INTERNACIONAL Científicos chilenos logran producir vinos con bajo alcohol sin sacrificar la calidad

Cuanto hay que conocer

Un wine lover debe saber lo indispensable para llevar un registro bien actualizadito de sus tintos y blancos predilectos
Fuente: La Nación
Llegó el momento, pienso, de dar respuesta atinada a la pregunta ¿qué debo hacer, Brascó, para saber de vinos?
Este interrogante conjetural probabilístico me lo formulan por doquier, desde ancianitas devastadas por la cirujía plástica y masculinos de look hétero, hasta péndex con tufo a vaho de coca drink.

¿En cuál doquier me interceptan? Cinco veces de cada cuatro, en alguna cola de supermercado. Donde, en cuatro veces de cada cinco declaran haber elegido sus botellas al tuntún. La quinta, cediendo a ese impulso coactivo contundente de la fashion que marquetineros expertos califican como una compra virtuosa bien meditada.

Estamos hablando, recordad, del consumo local de bebidas alcohólicas en general. O sea, tanto las logradas por destilación de granos o cereales -cebada, maíz, centeno, etc- o por fermentación de diversas frutas, incluyendo la superadecuada vitis vinífera, trepadora superproductiva, cuyos racimos cuantiosos dan origen a los vinos.

El consumo de los drinkis destilados con alta gradación alcohólica (whisky, gin, ginebra, vodka, etc) produce suaves sensaciones tóxicas que, si controladas, ejercen amables efectos anti-estrés desinhibitorios. Siendo esa básicamente su función social, la del Dry Martini en pareja, susurrando en la barra. O del Pisco Sour, que dos está bien, pero cuatro no alcanzan. Es verdad que el Johnnie Walker Black Label funciona bien acompañando una parrillada de Aberdeen en quincho rural, y que el acquavit convive airoso con la goumandise del gravlax sueco; pero no es tan buena idea servir toda una comida gourmet con vodka. Su arisco alcohol predomina demasiado sobre las delikatessen oceánicas ahumadas.

Para los disfrutes gourmet están los vinos, cuya sutil pluralidad de paladares y aromas, con apenas alcoholes de 13-14 grados, es lógico que provea de múltiples opciones adecuadas para cada plato.

De hecho, con muy pocas opciones que pueden y también suelen tomarse al margen de la buena mesa (champagne, oporto, sauternes, etc) cada vino tinto y cada blanco alcanza su calidad tope inefable cuando asocia sus sabores con los de algún plato.

Es para lograr eso que necesitamos saber-de-vinos. Olvídese de los diálogos pajarones sobre la maloláctica, el pavoneo del tufo bouchonée o los esoterismos de los taninos dulces. Usted concéntrese en probar los vinos que pueda, hágalo a fondo cosa de memorizarlos maso, y ubíquelos de manera global en la gran planilla puntual de los cuáles son cómo. Hágase amigo, anótelos, frecuéntelos. Amplíe cada día ese círculo de amistades. Arme gradual el rompecabezas de sus gustos personales. Sea arbitrario: ahí está el chiste.

¿Qué casilleros debería tener esta planilla? Proyéctelos y cámbielos por sí y ante sí, usted mismo.

Una anécdota. Estoy comiendo solo una noche. Situación melancólica. Hedonística, así mismo, pues lo hago en Oviedo, cuya cocina cada noche se expresa mejor. Para amainar estrés me traen un drink previo, Campari Gancia, con swisssh de gin Beefeaters. Estoy tomándolo aún cuando llega la entrada fría, tiradito de pejerrey. Verifico con agrado que el cocktail dulce acompaña muy bien al plato. Lo anoto en mi casillero de Opciones Light. Son los que te reconcilian con la frivolidad. Antes tenía allí un reconfortante Festivo Malbec de Monteviejo.

Otros casilleros de mi planilla personal son los Asperos Concentrados (más impactantes y pulsudos que condescendientes), los Amables Amistosos, los Voluptuosos Acariciantes (aterciopelados, seductores) y los Fefifos, o sea, ni-fu-ni-faicos, que te dan un poquito de animadversión contra el enólogo. Para vinos blancos: los frescos equilibrados, versus los ácidos europeizantes, los cosecha tardía envueltitos naturales, y los más vale no.


Fuente: Brascó - La Nación 

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