APRENDER 6 claves para descubrir un vino con tan sólo un vistazo

Alejandro Vigil: Hay que acercar el vino a la gente, no al elitismo



Fuente: Peru21.pe | Gonzalo Pajares.
Alejandro VigilEntrevista a Alejandro Vigil, Enólogo.
“Mi cepa es la Cabernet Franc, pero, como argentino, la que me da de comer es la Malbec”, dice Alejandro Vigil, hacedor de los vinos de Catena Zapata.
Alejandro Vigil es el enólogo principal de Catena Zapata, la bodega vinera más importante de Argentina. En esta charla de a cuatro –estuvimos acompañados por el periodista José Gabriel Chueca y el sicólogo Pepe Moquillaza– conversamos de vino y sensibilidad. Encuentre las creaciones de Vigil en el Expovino, que se inaugura este viernes. Entradas: Teleticket.


¿Por qué haces vino?
Porque es lo único que sé hacer. En mi mundo –desde mis bisabuelos e, incluso, antes– todos ‘confabularon’ para que yo no aprendiese otra cosa. Yo no lo elegí.

¿Le pondrás el nombre de tu abuelo a uno de tus vinos?
Sí, se llamará Tristán. Será de intenso color, tan potente que te dará miedo beberlo, pero al hacerlo te trasladará a tus primeras travesuras, aquellas donde tirabas piedras a los focos, pero lo hacías con una felicidad enorme. El vino de mi vieja, que se llamaba Mafalda, será distinto, porque con ella hubiésemos roto la vidriera (risas). Era una revolucionaria, una bebedora.

¿La gente que ama a los vinos tiene una sensibilidad especial?
Estas son causalidades y no casualidades. Si haces vino es probable que hayas leído libros importantes, es probable que te guste la música. Al final, todo esto es un condimento más. La cultura del vino une pueblos. El que está inmerso en este mundo, venga de donde venga, habla el mismo idioma. Las palabras se las lleva el viento, por eso prefiero el recuerdo de un momento. Y lo que hace memorable este momento y, por supuesto, el recuerdo, es el vino. Yo rememoro reuniones familiares –todos lloraban y se abrazaban– donde se alcanzaban la armonía y el amor porque todos estaban borrachos. El vino, que es un alimento, abre unas puertas que, si no fuera por él, permanecerían siempre cerradas.
Dicen que eres el ‘Messi de los vinos’, pero yo creo que eres Iggy Pop, un rockero salvaje.
(Ríe). De chico me decían que tenía que cruzar las paredes: yo prefiero voltearlas. Al final, uno cruza la pared, la forma es lo que está en cuestión.

¿Cómo insertas tu creatividad en una bodega inmensa como Catena?
Nicolás, dueño de Catena Zapata, es diferente. Creó su bodega para correr riesgos siempre. Pero ojo, en el Barza está Messi, pero también están Puyol y Pedro. Yo creo en los equipos, en el balance. Pero, claro, el creativo muchas veces no usa el equipo sino el riesgo que le ‘autorizan’ sus jefes. En esto sí hay que ir solo, pues los equipos tienden a pulir los riesgos. Avanzamos juntos, pero el disparo final se lo dejamos a quien enloqueció.

¿Es verdad que le metes soplete a las barricas?
Yo siempre busco cosas nuevas. Mucho se habla de los tostados, y a mí me molesta mucho el tostado de los barriles. Entonces, descubrí que podía ‘tostar’ sin tostar la madera, con sabor de tostado, pero no de café, que es lo que me molestaba. Así llegué al soplete… que cada día me atemoriza más.

¿Todo buen enólogo debe estar algo loco?
No. Hace tiempo junté a todos los de mi equipo y les dije que no quería que leyesen más de enología. Entonces, les di textos, entre otros, de Ernesto Sábato, Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, y les pedí que creasen vinos que expresasen a estos autores. ¿Los resultados? Sábato: al final tiene un sabor de esperanza. Borges: uno cree que no logrará entenderlo, pero aquella línea final es la que te hace comprender ese mundo aparentemente sin sentido. Cortázar: te dice cosas tan abstractas que uno debe salir de sí mismo para entenderlo.


Uf, vinos distintos.
Mi abuelo hacía vino; mi padre, igual, cualquier persona puede hacer un buen vino, pero hoy hay que hacerlo diferente; hay que crear, profundizar, poner el disco al revés –oír al diablo (risas)–, de lo contrario no trascenderemos; hay que ser la bandera de una cultura, de una sociedad. Al final, el objetivo de todo hacedor de vinos es la felicidad, este clima de fiesta familiar de la que hablé antes… pero, ojo, este clima también se puede alcanzar con ron de quemar (risas). Lo que digo es que cada uno elige por dónde va.

La industria del vino es muy importante en Argentina. ¿Sientes algún compromiso con tu país a partir del vino?
Siento un compromiso con la gente que bebe vino. La responsabilidad es pesada, lo admito, pero me encanta. Sin embargo, quiero cambiar la realidad, darle un nuevo perfil… y esto tiene que ver con cosas impalpables. Hay que bajar el vino al mundo, acercarlo a la gente pues no es una bebida elitista; no al elitismo. El elitismo está en los precios, pero ya les daremos vuelta (ríe).

¿Es pecado abrirse una botella estando solo?
No. Cuando uno abre una botella se coloca frente a un espejo. Allí uno se descubre, se encuentra. Superado este trance hay que beber con los amigos (risas).


AUTOFICHA
- Empecé a hacer vino con mi abuelo materno, un hombre distinto. Su religión era el compartir, que todo lo hiciésemos juntos. Su mensaje fue que tuviese hijos joven.
- Mi vieja es la mujer más pícara y divertida que he conocido. Los padres se preocupan por hacer buenos hijos; los abuelos, por hacerlos personas.
- Un mendocino es una persona de montaña, un ermitaño, pero con un interior muy interesante; gente pujante y con mucha esperanza, que trabaja mucho en sí misma.

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