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¿Quién dijo que para comer bien en Buenos Aires hay que caer en los barrios de siempre? La recompensa para quienes se alejan un poco de las "zonas gourmet" suele ser atractiva: platos generosos, propuestas genuinas y sin artificios, precios razonables, atención esmerada y otros atributos que en las partes de la ciudad que frecuentan los turistas cada vez escasean más. Definitivamente, fuera de los polos gastronómicos existen lugares que vale la pena descubrir. Acá, algunos ejemplos:
En Villa Urquiza, COMPAÑÍA DE COCINA
Uno de los secretos mejor guardados del mapa gastronómico porteño. Los jóvenes chefs Castro & Amenta comparten no sólo el nombre (Juan Ignacio) sino también la pasión por la cocina creativa de autor, con productos nobles y platos que van desde íconos porteños reversionados (revuelto gramajo con huevos de campo y crostino de pan o bife de chorizo en costra de pimienta con risotto de lentejas) hasta recetas de impronta nikkei, como el tiradito mixto de salmón y corvina, rocoto, jugo de lima y mandioca frita. El menú de 5 pasos cuesta $95, la mitad (o menos) de lo que pagarías en cualquier reducto de Plaza Armenia. Atención personalizada, en un clima íntimo y descontracturado. Solo con reserva.
(Núñez entre Galván y Valdenegro / T. 156-420-1619)
En Almagro, EL FAROL
Un clásico sin pretensión de modernidad, frecuentado por familias y grupos de amigos que llenan todas las noches su amplio salón. Con más de tres décadas de vigencia, su fórmula del éxito no esconde secretos: porciones abundantes, carta extensa y variada, ingredientes frescos, mozos “de antes” y una cocina especializada en pastas caseras, aunque la parrilla y los pescados no defraudan. ¿Qué piden los habitués? Calamarettis o rabas, ravioles o fucile al scarparo, risotto de frutos de mar. A la hora del postre, charlotte o panqueque de manzana al rhum. Para paladares menos convencionales hay crépes de centolla o ancas de rana y, con anticipación, se puede encargar cochinillo o pata de cordero.
(Av. Estado de Israel 4488 / T. 4866-3233)
En Paternal, CHICHILO
Fundada en 1956, esta cantina tradicional —no confundir con el restaurante homónimo del puerto marplatense— es famosa por ser la favorita de Maradona, por su bizarrísima página web, por haberse convertido en locación fetiche de las series de Pol-Ka y, claro, por sus especialidades de cocina ítalo-porteña como sesos a la romana, conejito al vino blanco, ranas a la provenzal y caracoles a la bordalesa (preparados con salsa de tomate, un toque de ajo y vino tinto). Entre los dulces, el tiramisú calabrés y el arroz con leche encabezan las preferencias. Ambiente informal y ochentoso, con camisetas de fútbol decorando las paredes.
(Camarones 1901 / T. 4584-1263)
En Flores, YU GA NE
Para disfrutar de la auténtica gastronomía coreana en Buenos Aires hay que ir a los restaurantes donde comen los miembros de esa comunidad, casi todos ubicados en Flores. Uno de los mejores es Yu Ga Ne (significa “de la familia Yu”), en una casona de fachada blanca e interior despojado, donde se sirve el bulgogi, plato típico a base de carne marinada con especias y ajo, que los propios comensales cortan y cocinan en los braseros ubicadas en el centro de cada mesa. Los extractores metálicos, oportunamente dispuestos en el techo, aspiran el humo y evitan que salgas con la ropa impregnada de olor a comida. Para acompañar, salteados de vegetales y algas, sopa de miso y kochu jang (pasta de ajíes). Si vas a tomar soju (un destilado a base de arroz, similar al vodka), dejá el auto en casa.
(Bacacay 3499 / T. 4613-4623)
En Villa Crespo, PALADAR
Es el restó a puertas cerradas del momento. Con precios que oscilan entre $150 y $200 por comensal —la opción más cara incluye maridaje de vinos—, sirve un menú degustación de cinco pasos que varía semana tras semana, además de ofrecer clases de cocina y otras actividades a cargo de sus propietarios, la sommelier Ivana Piñar y el chef Pablo Abramovsky. Luz tenue, música agradable y un living con providencial chimenea que se enciende en las noches de invierno complementan una propuesta ideal para una cena romántica. Paladar Buenos Aires promete una experiencia de aromas y sabores, y vaya si cumple con creces.
(Camargo al 700 / T. 155-797-7267)
En Caballito, CATALDO
A tres cuadras del Parque Rivadavia, este ristorante abrió sus puertas en 2006 y no tardó en posicionarse entre las propuestas más tentadoras del barrio. En un espacio pequeño y cálido, las pastas son la vedette de una carta breve pero variada. Hay sorrentinos, raviolones de hongos, wok de pollo y verduras y postres como crumble de manzana. Servicio cordial y calidad pareja, a precios razonables.
(Beauchef 529 / T. 4926-1707)
En Coghlan, MARÍA IGNACIA
Un best value en el segmento de puertas cerradas —o como a sus anfitriones les gusta definirse, “puertas adentro”—, con imbatible relación precio-calidad. Por $85 accedés a la degustación completa, que incluye bebida sin alcohol y postre. A veces, los diferentes pasos se conectan bajo una misma inspiración étnica (por ejemplo, en la noche árabe: falafel, carne al fierrito con yogur y tomate relleno con tabule; o la caribeña, donde brillan las arepas de maíz y yucas rellenas). Algunos hits que rotan en el menú: hongos rellenos de brie y polenta frita con guacamole.
(Estomba y Manuela Pedraza / T. 155-722-6445)
En Barracas, MESHI
En materia de sushi fresco y de calidad, el Sur también existe. La prueba está en Meshi, un oasis de cocina japonesa a seis cuadras de La Bombonera que despacha rolls, sashimis, makis y nigiris con poco que envidiarle a los de las grandes cadenas del eje Palermo-Belgrano-Recoleta-San Isidro, y a precios algo más amables. Los clientes suelen destacar el tamaño y la frescura de las piezas. También se preparan platos calientes (como el katsu-care: milanesa de cerdo y arroz con curry) e incluso postres típicos nipones, como el manju (dulce de aduki).
(Aristóbulo del Valle 1499 / T. 4300-4446)
En Villa Devoto, MIKA
En la otra punta del mapa, otro rincón imperdible para los amantes del buen sushi. Su fama traspasó los límites del barrio y el boca a boca lo convirtió en lugar de culto. Miguel, dueño y sushiman, recorre las mesas y hasta te enseña los secretos para degustar sus combinados como si estuvieras en pleno Tokio. El local es sobrio y chico (de esos que por fuera dicen poco), por lo que no conviene ir sin reserva. No hacen delivery pero se puede encargar por teléfono y pasar a buscar el pedido.
(Av. Lincoln 3521 / T. 4505-4592)
En Barracas, LA CABAÑA
A juzgar por la ambientación (rústica y cálida, con mucha madera) y por la carta (tablas de fiambres ahumados patagónicos, especialidades centroeuropeas y alemanas como bratwurst, kassler con chucrut y goulash con speatzle, todo regado por exquisita cerveza artesanal), La Cabaña podría estar en Munich o en Villa La Angostura, pero queda en una esquina poco glamorosa del Sur porteño. Si sos de los que se pierden si los sacan de Barrio Norte, prendé el GPS y olvidate de los trapitos: tenés dos horas de estacionamiento sin cargo en un garage vecino.
(Olavarría 1601 / T. 4303-4897)
Por Ariel Duer
Comentarios
gracias, saludos!