Cuando salieron eran una maravilla. Podías ir a una cena
completa en un restaurante divino por apenas 40 pesitos. Pero la viveza
criolla pudo más que el sistema y ahora hay que tener cuidado. Acá, un
repaso de los chascos más frecuentes.
Nos prometen un festival de sabores, un ambiente único, la felicidad
y la juventud eterna… Y si no, le devolvemos el dinero. Pero no siempre
esto es tan así.
1. Hoy no hay disponibilidad
Compraste feliz tu cupón, dispuesto a usarlo en el cumpleaños de tu
pareja, en el aniversario o ese sábado que tenías disponible. Pero
cuando llamás… “Tenemos todo ocupado hoy, ¿querés para el lunes?”. Si la
propuesta es buena o está bien vendida, los cupones salen con fritas y
los restaurantes no siempre están preparados para absorber la demanda.
Con lo cual, para poder cambiarlos tenés que esperar varias semanas o
consumirlos días de semana.
2. Te tenemos una mesa reservada… en el baño
Antes de comprar, hombre precavido, entraste al sitio oficial del
restaurante o bar en cuestión. Lindo barrio, linda ambientación, buena
iluminación y hasta tiene velitas. Cuando llegás, tus ojos comprueban lo
que viste en Internet. Hasta que le decís al mozo que tenés un voucher.
Las mesas que tienen asignadas para este sistema pueden estar en una
pésima ubicación, al lado del baño, de la cocina o en un sector especial
de mesitas, una pegada al lado de la otra, que te hace acordar a
Montecatini de Mar del Plata.
3. Menú degustación
Otro engaño típico para ajustar los costos y que al dueño del
restaurante no le sea tan caro financiar el descuento: achicar las
porciones. Mientras en la mesa de al lado ves platos súper abundantes
con los que perfectamente podrían comer dos personas, cuando llegan los
tuyos, advertís que nada era lo que parecía: media pechuga de pollo con
cuatro papas, una cazuelita con tres ravioles o un bifecito raquítico.
Después del cupón, te invito a cenar.
4. Fast-food gourmet
El menú tiene sólo dos opciones, así que no hay mucho que elegir. No
llegás a sentarte y el mozo ya te pregunta qué plato vas a comer,
mientras te pone la copa de vino incluida en la mesa. Pasás al baño y
cuando volvés ya está la comida servida en tu mesa; apenas terminás, te
vienen a sacar el plato. En 30 minutos liquidaste el asunto. Lo bueno es
que te queda toda la noche para hacer otra cosa.
5. ¡Justo no nos quedó!
El menú tiene dos opciones. Lomo a las finas hierbas con papas rústicas y
ensalada de hojas verdes. O fideos con tuco. Comprás el menú, sabiendo
en tu cabeza que vas a ir por la primera opción. Pero cuando llegás…
“Sólo nos quedan los fideos con tuco”, que obviamente hubieran sido más
baratos (y ricos) si los comías en tu casa.
6. Vista al río, con largavistas
Un almuerzo romántico con vista al río, una cena en el corazón de Las
Cañitas, una merienda en Puerto Madero… Eso prometen. Pero la realidad
puede ser bien distinta. El almuerzo es en Olivos sobre Libertador, a
tres cuadras del río; la cena, en un barsucho frente al Hospital
Militar; la merienda, en Leandro Alem y Córdoba. Exagerar las
locaciones, es otro recurso de este tipo de propuestas.
7. ¿Descuentos de hasta el 99%?
Otro truco de los restaurantes para ganarle al sistema es inflar los
precios reales. “Menú de $400 a sólo $80”, reza la promo. Pero cuando
llegás al lugar, te das cuenta de que ni sumando todos los platos de la
carta llegás a ese importe.
8. Si no te gusta, te devolvemos el dinero
Supuestamente, esa es la política de los cupones. Pero el “no
me gusta” es muy subjetivo. En primer lugar, la devolución sólo es
posible si no llegaste a consumir. Y no siempre sabés que no te gustó
hasta que no probaste el servicio. En segundo lugar, ¿quién se va a
levantar en el medio de la cena, sólo por qué el plato es chico, no te
gusta la ubicación o te atienden demasiado rápido?
Por supuesto, que no todos los que promocionan por estos medios apelan a
esos recursos. En lo personal, tuve gratas sorpresas de restaurantes a
los que volvería sin descuentos. Pero el sistema no cumple del todo. Por
eso, te recomendamos no usarlo para situaciones especiales y sólo
dejarlo para probar una vez cada tanto.
Por Pablo Winokur
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