre todo de acidez,
en Casa Bianchi decidieron lanzarse a la pileta con un Blanc de Noir
-como se hacen las bases de espumante- de la variedad más sobria y
tinta. Una vez elaborado descubrieron que estaba muy bueno y decidieron
embotellarlo a ver cómo evolucionaba. Los años lo hicieron cada vez
mejor y, en 2009, cuando finalmente vio la luz, era un milagro del sabor
y la rareza.
El Enemigo. Así se llama el vino
que Alejandro Vigil -enólogo jefe de Catena Zapata- elabora por su
cuenta. La primera cosecha de este Malbec coincidió con el nacimiento de
su primer hijo quien, de paso, llegó para ponerle los puntos en su
casa: si hasta ayer Vigil era el rey, ahora había sido destronado por la
criatura; donde él había mandado, ahora mandaba su primogénito,
haciéndose con el amor de la esposa, las noches y su tiempo de ocio.
Como los poetas, Vigil sublimó su bronca. Y en un curioso homenaje de
nacimientos -el del vino y el de su hijo- llamó El Enemigo a su Malbec
2008. La osadía cosechó inmediatos aplausos.
Tres14.
Es curioso cómo los vinos más excitantes nacen fuera del marco de las
bodegas tradicionales. Con una marca que parece más una contraseña de
Hotmail que el nombre de un vino, Daniel Pi -enólogo jefe del Grupo
Peñaflor- consiguió modelar con picardía su proyecto familiar. Pi es el
número mágico (=3,14159...) que nubló nuestra escuela primaria con
cálculos sobre circunferencias y áreas. Pero lo que no todo el mundo
sabe sobre π es que se trata de un número irracional, cuyo período
infinito nunca establece parámetro alguno. Como el vino, sostiene
Daniel. Con la misma lógica, la marca es "Tres" por sus hijos, "14" por
el borracho, con lógica quinielera. Ya está a la venta el Malbec 2010.
MALO: UN NOMBRE BUENOMalo
2010, el nuevo blend de Dieter Meier Wines, merece su nombre. Como
Dieter es un artista cabal -además de empresario- en la joven bodega
sentían la presión por hallar una marca fuera de serie para su vino
ícono. Meier había comenzado su carrera de músico sin tocar ningún
instrumento y logrado vender millones de copias con su banda Yello. Así
sentó las bases de la música electrónica. Estar a la altura de las
circunstancias en materia de vino no parecía sencillo. Y llegaron a un
brain storming en el que cada una de las marcas candidatas se caían por
ser malos nombres. "Malo, malo", dicen que repetía Dieter en su
castellano podado a la suiza. Hasta que se iluminaron. El nombre estaba
ahí. Tenía fuerza, era rebelde y prometía. Chequearon y no estaba
registrado: hasta ahora nadie había tenido la audacia de decir que su
ícono era el villano de la película.
Link: http://www.planetajoy.com/?Historias_vinimas%3A_10_botellas_que_esconden_anecdotas_curiosas&page=ampliada&id=6177#
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