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Ni un sibarita, ni un bon vivant, el foodie es un joven que encuentra en la comida y la bebida una forma de entretenimiento.
Está el que te invita a cenar a su casa y, no bien llegás, despega un
imán de la heladera, levanta el teléfono y te pregunta qué gusto de
empanada preferís.
Y está el que te recibe con panes caseros y un dip de queso crema con albahaca y ciboulette. En la mesa, ya tiene descorchado un Pinot Noir de la bodega Las Perdices. Sentís un olorcito rico que llega desde la cocina. “Bondiola a la cerveza negra con papines andinos”, comenta tu anfitrión, casi al paso.
¿Cómo se explica la diferencia entre uno y el otro? Muy simple: el segundo es un foodie.
Este término es el que se utiliza hoy en Estados Unidos y en Europa para denominar a una persona joven con un marcado interés por la cocina, el vino y la gastronomía en general.
A diferencia de otros conceptos similares como “sibarita” o “gourmet”, el foodie no es exclusivamente un consumidor de productos de alta gama, que desdeña bodegones barriales, mercados callejeros y vinos de supermercado. Por el contrario, es un buscador de rincones desconocidos para el gran público. No le interesa sólo lo mejor de la gastronomía; le interesa todo. Además, no tiene ningún vínculo profesional con el mundo de la comida y la bebida: es un amateur apasionado, que ama comer, cocinar y recibir gente en su casa.
El foodie es, en definitiva, el consumidor que tienen como target las marcas de productos top en el rubro gastronómico: un hombre o una mujer de entre 30 y 40 años, de clase media, o media alta, para quien comer es mucho más que alimentarse.
Si el argentino promedio destina un 10 % de sus ingresos a la compra de alimentos y salidas a restaurantes, un foodie pone un 25% en ese rubro. Esto no quiere decir que sea millonario. Simplemente, deja de lado otros placeres y prioridades para comer como más le gusta. Prefiere gastar $200 en una cena en algún bistró, antes que comprarse una camisa en Penguin. Si no le queda otra que perderse un recital para poder seguir yendo a la vinoteca a elegir sus vinitos para el fin de semana, no tiene problema en hacerlo.
Sin saber que se los llama de esa manera, los foodies abundan en Buenos Aires. Muchos de ellos están leyendo esta nota. A continuación, te contamos algunos de los comportamientos típicos del foodie porteño. Si te sentís identificado con estas costumbres, ya sabés cómo presentarte a partir de ahora.
1. AMA LOS BISTROTS DE AUTOR
El foodie esta dispuesto a gastar entre 150 y hasta 250 pesos en una buena experiencia gourmet. Es decir: en probar platos de autor que sólo se sirven en determinado restaurante. Sólo en The Food Factory puede degustar un pulpo al horno con aire de ajos, miel y cilantro como el que prepara Tomás Kailka. Sólo en Demuru podrá comer esa bondiola en salsa de cassis con el toque justo de tomillo y coriandro que le pone Juan Pedro Demuru. No hay otro restaurante que no sea Tipula, en donde se prepare una salsa como el caldo de jamón serrano, guisantes y berberechos que utiliza Hernán Gipponi para darle sabor a la pesca del día. Su elección va más allá de la calidad de la comida. Al foodie lo atrae la calidez del lugar y agradece la posibilidad de poder conversar con el chef que se acerca a la mesa, o de verlo trabajar en la cocina, ya que muchos de estos restós tienen sus cocinas a la vista; para el foodie eso es mucho más que una simple curiosidad. Otros restaurantes de su predilección son, por ejemplo, Paraje Arévalo, Sifones & Dragones, Almacén de los Milagros, Las Pizarras, Café San Juan y Doppio Zero.
2. ADA CONCARO PUEDE ESPERAR
El foodie no se desvive por comer en las mesas de los grandes popes de la alta cocina porteña, como La Bourgogne o Tomo I. Sabe que algún día, cuando quiera darse un gusto, podrá juntar 400 pesos, ponerse el saco y los zapatos para una cena especial y probar las codornices sobre endibias a la salamandra de Ada Cóncaro, o el faisán en dos cocciones de Jean Paul Bondeaux. Pero tiene claro que puede conseguir platos de autor, igual de buenos en restaurantes más informales, económicos y acordes con su onda.
3. ACUDE A LOS BODEGONES
La principal característica que diferencia a un foodie de un sibarita es su amplitud de visión. Indistintamente, puede elegir comer un atún rojo con maní tostado en Paraje Arevalo, o un guiso de lentejas en Miramar. Es que, fuera de la orbita top de la cocina porteña, el foodie transita los suburbios: conoce desde los peruanos del Abasto (Cusco Hatuchay, Los Trujillanitos), hasta los bodegones de la zona sur de la capital (La Coruña, Gijón), pasando por los enigmáticos restaurantes coreanos de la avenida Carabobo, en el Bajo Flores. Busca el folclore y todo lo que ello implique. Llorar y moquear por el Kimshi picante en el coreano Biwon, ser maltratado por el excéntrico dueño japonés de Sukiyaki, o salir de La Maroma con olor a guiso en la campera. Nada de eso le importa al foodie. La gastronomía es parte de su entretenimiento urbano.
4. COME CARNE EN PARRILLAS MEDIAS
Cuando quiere comer buena carne argentina, un foodie no gastará una fortuna para cenar en Cabaña Las Lilas, El Mirasol u otras parrillas high class. Va a alguna parrilla barrial, donde sabe que la calidad de los cortes no es superlativa, pero guarda una buena relación con el precio. ¿Quién quiere pagar $130 por un ojo de bife en La Brigada cuando por $70 tiene una jugosa entraña acompañada de una ensalada de hojas verdes y hongos portebello en El Bonpland? La Dorita, Las Huazas y Miranda son algunos de sus puntos cárnicos predilectos. Pero para juntarse con los amigos después de un partido de fútbol, también elige fondas como Lo de Mary, El 22, o La Luli.
5. PREPARA ASADOS ESPECIALES
Al preparar asados en su casa, es afecto a los condimentos y las marinadas: deja los cortes en chimichurri desde la noche anterior y, una vez ya cocinados, les agrega una gota de humo líquido antes de comerlos. Pequeños detalles que le dan nuevos sabores al asado de siempre. Por ser caro y no guardar ningún secreto en su preparación, suele evitar el lomo. En cambio, es afecto a la bondiola. Sueña con tener un horno de barro.
6. EN LA SEMANA SALE; LOS SABADOS COCINA
Otra característica del foodie porteño es que sale a cenar durante la semana (idealmente miércoles o jueves), cuando hay menos gente en los restaurantes y se garantiza un mejor servicio para disfrutar de la cena tranquilo y, llegado el caso, conversar con los cocineros. Los fines de semana, con más tiempo disponible, prefiere dedicarlos a hacer compras durante la mañana, cocinar a la tarde y recibir amigos en casa por la noche.
7. FAST FOODIE
El agitado ritmo de vida de Buenos Aires es una complicación para el foodie. Almorzar en la ciudad, bien, rápido y a buen precio no siempre es fácil. Ante todo, evita dos cosas: las tartas recalentadas en microondas y los menús de mediodía medio pelo (tiene claro que la carne al horno con papas son las sobras del día anterior). En cambio, agradece la llegada de restaurantes que se suman al concepto de “fast good”, acuñado por el catalán Ferrán Adriá, que apunta comidas rápidas y simples, pero con ingredientes frescos y originales. Así, en lugar de gastar $9 en un pebete de jamón y queso en un quiosco y terminar la tarde hambriento y picando Cerealitas, va a Mineral, sobre la calle Reconquista, y elige un contundente sándwich Normandie, de queso brie, rúcula, pesto y tomates secos. Sopas, wraps, woks y ensaladas son algunas de los platos predilectos del foodie en lugares como Open Kitchen, Mark’s, Platón, WokiShop, Nsalad, WokInn y Ambiente Wok.
8. CREATIVIDAD FOODIE
El foodie puede vivir tranquilamente sin imanes en la heladera: jamás necesita recurrir al delivery. ¿Le sobraron fideos del día anterior? Rompe dos huevos, los mete al horno y se arma una fritata. ¿Le quedó asado del domingo en la heladera? Lo corta en cubitos y se arma flor de estofado. Siempre tiene a mano una cebolla, un queso crema, y una lata de tomates, para armar una rica cena sin levantar el tubo.
9. CONOCE LOS MERCADOS
Un foodie sabe desde hace tiempo que en el Barrio Chino de Belgrano se consigue por $16 un kilo de jibia, un marisco que similar al pulpo, casi igual de bueno, pero dos o tres veces más barato. Pasea por los supermercados de la zona sabiendo exactamente adónde ir y qué conseguir en cada local. Suele discutir con otros foodies sobre si Casa China (“el de Arribeños”) es el mejor súper para comprar corvinas enteras o si son más frescas los de Asia Central (“el de Mendoza”). Además, conoce el mercado Andino de Liniers, el Galpón Orgánico de Chacarita y el mercado de San Telmo. Pero el Barrio Chino es el punto neurálgico de sus compras.
10. IMPORTADOS FETICHE
Salsas Tabasco, humo líquido San Giorgio, bitter Angostura, leche de coco Sococo, tinta de calamar Nortindal, Mostaza de Dijon Delouis Fils. Los productos importados son una perdición para el foodie: sabe que muchas veces un toque de estos condimentos le cambian radicalmente el sabor a sus platos. Los compra en delis como The Pick Market, casas de productos importados como Geson, o gondolas de gourmet como la del supermercado Jumbo.
11. ES ORGANICO POR COMODIDAD
El foodie se hartó de las verdulerías de barrio donde no puede conseguir cilantro, morrones amarillos, y cebollas moradas y donde, además, la fruta huele a pesticida. Encuentra una solución en deliveries de verdura orgánica como Tallo Verde o Quinta Fresca, donde recibe en su casa mandarinas jugosas, romero fresco, ciboulette y pack choy. Como las verduras duran mucho y no se ponen feas, le termina siendo más económico que ir a la esquina y comprarle a Don Carlos. En este sentido, el foodie es orgánico por comodidad; no por convicción.
13. EL SUEÑO DE LA NESPRESSO PROPIA
Habiendo ya degustado vinos, tés y aceites, el foodie de 2010 está ávido de conocimiento sobre café: intenta diferenciarlos según su origen, y sólo pide cortados y ristrettos en cafeterías en las que sabe que usan granos tostados de alta gama (The Coffee Store, Café Martínez, Bonafide y las que utilizan productos de Central de Café, entre otras). Aspira a tener algún día una cafetera Nespresso en su casa, pero hoy está muy feliz con su Bodum. Cuando puede, compra café en los locales de Bonafide, en Starbucks o en Establecimiento General de Café. Sino, va al súper y elije el Cabrales tostado. Jamás prepara café instantáneo y huye de las máquinas expendedoras de la oficina.
14. BARRA FOODIE
Cuando llega la hora del after office, el foodie prefiere evitar promos engañosas y pagar $25 por un Gibson, o un Manhattan, antes que poner $20 por dos porroncitos de cervezas de gama media. Eso sí: tiene claro en qué bares puede pedir cocktails elaborados. Jamás ordenará un Old Fashioned en un bar de Plaza Serrano que tenga a la vista botellas de Cusenier y licores Tres Plumas. Algunas de sus barras predilectas son las de Ocho7ocho y Doppelgänger. También aprovecha los generosos happy hours de Kansas. Es enemigo declarado del fernet cola. Lo considera vulgar y aburrido. En todo caso, agrega un chorrito de fernet (siempre Ramazzotti o 1882) a su Cinzano con soda. Es que el foodie es adepto al vermú. Y para eso, no necesita ir a ningún reducto de alta gastronomía.
15. ELIJE VINOS DE ACUERDO AL WINE MAKER
Así como busca restaurantes de autor, el foodie también sigue de cerca de los enólogos, en busca de vinos que cuenten una historia personal y donde se vea la mano del enólogo, sin importar su etiqueta, ni los puntajes que puedan otorgarle los medios especializados. Una vez que descubrió el trabajo de un wine maker que le gusta, comienza a seguirle los pasos. Cuando va a la vinoteca, pregunta si hay nuevas etiquetas de sus favoritos, como pueden llegar a ser Héctor Durigutti, Mauricio Lorca, Alberto Antonini, o Patricio Santos entre otros. Esa es su forma de buscar vinos con cierto riesgo gustativo que encuentra desafiante.
16. YA SE CANSO UN POCO DE LOS TINTOS
El foodie se declara a favor del vino blanco y el rosado. En medio de la dictadura del tinto, su afán por conseguir sabores afilados y combinar bien platos con vinos, lo llevan a cambiar de color de la botella, incluso en una misma comida. Sabe que en una cena de seis personas se cambia el vino al menos cuatro veces y por eso apuesta por beber blancos, rosados y tintos sin amilanarse frente los tinto-dependientes. ¿Sus uvas preferidas? Entre los blancos, el Sauvignon Blanc y el Torrontés. De los rosados, busca los tradicionales, como por ejemplo Montfelury.
17. NO COMPRA VINOS DE MAS DE 50 PESOS
El foodie no bebe vidrio. Sabe que a partir de los 50 pesos, la relación precio calidad de un vino empieza a empeorar y que, para sus aspiraciones, no tiene sentido gatillar 100 o 200 mangos en una botella. Debajo de ese rango de precios, sabe que hallará una buena variedad de vinos además de estar bien hechos, son poco conocidos. Así, además de beber rico, podrá luego darse el lujo de comentar y recomendar sus hallazgos en su círculo de amigos, sin por eso dejar medio sueldo en el camino.
18. BUSCA EL DESCORCHE
Con una pequeña pero digna cantidad de buenos vinos en su casa, el foodie se enoja cuando va a un restaurante y se ve obligado a pagar por una botella el doble de lo que paga en la góndola. Así, a la hora de elegir un restaurante, se fija muy bien cuáles ofrecen descorche y hacía allí enfila, con un tinto bajo el brazo. ¿Algunos de sus favoritos? Paladar Buenos Aires, Irifune, Brotes del Alma y Demetria, por ejemplo.
19. NARDA SI, DONATO NI, MARTINIANO NO
Públicamente, el foodie habla pestes de Donato de Santis y lo tilda de “ladri”. Pero la realidad es que envidia su capacidad de venderse como tano cool y lo respeta. Le caen bien Narda Lepes por ser “buena onda” y por “acercarse al cocinero amateur”. Respeta a Dolly Irigoyen por su trayectoria. Sueña con ser como Francis Mallmann, aunque jamás haya probado sus platos. Siente indiferencia hacia Maru Botana. Definitivamente, descree de Martiniano Molina.
20. SIGUE A TONY BOURDAIN
En cuanto a la catarata de programas sobre comidas y restaurantes que se transmiten por cable, el foodie es selectivo, pero no escapa al lugar común: venera a Anthony Bourdain, al igual que muchos “no-foodies” (en eso radica el genio del chef norteamericano: en captar la atención de todo el mundo sobre un tema que a no a todo el mundo le interesa). Su libro Kitchen Confidential es una suerte de biblia y no se pierde las emisiones de No Reservations, por Discovery Travel & Living. También venera al inglés Gordon Ramsay, por ser un gran showman, como lo demuestra en su programa Kitchen Nightmares (que ahora se transmite por Fox Life), donde agarra restaurantes venidos a menos y los recicla.
Por Claudio Weissfeld
Y está el que te recibe con panes caseros y un dip de queso crema con albahaca y ciboulette. En la mesa, ya tiene descorchado un Pinot Noir de la bodega Las Perdices. Sentís un olorcito rico que llega desde la cocina. “Bondiola a la cerveza negra con papines andinos”, comenta tu anfitrión, casi al paso.
¿Cómo se explica la diferencia entre uno y el otro? Muy simple: el segundo es un foodie.
Este término es el que se utiliza hoy en Estados Unidos y en Europa para denominar a una persona joven con un marcado interés por la cocina, el vino y la gastronomía en general.
A diferencia de otros conceptos similares como “sibarita” o “gourmet”, el foodie no es exclusivamente un consumidor de productos de alta gama, que desdeña bodegones barriales, mercados callejeros y vinos de supermercado. Por el contrario, es un buscador de rincones desconocidos para el gran público. No le interesa sólo lo mejor de la gastronomía; le interesa todo. Además, no tiene ningún vínculo profesional con el mundo de la comida y la bebida: es un amateur apasionado, que ama comer, cocinar y recibir gente en su casa.
El foodie es, en definitiva, el consumidor que tienen como target las marcas de productos top en el rubro gastronómico: un hombre o una mujer de entre 30 y 40 años, de clase media, o media alta, para quien comer es mucho más que alimentarse.
Si el argentino promedio destina un 10 % de sus ingresos a la compra de alimentos y salidas a restaurantes, un foodie pone un 25% en ese rubro. Esto no quiere decir que sea millonario. Simplemente, deja de lado otros placeres y prioridades para comer como más le gusta. Prefiere gastar $200 en una cena en algún bistró, antes que comprarse una camisa en Penguin. Si no le queda otra que perderse un recital para poder seguir yendo a la vinoteca a elegir sus vinitos para el fin de semana, no tiene problema en hacerlo.
Sin saber que se los llama de esa manera, los foodies abundan en Buenos Aires. Muchos de ellos están leyendo esta nota. A continuación, te contamos algunos de los comportamientos típicos del foodie porteño. Si te sentís identificado con estas costumbres, ya sabés cómo presentarte a partir de ahora.
1. AMA LOS BISTROTS DE AUTOR
El foodie esta dispuesto a gastar entre 150 y hasta 250 pesos en una buena experiencia gourmet. Es decir: en probar platos de autor que sólo se sirven en determinado restaurante. Sólo en The Food Factory puede degustar un pulpo al horno con aire de ajos, miel y cilantro como el que prepara Tomás Kailka. Sólo en Demuru podrá comer esa bondiola en salsa de cassis con el toque justo de tomillo y coriandro que le pone Juan Pedro Demuru. No hay otro restaurante que no sea Tipula, en donde se prepare una salsa como el caldo de jamón serrano, guisantes y berberechos que utiliza Hernán Gipponi para darle sabor a la pesca del día. Su elección va más allá de la calidad de la comida. Al foodie lo atrae la calidez del lugar y agradece la posibilidad de poder conversar con el chef que se acerca a la mesa, o de verlo trabajar en la cocina, ya que muchos de estos restós tienen sus cocinas a la vista; para el foodie eso es mucho más que una simple curiosidad. Otros restaurantes de su predilección son, por ejemplo, Paraje Arévalo, Sifones & Dragones, Almacén de los Milagros, Las Pizarras, Café San Juan y Doppio Zero.
2. ADA CONCARO PUEDE ESPERAR
El foodie no se desvive por comer en las mesas de los grandes popes de la alta cocina porteña, como La Bourgogne o Tomo I. Sabe que algún día, cuando quiera darse un gusto, podrá juntar 400 pesos, ponerse el saco y los zapatos para una cena especial y probar las codornices sobre endibias a la salamandra de Ada Cóncaro, o el faisán en dos cocciones de Jean Paul Bondeaux. Pero tiene claro que puede conseguir platos de autor, igual de buenos en restaurantes más informales, económicos y acordes con su onda.
3. ACUDE A LOS BODEGONES
La principal característica que diferencia a un foodie de un sibarita es su amplitud de visión. Indistintamente, puede elegir comer un atún rojo con maní tostado en Paraje Arevalo, o un guiso de lentejas en Miramar. Es que, fuera de la orbita top de la cocina porteña, el foodie transita los suburbios: conoce desde los peruanos del Abasto (Cusco Hatuchay, Los Trujillanitos), hasta los bodegones de la zona sur de la capital (La Coruña, Gijón), pasando por los enigmáticos restaurantes coreanos de la avenida Carabobo, en el Bajo Flores. Busca el folclore y todo lo que ello implique. Llorar y moquear por el Kimshi picante en el coreano Biwon, ser maltratado por el excéntrico dueño japonés de Sukiyaki, o salir de La Maroma con olor a guiso en la campera. Nada de eso le importa al foodie. La gastronomía es parte de su entretenimiento urbano.
4. COME CARNE EN PARRILLAS MEDIAS
Cuando quiere comer buena carne argentina, un foodie no gastará una fortuna para cenar en Cabaña Las Lilas, El Mirasol u otras parrillas high class. Va a alguna parrilla barrial, donde sabe que la calidad de los cortes no es superlativa, pero guarda una buena relación con el precio. ¿Quién quiere pagar $130 por un ojo de bife en La Brigada cuando por $70 tiene una jugosa entraña acompañada de una ensalada de hojas verdes y hongos portebello en El Bonpland? La Dorita, Las Huazas y Miranda son algunos de sus puntos cárnicos predilectos. Pero para juntarse con los amigos después de un partido de fútbol, también elige fondas como Lo de Mary, El 22, o La Luli.
5. PREPARA ASADOS ESPECIALES
Al preparar asados en su casa, es afecto a los condimentos y las marinadas: deja los cortes en chimichurri desde la noche anterior y, una vez ya cocinados, les agrega una gota de humo líquido antes de comerlos. Pequeños detalles que le dan nuevos sabores al asado de siempre. Por ser caro y no guardar ningún secreto en su preparación, suele evitar el lomo. En cambio, es afecto a la bondiola. Sueña con tener un horno de barro.
6. EN LA SEMANA SALE; LOS SABADOS COCINA
Otra característica del foodie porteño es que sale a cenar durante la semana (idealmente miércoles o jueves), cuando hay menos gente en los restaurantes y se garantiza un mejor servicio para disfrutar de la cena tranquilo y, llegado el caso, conversar con los cocineros. Los fines de semana, con más tiempo disponible, prefiere dedicarlos a hacer compras durante la mañana, cocinar a la tarde y recibir amigos en casa por la noche.
7. FAST FOODIE
El agitado ritmo de vida de Buenos Aires es una complicación para el foodie. Almorzar en la ciudad, bien, rápido y a buen precio no siempre es fácil. Ante todo, evita dos cosas: las tartas recalentadas en microondas y los menús de mediodía medio pelo (tiene claro que la carne al horno con papas son las sobras del día anterior). En cambio, agradece la llegada de restaurantes que se suman al concepto de “fast good”, acuñado por el catalán Ferrán Adriá, que apunta comidas rápidas y simples, pero con ingredientes frescos y originales. Así, en lugar de gastar $9 en un pebete de jamón y queso en un quiosco y terminar la tarde hambriento y picando Cerealitas, va a Mineral, sobre la calle Reconquista, y elige un contundente sándwich Normandie, de queso brie, rúcula, pesto y tomates secos. Sopas, wraps, woks y ensaladas son algunas de los platos predilectos del foodie en lugares como Open Kitchen, Mark’s, Platón, WokiShop, Nsalad, WokInn y Ambiente Wok.
8. CREATIVIDAD FOODIE
El foodie puede vivir tranquilamente sin imanes en la heladera: jamás necesita recurrir al delivery. ¿Le sobraron fideos del día anterior? Rompe dos huevos, los mete al horno y se arma una fritata. ¿Le quedó asado del domingo en la heladera? Lo corta en cubitos y se arma flor de estofado. Siempre tiene a mano una cebolla, un queso crema, y una lata de tomates, para armar una rica cena sin levantar el tubo.
9. CONOCE LOS MERCADOS
Un foodie sabe desde hace tiempo que en el Barrio Chino de Belgrano se consigue por $16 un kilo de jibia, un marisco que similar al pulpo, casi igual de bueno, pero dos o tres veces más barato. Pasea por los supermercados de la zona sabiendo exactamente adónde ir y qué conseguir en cada local. Suele discutir con otros foodies sobre si Casa China (“el de Arribeños”) es el mejor súper para comprar corvinas enteras o si son más frescas los de Asia Central (“el de Mendoza”). Además, conoce el mercado Andino de Liniers, el Galpón Orgánico de Chacarita y el mercado de San Telmo. Pero el Barrio Chino es el punto neurálgico de sus compras.
10. IMPORTADOS FETICHE
Salsas Tabasco, humo líquido San Giorgio, bitter Angostura, leche de coco Sococo, tinta de calamar Nortindal, Mostaza de Dijon Delouis Fils. Los productos importados son una perdición para el foodie: sabe que muchas veces un toque de estos condimentos le cambian radicalmente el sabor a sus platos. Los compra en delis como The Pick Market, casas de productos importados como Geson, o gondolas de gourmet como la del supermercado Jumbo.
11. ES ORGANICO POR COMODIDAD
El foodie se hartó de las verdulerías de barrio donde no puede conseguir cilantro, morrones amarillos, y cebollas moradas y donde, además, la fruta huele a pesticida. Encuentra una solución en deliveries de verdura orgánica como Tallo Verde o Quinta Fresca, donde recibe en su casa mandarinas jugosas, romero fresco, ciboulette y pack choy. Como las verduras duran mucho y no se ponen feas, le termina siendo más económico que ir a la esquina y comprarle a Don Carlos. En este sentido, el foodie es orgánico por comodidad; no por convicción.
13. EL SUEÑO DE LA NESPRESSO PROPIA
Habiendo ya degustado vinos, tés y aceites, el foodie de 2010 está ávido de conocimiento sobre café: intenta diferenciarlos según su origen, y sólo pide cortados y ristrettos en cafeterías en las que sabe que usan granos tostados de alta gama (The Coffee Store, Café Martínez, Bonafide y las que utilizan productos de Central de Café, entre otras). Aspira a tener algún día una cafetera Nespresso en su casa, pero hoy está muy feliz con su Bodum. Cuando puede, compra café en los locales de Bonafide, en Starbucks o en Establecimiento General de Café. Sino, va al súper y elije el Cabrales tostado. Jamás prepara café instantáneo y huye de las máquinas expendedoras de la oficina.
14. BARRA FOODIE
Cuando llega la hora del after office, el foodie prefiere evitar promos engañosas y pagar $25 por un Gibson, o un Manhattan, antes que poner $20 por dos porroncitos de cervezas de gama media. Eso sí: tiene claro en qué bares puede pedir cocktails elaborados. Jamás ordenará un Old Fashioned en un bar de Plaza Serrano que tenga a la vista botellas de Cusenier y licores Tres Plumas. Algunas de sus barras predilectas son las de Ocho7ocho y Doppelgänger. También aprovecha los generosos happy hours de Kansas. Es enemigo declarado del fernet cola. Lo considera vulgar y aburrido. En todo caso, agrega un chorrito de fernet (siempre Ramazzotti o 1882) a su Cinzano con soda. Es que el foodie es adepto al vermú. Y para eso, no necesita ir a ningún reducto de alta gastronomía.
15. ELIJE VINOS DE ACUERDO AL WINE MAKER
Así como busca restaurantes de autor, el foodie también sigue de cerca de los enólogos, en busca de vinos que cuenten una historia personal y donde se vea la mano del enólogo, sin importar su etiqueta, ni los puntajes que puedan otorgarle los medios especializados. Una vez que descubrió el trabajo de un wine maker que le gusta, comienza a seguirle los pasos. Cuando va a la vinoteca, pregunta si hay nuevas etiquetas de sus favoritos, como pueden llegar a ser Héctor Durigutti, Mauricio Lorca, Alberto Antonini, o Patricio Santos entre otros. Esa es su forma de buscar vinos con cierto riesgo gustativo que encuentra desafiante.
16. YA SE CANSO UN POCO DE LOS TINTOS
El foodie se declara a favor del vino blanco y el rosado. En medio de la dictadura del tinto, su afán por conseguir sabores afilados y combinar bien platos con vinos, lo llevan a cambiar de color de la botella, incluso en una misma comida. Sabe que en una cena de seis personas se cambia el vino al menos cuatro veces y por eso apuesta por beber blancos, rosados y tintos sin amilanarse frente los tinto-dependientes. ¿Sus uvas preferidas? Entre los blancos, el Sauvignon Blanc y el Torrontés. De los rosados, busca los tradicionales, como por ejemplo Montfelury.
17. NO COMPRA VINOS DE MAS DE 50 PESOS
El foodie no bebe vidrio. Sabe que a partir de los 50 pesos, la relación precio calidad de un vino empieza a empeorar y que, para sus aspiraciones, no tiene sentido gatillar 100 o 200 mangos en una botella. Debajo de ese rango de precios, sabe que hallará una buena variedad de vinos además de estar bien hechos, son poco conocidos. Así, además de beber rico, podrá luego darse el lujo de comentar y recomendar sus hallazgos en su círculo de amigos, sin por eso dejar medio sueldo en el camino.
18. BUSCA EL DESCORCHE
Con una pequeña pero digna cantidad de buenos vinos en su casa, el foodie se enoja cuando va a un restaurante y se ve obligado a pagar por una botella el doble de lo que paga en la góndola. Así, a la hora de elegir un restaurante, se fija muy bien cuáles ofrecen descorche y hacía allí enfila, con un tinto bajo el brazo. ¿Algunos de sus favoritos? Paladar Buenos Aires, Irifune, Brotes del Alma y Demetria, por ejemplo.
19. NARDA SI, DONATO NI, MARTINIANO NO
Públicamente, el foodie habla pestes de Donato de Santis y lo tilda de “ladri”. Pero la realidad es que envidia su capacidad de venderse como tano cool y lo respeta. Le caen bien Narda Lepes por ser “buena onda” y por “acercarse al cocinero amateur”. Respeta a Dolly Irigoyen por su trayectoria. Sueña con ser como Francis Mallmann, aunque jamás haya probado sus platos. Siente indiferencia hacia Maru Botana. Definitivamente, descree de Martiniano Molina.
20. SIGUE A TONY BOURDAIN
En cuanto a la catarata de programas sobre comidas y restaurantes que se transmiten por cable, el foodie es selectivo, pero no escapa al lugar común: venera a Anthony Bourdain, al igual que muchos “no-foodies” (en eso radica el genio del chef norteamericano: en captar la atención de todo el mundo sobre un tema que a no a todo el mundo le interesa). Su libro Kitchen Confidential es una suerte de biblia y no se pierde las emisiones de No Reservations, por Discovery Travel & Living. También venera al inglés Gordon Ramsay, por ser un gran showman, como lo demuestra en su programa Kitchen Nightmares (que ahora se transmite por Fox Life), donde agarra restaurantes venidos a menos y los recicla.
Por Claudio Weissfeld
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