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La industria vinícola está preocupada por los efectos que el cambio climático causa en la uva. Los científicos buscan cómo atemperarlos efectos. La variedad garnacha es la que mejor aguanta el envite
Fuente: El País (España)
Las consecuencias del calentamiento global sobre la industria del vino despiertan cada vez más interés, entre otras cosas porque los productores comienzan a sufrir sus efectos y a verle las orejas al lobo. En el III Congreso Mundial sobre Cambio Climático y Vino que tuvo lugar la semana pasada en Marbella, el Master of Wine Pancho Campo levantó su copa para reivindicar la garnacha, una "uva camaleónica", como variedad clave en la adaptación de las bodegas en países mediterráneos a unas condiciones climáticas más duras. A la misma conclusión habían llegado, unos meses antes, los expertos reunidos en una jornada celebrada en Barbastro (capital de la zona vinícola aragonesa del Somontano) con la misma temática. Allí se lanzaron varias alertas: los caldos serán más alcohólicos (la graduación alcohólica ha aumentado, en algunos casos, de 10-11º a 14-14,5º), con más alto PH y menor acidez natural; algunos tintos perderán su color; otros sus sabores; muchos blancos perderán cualidades típicas de sus variedades; quizás aumente la proporción de tintos frente a los blancos. Y reinó un convencimiento casi unánime: las uvas autóctonas resisten mejor en un nuevo y más extremo escenario.
Variedades tradicionales como la garnacha, la moristel, la parraleta o la alcañón, que desde los ochenta se han visto arrancadas, abandonadas y sustituidas por las chardonnay o las cabernet sauvignon, y que hay que recuperar, según apostó Ernesto franco Aladrén, representante de la Denominación de Origen (D.O.) Cariñena y Jefe de la unidad de Enología del Centro de Transferencia Agroalimentaria del Gobierno de Aragón.
Ignacio Fernández, en ese momento jefe de la Unidad de Economía y Derecho de la Organización Internacional del Vino (OIV), indico que las variedades autóctonas, junto con los cambios de prácticas en el campo, la innovación (para quitarle el alcohol a los vinos mediante la fermentación, por ejemplo), la investigación en nuevos productos, eran las medidas más importantes a la hora de adaptarse. Mientras que, para mitigar los efectos, abogó por una gestión medioambiental, menor consumo de agua y emisiones de CO2, una medición de la huella o de carbono y el mantenimiento de los árboles con los que conviven las viñas, como los carrascos u olivos, para no convertir esas plantaciones en monocultivos.
Fernández habló de floraciones y vendimias cada vez más adelantadas, y de episodios meteorológicos extremos: picos de temperaturas altas y bajas, periodos de sequía más largos rotos por lluvias torrenciales. Se refirió al "estrés por temperatura" de las plantas, así como a la aceleración y desfases en la maduración, una menor productividad, y riesgos de plagas y enfermedades que hasta ahora no se daban. "España será una de las zonas más afectadas por el cambio climático", advirtió después de señalar cómo el aumento de un grado de la temperatura media del planeta desplaza los límites de producción vinícola 100 kilómetros al norte: el hecho de que actualmente haya 1.000 hectáreas de vino en el Reino Unidos habría sido impensable hace 150 años. Mientras que el límite sur se verá condicionado por la disponibilidad de agua.
Un grado más significa tener que subir 150 metros la cota de plantación. Miguel Torres S.A., bodega pionera en responsabilidad medioambiental, ya lo está haciendo; también ha decidido no podar tanto las hojas superiores de los viñedos, de manera que den sombra y protejan el racimo. Varias bodegas y representantes de denominaciones de origen contaron sus trucos para mitigar las consecuencias del cambio climático en esta jornada organizada por la Fundación Ecología y Desarrollo (Ecodes), en el marco del proyecto europeo ENECO, que pretende implicar a las pymes en un desarrollo económico sostenible de su territorio. Todas tenían muy claro que, efectivamente, el cambio climático existe, y que hay que poner medidas. "Si no hacemos nada, llegaremos a la producción no sostenible", concluyó Fernández.
Fuente: El País (España)
Las consecuencias del calentamiento global sobre la industria del vino despiertan cada vez más interés, entre otras cosas porque los productores comienzan a sufrir sus efectos y a verle las orejas al lobo. En el III Congreso Mundial sobre Cambio Climático y Vino que tuvo lugar la semana pasada en Marbella, el Master of Wine Pancho Campo levantó su copa para reivindicar la garnacha, una "uva camaleónica", como variedad clave en la adaptación de las bodegas en países mediterráneos a unas condiciones climáticas más duras. A la misma conclusión habían llegado, unos meses antes, los expertos reunidos en una jornada celebrada en Barbastro (capital de la zona vinícola aragonesa del Somontano) con la misma temática. Allí se lanzaron varias alertas: los caldos serán más alcohólicos (la graduación alcohólica ha aumentado, en algunos casos, de 10-11º a 14-14,5º), con más alto PH y menor acidez natural; algunos tintos perderán su color; otros sus sabores; muchos blancos perderán cualidades típicas de sus variedades; quizás aumente la proporción de tintos frente a los blancos. Y reinó un convencimiento casi unánime: las uvas autóctonas resisten mejor en un nuevo y más extremo escenario.
Variedades tradicionales como la garnacha, la moristel, la parraleta o la alcañón, que desde los ochenta se han visto arrancadas, abandonadas y sustituidas por las chardonnay o las cabernet sauvignon, y que hay que recuperar, según apostó Ernesto franco Aladrén, representante de la Denominación de Origen (D.O.) Cariñena y Jefe de la unidad de Enología del Centro de Transferencia Agroalimentaria del Gobierno de Aragón.
Ignacio Fernández, en ese momento jefe de la Unidad de Economía y Derecho de la Organización Internacional del Vino (OIV), indico que las variedades autóctonas, junto con los cambios de prácticas en el campo, la innovación (para quitarle el alcohol a los vinos mediante la fermentación, por ejemplo), la investigación en nuevos productos, eran las medidas más importantes a la hora de adaptarse. Mientras que, para mitigar los efectos, abogó por una gestión medioambiental, menor consumo de agua y emisiones de CO2, una medición de la huella o de carbono y el mantenimiento de los árboles con los que conviven las viñas, como los carrascos u olivos, para no convertir esas plantaciones en monocultivos.
Fernández habló de floraciones y vendimias cada vez más adelantadas, y de episodios meteorológicos extremos: picos de temperaturas altas y bajas, periodos de sequía más largos rotos por lluvias torrenciales. Se refirió al "estrés por temperatura" de las plantas, así como a la aceleración y desfases en la maduración, una menor productividad, y riesgos de plagas y enfermedades que hasta ahora no se daban. "España será una de las zonas más afectadas por el cambio climático", advirtió después de señalar cómo el aumento de un grado de la temperatura media del planeta desplaza los límites de producción vinícola 100 kilómetros al norte: el hecho de que actualmente haya 1.000 hectáreas de vino en el Reino Unidos habría sido impensable hace 150 años. Mientras que el límite sur se verá condicionado por la disponibilidad de agua.
Un grado más significa tener que subir 150 metros la cota de plantación. Miguel Torres S.A., bodega pionera en responsabilidad medioambiental, ya lo está haciendo; también ha decidido no podar tanto las hojas superiores de los viñedos, de manera que den sombra y protejan el racimo. Varias bodegas y representantes de denominaciones de origen contaron sus trucos para mitigar las consecuencias del cambio climático en esta jornada organizada por la Fundación Ecología y Desarrollo (Ecodes), en el marco del proyecto europeo ENECO, que pretende implicar a las pymes en un desarrollo económico sostenible de su territorio. Todas tenían muy claro que, efectivamente, el cambio climático existe, y que hay que poner medidas. "Si no hacemos nada, llegaremos a la producción no sostenible", concluyó Fernández.
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