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Fuente: iProfesional | J.D.W. – Editor Vinos & Bodegas.
Michel Rolland, el prestigioso enólogo e impulsor del proyecto Clos de Los Siete, profundizó en el debate que envuelve a esta cepa y sus perspectivas de cara al futuro. En los últimos años, un creciente número de bodegas avanzaron en la revalorización de la Bonarda.
Esta cepa, que hasta no hace mucho era utilizada como uva para obtener volumen y vinos de calidad mediocre o aceptable, de pronto, comenzó a ganar nuevos adeptos entre los bodegueros, que ahora están intentando reposicionarla.
La historia de la Bonarda en la Argentina es de película: durante años, creció al amparo de la fama de la “otra” Bonarda, la Piamontesa. Sin embargo, tras realizarse una serie de estudios del que participó la Universidad Nacional de Cuyo, se determinó que en realidad se trataba de la Corbeau, una cepa de origen francés.
Pero no fue hasta hace un par de años que esta cepa, que se fue adaptando a los diferentes terroirs locales, fue “independizada” de la mano del Instituto Nacional Vitivinícola.
Así es como hoy se puede hablar perfectamente de Bonarda Argentina, tal como están promoviendo ya varias bodegas en el frente de sus etiquetas.
Y si bien todavía no hubo una “catarata” de Bonardas de alta gama, no es menos cierto que año a año se van sumando algunos ejemplares al mundo de las Bonardas “high class”, con ejemplares que incluso superan los $200 en las góndolas.
En este contexto, el prestigioso enólogo Michel Rolland, impulsor del proyecto Clos de Los Siete y uno de los responsables de posicionar a la vitivinicultura argentina en el concierto mundial desde principios de los años noventa, relativizó el potencial de la Bonarda de cara al futuro.
En el marco de la presentación de la última añada de Val de Flores Malbec, el flying winemaker aseguró que “en la Argentina se puede lograr una buena Bonarda, pero más que nada como vino comercial, de mesa… nunca se podrá apuntar a que la Bonarda supere la calidad que tiene el Malbec“.
“Se puede apuntar a lograr vinos de buena calidad, pero no de altísima gama como sí se puede lograr con el Malbec“, subrayó el experto, para quien es estéril el debate sobre el posible posicionamiento de la Bonarda como “sucesora” de la cepa estrella de la Argentina.
Rolland fue un paso más allá y destacó que, contrariamente a lo que vienen pregonando algunos enólogos, “las mejores Bonardas que probé venían de Catamarca y de San Rafael. No eran vinos superlativos, pero sí de buena calidad”.
Malbec, la estrella
Durante la cena, que se desarrolló en el restaurante Le Grill de Puerto Madero, Rolland explicó que “cuando llegué a la Argentina a fines de los ochenta, no conocía mucho de los vinos locales. Por eso pedí que me organizaran una cata en la que probé 35 vinos”.
¿El diagnóstico? “La verdad es que todos los vinos estaban totalmente fuera del estilo que el mundo buscaba en ese entonces”, sentenció.
A la hora de trazar una radiografía sobre aquellos años, el enólogo destacó que “eran vinos muy jóvenes, con poca estructura y muy verdes. No había concepto alguno. Todo se cosechaba verde, no había maceración, prácticamente no se usaban barricas…”.
Así las cosas, Rolland explicó que en ese mismo viaje “les dejé a los enólogos un listado de 22 puntos que debían cambiarse para lograr un salto en la calidad”.
Entre otras recomendaciones, el flying winemaker resaltó que pidió mejoras en:
• Raleo: “había plantas que estaban totalmente cubiertas por hojas, que no dejaban pasar la luz”, relató.
• Tiempos de cosecha: “todo se cosechaba verde, cuando en realidad, para hacer grandes vinos, se necesita madurez”, disparó.
• Trabajo en bodega: “cuando llegué ni siquiera se sabía lo que era el remontaje. Metían el mosto en las piletas y lo dejaban un par de semanas y después sacaban todo”, aseguró.
Según Rolland, “desde el principio confié en el Malbec. Ya se perfilaba como la gran estrella de la Argentina”, relató el experto, quien sin embargo resaltó que “ni los propios enólogos argentinos sabían qué tenían entre manos. De hecho, todos estaban arrancando Malbec y plantando Cabernet Sauvignon“.
De sus primeras experiencias en el Norte Argentino, Rolland hizo especial hincapié en el Torrontés: “Era el único vino que se diferenciaba del resto. Tenía su gusto particular y mucho carácter. Era bastante bueno, pero después mejoró”, soltó entre risas.
En este contexto, Rolland intentó zanjar años de debate sobre la famosa tipicidad de esta cepa blanca: “En aquellos años estaba presente ese característico amargor“, relató, pero pidió no dejarse engañar por ese único argumento: “Pero ese amargo también se daba porque se prensaba mal la uva y se elaboraba con el raspón. Todo eso contribuía. Después, con los años, se fue entendiendo más a esta variedad y actualmente es lo que todos conocemos”.
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