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La ciudad del habitué por Monsendra


En cuanto a las costumbres de consumo, cada persona tiene gustos y líneas que suele seguir casi siempre, muchas veces sin darse cuenta. Hay personas que siempre quieren lo último, otras prefieren las rarezas, muchos se inclinan por lo excesivamente caro o barato como medio para diferenciarse o de búsqueda permanente. En mi caso, si algo me distingue es ser habitué. No es que sea algo muy importante ni refinado (no se deje engañar por la acentuación en la e final), pero es lo que quiero constantemente sea donde sea que voy: generar un tipo de relación más allá de la puramente comercial, que un lugar sea mi lugar, que un mozo sea mi mozo, aprender los tiempos, empezar a ver cosas que no se ven yendo una sola vez.
Es bastante fácil reconocer a un habitué: llega un poquito antes o después de lo que corresponde, saluda a un porcentaje importante de los presentes, no vacila al elegir lugar, pide sin mirar la carta, acepta sugerencias, deja propina religiosamente. Y siempre tiene en el plato o en el vaso lo que uno debería haber elegido, haberlo sabido antes.

Al ser habitué, claro, descubrís que hay otros que hacen lo mismo, gente extraña. En ese encontrarse todos los martes en una misma barra o dando vueltas por el mismo barrio, de algún modo u otro terminás compartiendo: cigarrillos, sorbos de tragos, cucharadas de postre, comentarios de mesa a mesa. Acodado en la barra de Smeterling, el impecable señor Mario me dice: ¨Vengo tanto que se podría decir que formo parte del staff, pero eso significaría que soy un ser animado. Creo que más bien formo parte del stock¨. Risas generales y reparto gratuito de cucharadas de mousse para todos los comensales de parte de las pasteleras.
Por supuesto, además de la clientela, para poder ser un buen habitué es fundamental elegir un lugar propicio. No se puede ser cliente regular de un lugar donde no nos sentimos cómodos. Cada quien tiene sus preferencias, pero en general, no me atraen los lugares que cambian los mozos todo el tiempo o donde son maltratados, donde el personal no puede charlar con la clientela, o donde las reglas son tan rígidas y tan fácil romperlas que todo se pone acartonado y aburrido. En una ciudad llena de Starbucks y McDonald´s ser habitué es una tarea cada vez más difícil. Estos lugares standarizados y standarizantes requieren personas en blanco de un lado y del otro del mostrador para cancelar la semilla formadora de habitués: el intercambio único entre personas singulares, irremplazables, en un momento y en un lugar que no se parece a ningún otro.

Estando de viaje, mi padre entra por primera vez a un bar en Madrid y se sienta en la barra, pide una tortilla y un agua tónica. Al otro día, vuelve al bar y se sienta en el mismo lugar. El mozo le pregunta: ¨¿Lo de siempre?¨ y efectivamente, le trae la tónica y la tortilla. Impecable y hermosa máquina de hacer habitués.
Por supuesto, todo esto vale no sólo para los restós o bares, sino para cualquier tipo de comercio: quien está atrás del mostrador empieza a formar parte del universo del cliente, es un personaje activo, puede recomendar, ayudar, charlar sin esa necesidad de tener que vender. En líneas generales, me parece tan importante enamorarme del librero como conseguir el libro que fui a buscar. Coquetear con ¨la chica de la fotocopiadora¨ parece ser el deporte nacional de toda una generación de abogados en Tribunales. Estas relaciones tan informales suelen quedar selladas con la aparición del mate en escena. Si te ofrecen uno, se puede decir tranquilamente que se es habitué.

Mi amiga María, docente, siempre dice que la inseguridad que experimetamos como sociedad se combate en la calle compartiendo con otras personas y no encerrados en nuestras casas enrejadas. Creo que es en esta singular red de lugares, personajes y horarios que se arma el tejido más puro y fértil de la ciudad: esa ciudad que se encuentra, comunica y comparte, que arma amistades inverosímiles y que contrarresta todo el tráfico, el ruido, el exceso de gente y la violencia. Cada quien construye Buenos Aires a su imagen y semejanza, y es el espejo de la ciudad del habitué en el que elijo mirarme.


Mon Sendra
Estudia Psicología en la UBA,
pero lo que más le gusta hacer
es tomar el té con masas, dibujar y leer.

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