El lado B de los bares notables

Además del Tortoni y Los 36 Billares, hay otros bares "notables" en la ciudad. Con picadas, vermús, viejos muebles restaurados y la mística intacta, estos son algunos que están buenos.


Como un recorte fotográfico de otro tiempo se estampan sin pudor sobre el actual pulso vertiginoso de la metrópolis un puñado de confiterías y bares del siglo pasado. Muchos de ellos han sido distinguidos oficialmente como Patrimonio Cultural de la Ciudad de Buenos Aires por el legado concedido a la identidad barrial, por las historias fecundas que atesoran y por su belleza arquitectónica.

Estancos, aquietados, silenciosos, estoicos y extemporáneos, los Bares Notables dialogan con una época melancólica de compadritos, de caferatas y de la vieja bohemia intelectual. Pero también coquetean con turistas curiosos y parroquianos ávidos de sumergirse en el latido pausado del ambiente mientras se sacan el mal gusto de las noticias del diario con un trago o una lágrima.

Los bares que han sido reconocidos como notables son más que piezas museísticas. Son una porción del ADN porteño servida en bandejas de aluminio, un convite a anécdotas que algún mozo legendario siempre está dispuesto a contar: “Acá estuvo Juan de Dios Filiberto, allá se sentaba Arlt”, avisan.

En general, este tipo de cafeterías cuenta con una carta compuesta por platos tan tradicionales como vernáculos. Algunos, como el Tortoni, son reconocidos por su clásico café con churros y la añosa leche merengada. Otros, como Las Violetas, se caracterizan por su pastelería exquisita y amigable servicio.

En esta nota te invitamos a conocer los otros notables: aquellos bares de perfil más bajo que en general fueron almacenes con despacho de bebidas, alejados de las principales avenidas y cuyas esquinas han sido recuperadas en los últimos años respetando su arquitectura original.

EL FEDERAL

Uno de los bares mas antiguos de la ciudad que comenzó sus días como pulpería en 1864. Funciona en un edificio del siglo XIX que supo ser escenario de crímenes pasionales, encuentros íntimos de dudosa moral y asilo de mujeres de mala vida hasta que se transformó en un almacén con despacho de bebidas. Ya lejos de la juerga, el prostíbulo y el juego clandestino, hoy es un apacible café que sirvió de escenario a clásicos del cine como "Cafetín de Buenos Aires", "El Tango cuenta su Historia", "Custodio de Señoras" y "Desde el Abismo". En 2001 fue recuperado del olvido, al desempolvar vitrinas con frascos de jarabes, sifones, la vieja caja registradora que -aunque con cierta dificultad- aún funciona, las repisas espejadas y una barra mostrador de madera con un vitral de más de un siglo. Intencionalmente, el interior mantiene cierta penumbra como un guiño a su lúgubre pasado. Se recomiendan las picadas $59 (para dos personas) y los sándwiches de lomo desde 39 pesos.
(Carlos Calvo 595, San Telmo / T 4300-4313)

EL HIPOPÓTAMO
Señorial e incólume como en sus años mozos de almacén, El Hipopótamo se yergue frente al porteño Parque Lezama desafiando el paso del tiempo. Según reza un cartel con típico fileteado tanguero en una de sus ventanas, este bar data de 1904. En el interior se pueden observar carteles enlozados de viejas publicidades que combinan con los jamones y salames que cuelgan del techo. Los objetos que decoran el ambiente lo convierten en un verdadero museo vivo: la balanza de dos platillos, la vieja heladera de madera que se cargaba con barras de hielo, campanas de vidrio, aparejos de hierro para la carga y descarga de mercadería. En escenas de películas como “Despabílate amor” y “Las cosas del querer 2” se puede distinguir la belleza de este lugar que fuera elegido por Tita Merello, Ernesto Sabato, Osvaldo Soriano, Ulises Dumont, Eduardo Bergara Leuman o por el recordado bandoneonista Rubén Juarez para tomar una sopa caliente. Pero sin lugar a dudas, en El Hipopótamo, la sidra tirada ($23 el chop) y la calidad de las picadas de la casa ($250 para 8 personas) se llevan los aplausos.
(Brasil 401, San Telmo / T. 4300-8450)

BAR DE CAO
Este refugio de trabajadores portuarios de antaño nació como fonda y prosperó como almacén de venta de comestibles con despacho de bebidas de la mano de los hermanos de origen asturiano Pepe y Vicente Cao. A la esquina de Independencia y Matheu acudían los señores en busca de un tinto o un vermú y las señoras para comprar fideos secos, arroz y ventilar algún chisme también. El local cambió de dueños y de nombres pero aún conserva el mármol del mostrador, la vieja caja registradora y las infinitas alacenas como testigos de su tiempo. En 2005 reabrió con su nombre original y aquel mismo clima de camaradería del viejo emporio que acogió a los inmigrantes que llegaban a Buenos Aires a hacerse la América. Pueden pedirse unos exquisitos raviolones de pavita (especialidad de la casa) a 34 pesos y es altamente recomendable la picada Cao para dos personas por 72.
(Independencia 2400, San Cristóbal / T. 4943-3694)

CAFÉ DE GARCÍA
Uno de los bares más tradicionales de Buenos Aires. El Café de García abrió en 1927 y actualmente es atendido por Hugo y Rubén García, hijos de los fundadores. La barra interminable, la antigua máquina de café, los viejos anuncios de bebidas, recrean la atmósfera de los viejos almacenes. Y como si fuera un museo del siglo XX cambalache, se amontonan en las paredes recortes de revistas fuera de circulación, botellones, utensilios de cocina, autógrafos de las altas personalidades que pasaron por allí (desde Enrique Cadícamo hasta Francis Ford Coppola), e incluso una camiseta de la Selección firmada por Diego Maradona, ex vecino del lugar. La ornamentación externa incluye antiguas rejas por donde trepan glicinas, un farol, una vieja bomba de agua y una rueda de carro. Y si algo más hiciera falta, cuenta con tres mesas de billar, atractivo que lo vuelve ideal para pasar un buen momento entre amigos. Si te tentaste, no podés dejar de pedir las picadas caseras que no tienen desperdicio. Cuestan $123 por persona, con postre incluido, y constan de una seguidilla de 30 platos que pocos logran terminar.
(Sanabria 3302, Villa Devoto / T. 4501-5912)

ROMA
“Viejo café cincuentón que por La Boca existía, allá por Olavarrría, esquina Almirante Brown”. Así quedó inmortalizado este bar por D’Agostino y Cadicamo en las primeras estrofas de "El Morocho y el oriental”. El poema da cuenta del paso de Carlos Gardel –de quien se exhibe un cuadro de grandes dimensiones– y José Razzano. Por las mesas de este bar tradicional de la zona, también supo garabatear un joven Benito Quinquela Martín. Roma conserva las características inequívocas de un bar de barrio y la atmósfera de principios del siglo XX, con sus baldosones blanco y negro, la vieja máquina de café, el farol a querosene, botellas antiguas y las puertas vaivén de madera. Constituye desde 1905 –año en que también nacía Boca Juniors– un auténtico símbolo del sentimiento boquense y del paisaje urbano. Hasta los precios parecen de otra época: por sólo $16 se puede disfrutar de un café con leche con 3 medialunas.
(Olavarría 409, La Boca / T. 4302- 1354)

EL ESTAÑO 1880

Desde fines del siglo XIX, la vieja barra de estaño del lugar -que se presume es la única que queda en su tipo- exhibe marcas de los enfrentamientos protagonizados por los malevos de la época que llegaban para jugar a los naipes y tomarse una grapa o un “Farol” (vaso grande de vino tinto). “Se ponían bravos por cuestiones de juego y de polleras”, cuenta María Ángeles Capalbo, encargada del local. “El dueño les hacía guardar las navajas y los cuchillos detrás de la barra para evitar peleas, pero no siempre lo lograba. En la barra se puede observar los rastros de un balazo y de un hachazo”. Del almacén original de 1880, todavía queda la estantería de madera, heladeras y una fiambrera alemana, que se ven reflejados ya en sus años de bar-restaurante porteño, en gran cantidad de largometrajes como “Evita, quien quiera oír que oiga", “La Fuga”, “Eva Perón” y “El amor y el espanto”. La especialidad de la casa son los straccinatti al fruto di mare ($70).
(Aristóbulo del Valle 1100, La Boca / T. 3535-1015)

LA POESÍA: NOTABLE Y JOVEN
El 1982 abrió sus puertas a la nueva bohemia de Buenos Aires que marcó el pulso de la movida artística de la democracia naciente. Este café se asume adolescente eterno: fresco, inspirador, apasionado. Y como todo joven, tuvo su gran historia de amor: fue en una de sus mesas donde se conocieron el poeta y letrista de tango Horacio Ferrer y la artista plástica Lucía Michelle. Pero la crisis económica obligó al cierre de un capítulo de aquella Poesía hasta que sus nuevos dueños recrearon la imagen literaria del local con libros, mueblería de madera, una chopera de bronce, un piano de 1915, una colección de latas, sifones y una fotogalería con imágenes de mas de cien referentes de nuestras letras. ¿Qué se come? Se puede pedir una respetable picada La Poesía por 86 pesos o un sándwich especial de lomito ahumado, queso, tomate, morrón y corazón de alcaucil por 36.
(Chile 502, San Telmo / T. 4300-7340)

Por Mariela Blanco

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