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Fuente: El Mercurio | Patricio Tapia. Tener curiosidad, no dictar cátedra con lateras descripciones de aromas y conocer a los clásicos. Estas y otras recomendaciones son un “must” para transformarse en un experto.*VALORAR LA CURIOSIDAD. Esta es una ley fundamental. El buen bebedor de vinos debe ser, antes que todo, curioso. Puede tener sus vinos favoritos, claro, pero la curiosidad lo tiene que llevar por caminos distintos, a veces hasta opuestos a lo que su propio gusto le dicte. Abrir botellas de cepas, de viñas, de lugares desconocidos es una máxima. *NO ABUSAR DE LOS ADJETIVOS. En este mundo del vino existe la tendencia a sobreadjetivar lo que bebemos. Mucho aroma a bosque después de la lluvia, mucha nota a arándanos y guayabas y limones de Pica y heno y sudor de caballo (sí, sudor de caballo), como si fuera la cosa más natural del mundo encontrar todas esas notas. No lo es. Y no lo es porque la mayor parte del mundo, lo que huele, es olor a vino. Y si ese olor es rico, mejor. No vale la pena alardear con lo que uno percibe, porque lo que importa en el vino no es a qué huele, sino cómo está construido: cómo es su acidez, cómo es su textura, cómo es su cuerpo y cómo todos esos detalles se llevan con la comida.
*CONOCER EL VALOR DE LOS PUNTAJES Y LAS MEDALLAS
Los puntajes, las recomendaciones de especialistas, las medallas adheridas a las botellas, son meras indicaciones o puntos de referencia, nunca leyes que se siguen sin siquiera cuestionarlas. Lo esencial es tener un gusto propio, personal, y eso se consigue a punta de beber muchos vinos distintos y también de contrastar nuestros vinos favoritos con la opinión de gente que sabe más que uno sobre esos vinos que nos gustan. Esa es una buena manera de aprender.
*COMPRENDER LA SUBJETIVIDAD
En esto del vino lo que más importa es el gusto personal, la subjetividad de ese gusto. Los vinos que me gustan a mí es probable que también a ustedes les gusten. Pero también puede que no, que no le encuentren la gracia. Y eso está bien. En esto del vino no hay verdades absolutas, sólo el gusto de cada uno.
*GUARDAR VINOS
Aunque no están los tiempos para tener paciencia -y el vino comprado es, en realidad, un vino abierto en el muy corto plazo-, el placer de guardar botellas y abrirlas a los años de guarda es una de las cosas más alucinantes en el mundo del vino. Y para guardar vinos y apreciar su evolución no se necesita una cava súper climatizada ni tampoco una colección de viejas botellas de Francia como para empezar a hablar de envejecimiento. Apenas se necesita un closet (o un lugar fresco en donde no llegue la luz del sol directa), botellas de vino y paciencia. Partan con cabernet sauvignon entre $5.000 y $10.000. Compren más de una de cada uno y vayan abriendo cada seis meses. Verán cómo cambian.
*CONOCER A LOS CLÁSICOS
Tal como para los amantes de la literatura o del cine, para el buen bebedor de vinos conocer a los clásicos es fundamental. Es por eso que se deben beber los grandes cabernet del alto Maipo o los mejores sauvignon de Casablanca. Y si se puede, claro, ir más lejos a los paradigmas de la enología planetaria como Barolo, Borgoña, Burdeos, Toscana, Rioja, Mosela: vinos que, al menos una vez en la vida, hay que probar.
*RESPETAR LOS VINOS EXTRANJEROS
El buen bebedor sabe que los vinos chilenos no son los mejores del mundo porque, de hecho, no hay “mejores vinos” en el mundo, sino más bien los que a mí más me gustan. Además, ese chauvinismo de inmediato anula una enorme gama cuasi infinita de posibilidades de beber vinos entrañables. Y, por último, el vino chileno no es mejor que el argentino: sólo es distinto. O nuestros vinos no son peores que los franceses: sólo son menos diversos y, quizás, con menos carácter.
*SABER QUE EL VINO ES PARA LA MESA
Uno puede beber vinos por entretención o por aprendizaje o, simplemente, por el placer de beber una copa y nada más, como lo haría con un vaso de whisky después de la comida. Sin embargo, el verdadero lugar del vino no es ni en el desfile de modas ni en el campeonato de golf, sino que más bien en la mesa, con el mismo estatus que tiene el pan y el aceite de oliva, un alimento más que debe apreciarse en combinación con los platos que comemos. Sólo es en ese lugar en donde el vino cobra su real importancia y adquiere su verdadero peso cultural.
*CONOCER EL VALOR DE LOS PUNTAJES Y LAS MEDALLAS
Los puntajes, las recomendaciones de especialistas, las medallas adheridas a las botellas, son meras indicaciones o puntos de referencia, nunca leyes que se siguen sin siquiera cuestionarlas. Lo esencial es tener un gusto propio, personal, y eso se consigue a punta de beber muchos vinos distintos y también de contrastar nuestros vinos favoritos con la opinión de gente que sabe más que uno sobre esos vinos que nos gustan. Esa es una buena manera de aprender.
*COMPRENDER LA SUBJETIVIDAD
En esto del vino lo que más importa es el gusto personal, la subjetividad de ese gusto. Los vinos que me gustan a mí es probable que también a ustedes les gusten. Pero también puede que no, que no le encuentren la gracia. Y eso está bien. En esto del vino no hay verdades absolutas, sólo el gusto de cada uno.
*GUARDAR VINOS
Aunque no están los tiempos para tener paciencia -y el vino comprado es, en realidad, un vino abierto en el muy corto plazo-, el placer de guardar botellas y abrirlas a los años de guarda es una de las cosas más alucinantes en el mundo del vino. Y para guardar vinos y apreciar su evolución no se necesita una cava súper climatizada ni tampoco una colección de viejas botellas de Francia como para empezar a hablar de envejecimiento. Apenas se necesita un closet (o un lugar fresco en donde no llegue la luz del sol directa), botellas de vino y paciencia. Partan con cabernet sauvignon entre $5.000 y $10.000. Compren más de una de cada uno y vayan abriendo cada seis meses. Verán cómo cambian.
*CONOCER A LOS CLÁSICOS
Tal como para los amantes de la literatura o del cine, para el buen bebedor de vinos conocer a los clásicos es fundamental. Es por eso que se deben beber los grandes cabernet del alto Maipo o los mejores sauvignon de Casablanca. Y si se puede, claro, ir más lejos a los paradigmas de la enología planetaria como Barolo, Borgoña, Burdeos, Toscana, Rioja, Mosela: vinos que, al menos una vez en la vida, hay que probar.
*RESPETAR LOS VINOS EXTRANJEROS
El buen bebedor sabe que los vinos chilenos no son los mejores del mundo porque, de hecho, no hay “mejores vinos” en el mundo, sino más bien los que a mí más me gustan. Además, ese chauvinismo de inmediato anula una enorme gama cuasi infinita de posibilidades de beber vinos entrañables. Y, por último, el vino chileno no es mejor que el argentino: sólo es distinto. O nuestros vinos no son peores que los franceses: sólo son menos diversos y, quizás, con menos carácter.
*SABER QUE EL VINO ES PARA LA MESA
Uno puede beber vinos por entretención o por aprendizaje o, simplemente, por el placer de beber una copa y nada más, como lo haría con un vaso de whisky después de la comida. Sin embargo, el verdadero lugar del vino no es ni en el desfile de modas ni en el campeonato de golf, sino que más bien en la mesa, con el mismo estatus que tiene el pan y el aceite de oliva, un alimento más que debe apreciarse en combinación con los platos que comemos. Sólo es en ese lugar en donde el vino cobra su real importancia y adquiere su verdadero peso cultural.
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