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Fuente: Clarín, Ollas y Sartenes
. El primer sacacorchos se registró en Inglaterra en el año 1795. Aunque, por supuesto, otros ya daban vueltas por ahí. Su origen es casi simultáneo a la invención de la botella de vidrio inflado, pero empezó a refinarse con el surgimiento de la botella cilíndrica. ¿Por qué? Porque estas botellas requerían corchos mucho más ajustados para poder almacenar el vino de manera horizontal. Los primeros que se conocieron tenían una simple forma de tornillo de acero, que servía para clavar el corcho y tirar de él. Era una especie de lezna, similar a la que se usaba para limpiar las armas. Con el correr del tiempo, los diseños se renovaron permanentemente, pero siempre se sostuvo la idea de tirabuzón. Salvo una versión de dos láminas metálicas que se introducían entre el corcho y el cuello de la botella (sin perforarlo). Pero tampoco se salvaba del concepto espiral, ya que en este caso era la mano del hombre la que debía realizar ese movimiento circular.
Aún hoy está en el mercado ese viejo modelo que todos tenemos registrado desde la época de los abuelos: grande, con dos alas a los costados, que van subiendo a medida que el tornillo ingresa en el corcho. Cuando las alas se bajan, el corcho sale mecánicamente.
El más sencillo es un cabo de madera que forma una T con el tirabuzón, técnicamente es el mismo sistema que el que traen las famosas Victorinox, que siempre sacan de apuro, aunque requieren mucha fuerza.
Hoy, el más recomendable es el que los sommeliers y camareros llaman de “dos tiempos”. Estos cuentan con una pequeña cuchilla rebatible en el lomo, para cortar la cápsula metálica. Y la palanca tiene dos puntos de apoyo que permiten sacar el corcho de una manera sencilla y sin hacer fuerza. Primero arrastra medio corcho y con el segundo punto se lo retira por completo. A este sacacorchos también se lo llama “profesional”, porque es el que han adoptado los sommeliers y camareros.
Cualquiera de estas opciones también son válidas para extraer los tapones sintéticos.
El corcho natural sigue siendo la materia prima más tradicional para tapar vinos de guarda. Proviene de la corteza del alcornoque, un tipo de roble llamado Quercus Suber, que crece en la cuenca del Mediterráneo. Y se estima que cuanto más largo es el corcho, mejor mantendrá las propiedades del vino.
Por otra parte, existe una tendencia mundial a utilizar tapones sintéticos para los vinos jóvenes, los cuales aún no se han generado la confianza de todos los consumidores, pero cada vez son más los vinos que se tapan de esta manera. Una curiosidad es que suelen ser de colores, como negros o anaranjados. Este tipo de corchos garantiza que el vino no se contamine con la enfermedad llamada “bouchoné”: aroma a corcho.
Otro sistema de cierre que se ha vuelto popular es la tapa a rosca, de enorme aceptación en los mercados, principalmente en los anglosajones, y muy vista estos últimos años en la Argentina.
Por último, los espumantes continúan cerrándose con un corcho dividido en tres partes, en los que cada una cumple un rol, porque además de proteger al vino, debe resistir la presión del gas carbónico. Si los espumantes son de gran guarda, como suelen encontrarse en Champagne, se usa una pinza especial para darle a estos vinos el servicio óptimo.
. El primer sacacorchos se registró en Inglaterra en el año 1795. Aunque, por supuesto, otros ya daban vueltas por ahí. Su origen es casi simultáneo a la invención de la botella de vidrio inflado, pero empezó a refinarse con el surgimiento de la botella cilíndrica. ¿Por qué? Porque estas botellas requerían corchos mucho más ajustados para poder almacenar el vino de manera horizontal. Los primeros que se conocieron tenían una simple forma de tornillo de acero, que servía para clavar el corcho y tirar de él. Era una especie de lezna, similar a la que se usaba para limpiar las armas. Con el correr del tiempo, los diseños se renovaron permanentemente, pero siempre se sostuvo la idea de tirabuzón. Salvo una versión de dos láminas metálicas que se introducían entre el corcho y el cuello de la botella (sin perforarlo). Pero tampoco se salvaba del concepto espiral, ya que en este caso era la mano del hombre la que debía realizar ese movimiento circular.
Aún hoy está en el mercado ese viejo modelo que todos tenemos registrado desde la época de los abuelos: grande, con dos alas a los costados, que van subiendo a medida que el tornillo ingresa en el corcho. Cuando las alas se bajan, el corcho sale mecánicamente.
El más sencillo es un cabo de madera que forma una T con el tirabuzón, técnicamente es el mismo sistema que el que traen las famosas Victorinox, que siempre sacan de apuro, aunque requieren mucha fuerza.
Hoy, el más recomendable es el que los sommeliers y camareros llaman de “dos tiempos”. Estos cuentan con una pequeña cuchilla rebatible en el lomo, para cortar la cápsula metálica. Y la palanca tiene dos puntos de apoyo que permiten sacar el corcho de una manera sencilla y sin hacer fuerza. Primero arrastra medio corcho y con el segundo punto se lo retira por completo. A este sacacorchos también se lo llama “profesional”, porque es el que han adoptado los sommeliers y camareros.
Cualquiera de estas opciones también son válidas para extraer los tapones sintéticos.
El corcho natural sigue siendo la materia prima más tradicional para tapar vinos de guarda. Proviene de la corteza del alcornoque, un tipo de roble llamado Quercus Suber, que crece en la cuenca del Mediterráneo. Y se estima que cuanto más largo es el corcho, mejor mantendrá las propiedades del vino.
Por otra parte, existe una tendencia mundial a utilizar tapones sintéticos para los vinos jóvenes, los cuales aún no se han generado la confianza de todos los consumidores, pero cada vez son más los vinos que se tapan de esta manera. Una curiosidad es que suelen ser de colores, como negros o anaranjados. Este tipo de corchos garantiza que el vino no se contamine con la enfermedad llamada “bouchoné”: aroma a corcho.
Otro sistema de cierre que se ha vuelto popular es la tapa a rosca, de enorme aceptación en los mercados, principalmente en los anglosajones, y muy vista estos últimos años en la Argentina.
Por último, los espumantes continúan cerrándose con un corcho dividido en tres partes, en los que cada una cumple un rol, porque además de proteger al vino, debe resistir la presión del gas carbónico. Si los espumantes son de gran guarda, como suelen encontrarse en Champagne, se usa una pinza especial para darle a estos vinos el servicio óptimo.
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