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La desdicha de no haber tenido vacaciones de verano quedó de lado cuándo armé éste viaje a Cafayate a algunas bodegas, y la tan deseada visita a Colomé. El momento era más que oportuno, fin de abril y casi fin de cosecha en los valles.
Decidido el itinerario, invité a un matrimonio amigo que últimamente me acompaña a descubrir rumbos nuevos, incansables y buenos compañeros.
Cafayate fue la primera parada para reabastecernos, descansar y poder subir por fin a Molinos y de ahí, a Colomé.
Temprano partimos al día siguiente, ya que las recomendaciones de los conocedores de esos caminos nos decían que el tiempo estimado es de 3 o 4 horas de duro viaje.
Ruta de tierra/ripio, cruzadas de puentes y lechos de ríos secos, era la constante, por partes sinuoso y escarpado en otras, no me dejaba "apurar" el paso para disfrutar del destino final, sólo el maravilloso paisaje de cerros gigantes que cambiaban en su geografía nos acompañaba en la soledad de la 40.
De repente, parecían verdes, más adelante rojos teja y de formación en punta y a 45º, y luego grises y redondeados. Mi compañero copiloto no se dejaba de asombrar por tal belleza y recordábamos que son la columna vertebral de América, que, literalmente, aquél cordón se veía así.
En mi mente se abría todo un interrogante en cuánto a cómo serían éstos vinos nacidos en el lugar, que condición de suelo es éste para las vides y cuánto de su carácter expresarán en ellos.
Pasan 3 horas y media y llegamos a Colomé, donde teníamos reserva de almuerzo.
Es increíble como en medio de la nada montaron (o reformaron, ya que existía una pequeña bodega) semejante proyecto, cuya frutilla de la torta es el museo de luces del Sr. James Turrel.
Pero el sentido de éste relato no es precisamente Colomé, mi querido lector, del cuál, si quisiera podría quedarme horas escribiendo y Ud. maravillándose con el relato de ésta increíble empresa y de sus mejores vinos todavía.
El verdadero centro de la historia es lo que vendría después, en el pueblo de Cachi, más precisamente "Cachi adentro", como se hace llamar ésta parte de la región.
Para introducirlos, Cachi es un pueblito de poco más de 7000 habitantes y está a 2280mts.snm., son, obviamente, parte de los Valles Calchaquíes y uno de los más desarrollados de la región. Está perfectamente adaptado para el turismo con un sin fin de hostales y gente de una cordialidad excepcional.
Es súper famoso por su excelente "pimentón", el cuál obtienen secando al sol los pimientos de las huertas durante los meses del invierno que como una postal de correo decoran las laderas de los cerros adyacentes a las casas. Alfombras de ajíes pintan de color rojo el paisaje.
En fin, Cachi es aquel pueblito de los valles, donde el tiempo descansa y parece anclarse en él regalándonos vida y tranquilidad.
¿Y el vino?... ¡Sí!, Cachi tiene vino, y del bueno.
Para comprobarlo llegué buscando la bodega del sr, Alberto Durand, un abogado salteño que dejó las leyes por la pasión de su vida, hacer buenos vinos de altura.
Mi oportuno llamado telefónico rompió la rutina de Alberto y su Sra., quienes estaban disfrutando de la compañía de unos amigos que llegaron de visita.
Con gran amabilidad propia de las personas sencillas, nos recibe en su casa donde también está la pequeña bodega y algunos viñedos.
Luego de la presentación nos invita a recorrerla, y nos cuenta que hace un tiempo atrás la casona era también un hotel para visitantes con servicios de categoría y atendido por ellos mismos, pero que la difícil situación fiscal que se ejerce sobre los emprendimientos pequeños le hicieron desistir de seguir prestando ese servicio.
La casa es hermosa, es grande y tiene diferentes módulos con habitaciones que en total pueden recibir a 10 o 12 personas al momento.
"El proyecto me dio muchas satisfacciones, hice grandes amigos recibiendo en mi casa a los amantes del vino y la tranquilidad, yo personalmente los atendía!!", me cuenta un poco nostálgico.
Una acequia encausada por un canal de piedras que baja del cerro, cruza la casa por un costado y hay que pasar un puentecito para llegar a la bodeguita que está pegada al complejo principal. Ésta agua limpia y cristalina, que lleva la fuerza de la tierra calchaquí encima, sirve también de riego para las vides.
Alberto abre la pesada puerta de madera donde detrás están sus creaciones, Un enorme tanque de acero inoxidable contiene el Malbec de la cosecha actual que está macerando, producto de alguna de las 4 (por ahora) hectáreas que entregan las uvas para los vinos.
Saca directamente de él y nos da a probar.
Llevo la copa al sol que entra por la enorme ventana rectangular que baña de luz la habitación, como buscando partículas en suspensión. Está perfecto, de reojo, Alberto se sonríe. Lo huelo, aromas de ciruela y arándanos me invaden, violeta y cerezas negras también se sienten, está súper frutal, todavía no tiene madera y la intención del winemaker es esa justamente, ya que en el Reino Unido, para donde va parte de éste Malbec, le piden sin paso por roble. ¡Y que bien está! Buenos taninos suaves y acidez correcta. El alcohol no sobresale, al contario acompaña perfectamente.
El vino se llama El Molino de Cachi, más arriba está la línea Alberto Durand, que tiene un paso de 6 meses por madera y estiba en botella de 12 meses antes de salir a la venta.
Alberto nos dice "no terminen la copa, se lo voy a mezclar con un Merlot que tengo acá". Se arrima a un gran tanque de plástico y abre la canilla roja de la base. Realizamos en la copa (a groso modo) el blend que él quiere lograr para su mejor vino, y cuán acertado está…Éste Merlot está fantástico, tiene aromas a pimientos, a fruta roja madura, hay algo de elegancia y evolución, casi nada de mineralizad, está redondo y suave, pero potente a la vez.
¡¿Cómo logró éste Merlot aquí?! "es que a ésta uva le gusta el frío, y aquí lo tiene casi todo el tiempo, por las noches se concentra y el sol del día lo madura".
Sí, así de sencilla es la explicación, hasta parece fácil hacer vinos cuando habla Alberto, y es que la pasión con la que nos cuenta sobre los vinos es envidiable.
Está con los ojos fijos en el Merlot, que a su criterio va a ser la estrella de éste terruño salteño.
El blend quedó buenísimo, a continuación nos abre la cava subterránea donde están las barricas que alberga la próxima partida de botellas que saldrá al ruedo éste año, luego visitamos el mini laboratorio donde hace los ensayos y prueba junto a un enólogo asesor mendocino los productos que necesitan analizar.
Saliendo de la bodega, nos muestra algunos ambientes de la casa y le robo 30 minutos para una entrevista.
En la despedida, los agradecimientos son pocos, quisiera darle tanto como él me regaló en la corta hora que lo conocí, encima, me entrega 2 Malbec y 1 Syrah 2009 que tenía guardado sin etiqueta, para los amigos, je. No es poca cosa, siento que me entregó una parte suya, mis compañeros de viaje eclipsados por la magia y el entorno no se quieren ir, le piden que vuelva a recibir visitantes en su casa para ser los primeros en visitarlos nuevamente, para ésta vez poder compartir más días allí, la respuesta ya la conocemos, pero tenemos la esperanza que se revierta, y, según deslizó Alberto Durand, seremos los primeros en saberlo.
Se acabó, estoy maravillado con todo lo vivido, el lugar, el paisaje, la casa, las personas, los vinos, la vida…en el maravilloso Cachi.
Silvio Martinelli
Sommelier
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