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El jefe de Enología de la bodega Catena Zapata, Alejandro Vigil, ha sido elegido por la reconocida revista Decanter, de Inglaterra, como una de las personas más influyentes en el mundo del vino.
Alejandro Vigil acaba de cumplir 40 años y la revista Decanter, de Inglaterra, lo eligió como una de las personas más influyentes en el mundo del vino, tras seleccionarlo en la lista de “Ones to Wacht” (Lo que hay que mirar).
Este es un reconocimiento internacional a su trabajo como enólogo de la bodega Catena Zapata y por ser un incansable explorador de zonas extremas para el cultivo de la vid en Argentina.
Con una destacada faceta mediática, resalta que “comunicar es parte del ejercicio” de los enólogos, pero que “hay que saber manejar la exposición en los medios”. A la hora de hablar de su futuro, aspira a seguir trabajando y afrontando los desafíos como cada día, pero especialmente a compartir la vida con su familia.
Previo a una gira por Latinoamérica, donde asegura que “tenemos una gran potencial exportador en países como Colombia y México”, Vigil se reunió con Negocios y Economía para hablar de diversos temas de la industria.
–¿Qué significa este nuevo reconocimiento?
–Me parece que lo que intentan estos reconocimientos no es jerarquizar a una persona sino a una región. En este caso es para toda una generación de enólogos que estamos trabajando en lo que se denomina vinos de terroir y en la identificación del carácter argentino. Esto nos potencia, no sólo a la industria y a la región, sino a todo lo que está alrededor, especialmente el turismo.
–¿Qué posición tiene Argentina hoy en el mundo del vino?
–El vino ha logrado mantenerse independiente de los vaivenes que sufre el país. Hace 11 años viajé a Estados Unidos, fui a una bodega y me encontré con su enólogo. Lo primero que le sorprendió fue que hacíamos vino, lo segundo que no hablamos portugués y que nuestra capital no era Río de Janeiro, y cuando le dije que llevamos 200 años h
aciendo vino fue la sorpresa mayor. Ahora cuando voy a Napa Valley saben qué es el Valle de Uco, conocen muchas marcas, reconocen personas. Hemos avanzado muchísimo, pero hay que seguir trabajando.
–¿Y con el mercado interno qué pasó?
–Evidentemente se transformó, nunca vamos a saber si es para bien o para mal. En el final de la historia uno se entera. Hay un crecimiento leve y sobre todo en los últimos años que hemos logrado competir con la cerveza. Pero hay que seguir informando al consumidor, que si se va especializando tiene más herramientas para entender las diferentes variables que tiene el mundo del vino. Eso sin dudas es trabajo de las asociaciones gremiales o asociaciones de bodegas, de lograr educar.
–Muchas veces el consumidor se pregunta porqué varían tanto los precios de los vinos…
–En los últimos años existía una brecha importante entre lo que se exportaba y el mercado interno y eso se ha ido modificando o achicando. De todos modos, el precio del vino está conformado por una serie de valores, que hoy el 60% pasa por la mano de obra y es muy complicado, porque hay un aumento de este costo todos los años. Un vino tendría que haber aumentado en los últimos cinco años más del 150%.
También el precio de la uva y el uso de la madera, es decir, la guarda que tiene el vino. Eso tiene un costo financiero grande, lo cual muchas bodegas han optado por sacar el vino joven, casi sin paso por madera.
–¿Esto explica la diversidad de precios de un Malbec, por ejemplo, donde hay de $25 y otros de $150?
–Eso es una gran ventaja para nosotros. Porque al final lo que va identificar el precio va a ser la zona. Estamos hablando a largo plazo en la industria vitivinícola. En Mirador, Rivadavia, por ejemplo, uno encuentra un Malbec más casual, rico, liviano y por otro lado, vamos a encontrar otro de poco rendimiento en Eugenio Bustos, donde quizás se cosecha cada dos años y eso irá determinando los precios. No tiene que ver con mayor o menor calidad. La calidad debe estar en todos los segmentos.
–¿Qué otra cepa debería acompañar al Malbec en la promoción del vino argentino?
–Creo que deberíamos ponerle apellido al Malbec, La Consulta, Gualtallary, El Mirador, entre otros. Hay que profundizar el trabajo en las zonas para que surjan los varietales que mejor se adapten para acompañar al Malbec. Pero hay que tener paciencia, porque al mundo ya le podemos mostrar grandes cepas como el Cabernet Sauvignon, el Cabernet Franc y el Chardonnay. Hay que profundizar la identificación geográfica y por otro lado, el mercado también va ir marcado la tendencia. Es difícil ponerse en contra del mercado, pero el Malbec recién empieza.
–¿Es negocio el mundo del vino?
–El que invierte sabe que durante muchos años va a pérdida, hasta que logra desarrollar un mercado. Las bodegas que viven de vender vino atraviesan años que tienen buenos márgenes y otros que van a pérdida. Tener viñedos no es rentable, sobre todo en la alta gama. Las estadísticas de ventas de vino argentino de precios altos (por arriba de U$S300) no superamos las 3.000 cajas. Eso para todo el país es nada, la rentabilidad es muy pequeña. La industria vitivinícola históricamente ha sido así.
–¿Cómo ve el futuro para los pequeños bodegueros en ese escenario?
–Sin lugar a dudas son las partes más afectadas en esta coyuntura donde su base de venta estaba en el segmento debajo de los U$S35 la caja. El mayor afectado es el productor de uva porque todo se adecuaba a una ecuación real donde la calidad como tal nunca se pagó y segundo que la uva de esa calidad que necesita la industria es una pequeña producción del total. Según las estadísticas de ventas, tanto de exportación como de mercado interno, los vinos de alto precio que se venden son muy pocos. Yo no veo otra posibilidad que no sea la integración de las pequeñas bodegas, donde bajen las estructuras y aúnen costos. Se puede unificar desde la compra de insumos hasta el manager de exportaciones, hay que servirse de la coyuntura para formar este proceso integrador y cuando tengamos un dólar distinto van a ser mucho más competitivos. Tienen que trabajar sobre su marketing porque el mundo lo esta buscando: el vino garaje o de pequeños productores de alto vuelo y a partir de allí, armar su pirámide al revés.
–¿Qué le permite El Enemigo, su propio emprendimiento?
–Es una sensación de libertad total, que lo peor que me puede pasar es no vender el vino. Está muy bueno, uno puede probar ciertas cosas y no necesariamente tienen que ser exitosas. Pero después de eso no hay una diferenciación, trato de hacer lo mejor con la uva que llega a la bodega como hacemos con los demás vinos.
–Usted pertenece a una nueva camada de enólogos que tienen muy alto perfil ¿Cómo lleva la relación con los medios?
–Cuando uno decide comunicar es parte de un ejercicio. Sobre todo del lugar que yo lo puedo hacer, que no es profesional. No estoy arriesgando mucho, pero tiene que ver con comunicar con lo que uno hace, especialmente para que sea más tangible para el consumidor de vino. Y esa interacción me ayuda a crecer como profesional. La exposición tiene cosas muy buenas y muy malas; pero cuando uno se expone tiene que saber manejarlo. Cuando uno abre la puerta entra todo el mundo. De todos modos hay que saber encontrar los límites para no caer en un precipicio.
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