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Se puede invertir mucho dinero en poner un restaurante pero hay cosas, mi amigo, que sólo con dinero no se consiguen. Se necesita también estilo y distinción.
Ya casi no quedan restaurantes en mansiones verdaderamente originales y de fastuosa arquitectura como la del Circolo Massimo, un lugar palaciego.
La entrada, los salones y su aristocrático jardín parecen parte de una puesta escénica digna de “El gatopardo”, esa pintura de sociedad de la Italia del siglo XIX dirigida por el gran cineasta y diseñador operístico Luchino Visconti.
Comer en el Circolo Massimo implica hacerlo en una mansión diseñada en 1903 por Alejandro Christophersen, un artista que fuese fundador de la Escuela de Arquitectura y que diseñó lugares ícono como el Palacio San Martín o el célebre Café Tortoni.
Desde 1870 que este palacio viene siendo la sede social de los inmigrantes italianos y punto de reunión de las más encumbradas y representativas figuras de esta comunidad.
La “italianidad” del Circolo Massimo ha recibido en este último año un cambio de timón, una renovación que aportó nueva energía y brillo a este lugar, testigo vivo de nuestro más fino patrimonio cultural.
El Circolo resulta ideal para una discreta cena íntima en pareja o un almuerzo de negocios donde la meta sea cerrar algo importante.
Durante los fines de semana este coqueto restaurante es muy frecuentado por familias del barrio de Recoleta que suelen asistir como salida de matrimonios amigos y para regodearse con un espumante.
David Giunti, el chef del lugar, sabe resaltar con sus cocciones las cualidades de cada producto en todas sus realizaciones. Respeta la pureza de los productos nobles, fundamento prioritario de la buena cocina italiana.
Como entrada, un plato que presagia una buena velada: los langostinos al vino blanco sobre risotto gratinado, caponata siciliana y hojas BB.
Otro muy recomendable primer plato me pareció el de brie crocante y su sutil acompañamiento.
El menú está inteligentemente diseñado para contentar cualquier paladar gourmet. Los platos principales son en su mayoría de corte clásico con un “touch “de autor.
Casi todas las porciones pueden ser compartidas.
Tal cual figura en el menú, les recomiendo probar los “raviolones di agnello con gamberi al vino blanco, salsa amatriciana, peperoncino, salsa de pomodori, sardo e olio extra vergine di oliva”. Tremendo este plato, con una tendencia cada vez más en boga que es la de mezclar carnes rojas con frutos de mar.
Ya que hablé de carnes, si les gusta el lomo, pueden probarlo en salsa de mostaza a la antigua, risotto milanés y espinacas a la italiana. ¡Peccatto di Gola!
A los postres, me sorprendió por su originalidad y exquisita combinación uno en base a tomates confitados en almíbar espeso de naranjas, abundante helado de vainillas y pimienta verde.
Es quizás uno de los más ricos postres que probara últimamente. Felicito a su responsable, la pastelera Carola Flores.
Algunos detalles de apreciación del Circolo Massimo:
- Observen el candelabro central que preside el salón comedor, una enorme lámpara vidriada con reminiscencias de gran pulpo.
- Sus paredes rojas con paneles originales de tela con zarcillos blancos y fondo negro.
- El centenario e increíble árbol situado en el medio de su jardín palaciego y que supera con sus infinitos brazos los límites del mismo. Indudablemente, durante su historia alguien ha de haber escrito poesía recostado al pie de su descomunal tronco.
- Un consejo: solicítenle a los camareros, que son por demás amables, que les sirvan el postre o el café en alguna mesa del jardín si el clima lo amerita.
El Circolo Massimo forma parte de una elite casi extinta de restaurantes de Buenos Aires enclavados en atractivas viejas mansiones y que merecen ser visitados al menos una vez en la vida, como todo buen museo.
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