Es el clásico de la ruta 2, un ícono
de los automovilistas camino a Mar del Plata. El "gran" parador Atalaya
cumple 70 años, llenándose de gente en los días de temporada alta. Y
surge la gran pregunta: ¿son realmente tan buenas sus medialunas? Para
nosotros, no.
El emblemático Parador Atalaya festejó su 70° aniversario, y lo hizo a tono con su color de temporada de verano, con Guillermo Andino
como conductor del evento. Al mismo tiempo, inauguró una nueva entrada
para autos, mostrando su vigencia. Como bien dice la gacetilla que
mandaron, "el Parador Atalaya evoca y anticipa los meses de vacaciones, playa y mar; tiempo de ocio. El estilo Atalaya conserva parte de la nostalgia por los antiguos paradores
ubicados a la vera de la ruta, en cuyos amplios salones comedores la
familia solía disfrutar del café servido en jarras metálicas".
"Evoca", "nostalgia", palabras que muestran un pasado glorioso (o, al menos, un pasado que se recuerda glorioso). La pregunta es si el lugar hoy está a la altura de las expectativas. Algunos, muchos, afirman que sí. Otros, como el autor de esta nota, opinan que no.
El "café de antes" que sirven desde jarras metálicas es aguado, con sabor quemado, casi un insulto al buen café (si bien es verdad que también se puede optar por café espresso de una calidad algo mejor). Pero así se establece una dicotomía falsa: el café de filtro no tiene por qué ser malo. Por el contrario, podría ser riquísimo, tanto o más que un espresso. No es el caso.
Y luego llegan las medialunas: uno (más bien, las
expectaticas de uno) espera las mejores medialunas del planeta. Este año
tuve la suerte de ir tres veces a la costa argentina, y siempre las medialunas fueron una decepción. Secas, infladas, apuradas...apenas un cinco en una escala de diez.
Tal vez seamos injustos. Tal vez nuestras expectativas eran demasiado
altas. O, tal vez, el mito logró adueñarse de la realidad. Y no se
trata de un sentimiento "antinostalgia": somos férreos defensores de nuestra historia gastronómica. Hay que rescatar los lugares de nuestra acervo culinario, para que sigan vigentes. Preferimos el cafetín porteño a la cadena franquiciada. El
edificio histórico al local hipermoderno. Pero no por eso debemos
mentir, y decir que nos gusta lo que no nos gusta. Lo cierto es que, con
pena, ya no paramos en Atalaya en los viajes a la costa. Mejor, seguimos de largo.
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