BUENOS MOZOS? por Mario Sena

Antiguamente el camarero mayor era el jefe de la cámara del rey y la camarera del mismo cargo era la que servía a la reina. La idea era hacerlos sentir lo que eran.



En nuestro caso, lo que más anhelamos cuando vamos a un restaurante es que nos ofrezcan nuestro manjar favorito y que nos hagan sentir como unos reyes.
Quizás lo que probamos fue maravilloso y nuestras papilas gustativas tuvieron un intenso romance con lo que degustamos, pero tuvimos la incomodidad de querer llamar la atención del mozo sin ganas, en varias oportunidades, debido a nuestras necesidades.
En Otras, la comida no fue lo mejor, pero alguien nos conquistó y generosamente cedimos otra chance para que la próxima oportunidad sea gloriosa.

Posteriormente no fue lo que pasó, pero devolvimos esa gentileza a nuestra manera.

 Y la peor opción es la del desastre que nos azotó, en el momento de fallar el lugar y le tenemos la misma bronca al dueño y al camarero que a la peor tía conventillera de nuestra familia.  Ir a comer bien y salir conforme con la atención del establecimiento no suele ser habitual en nuestro país.El interrogante que surge en general cuando nos desilusionamos en algún restaurante es cuanto le dejamos de propina al mozo y porqué le tenemos que dejar propina si fuimos infelices. Y si no todo termina tan rápido, ya que compartir una botella de vino en una cena o un almuerzo nos invita a filosofar. Quizás la persona que nos atiende no le gusta lo que esta haciendo y exponen su disconformismo de esa manera.


¿Pero qué culpa tenemos nosotros?

Para irse disgustado sin dejar un centavo nos tiene que haber hecho el mesero algo muy descortés, ya que uno generalmente va a comer con la mejor onda.  Sabiendo que los buenos meseros ganan mucho más dinero en propina que en sus honorarios, tal vez por eso uno se retira desganado y frustrado tras otro desencuentro. Por ejemplo en diferentes lugares del mundo es obligación dejar el 10% de lo que se consume. 
En Argentina uno paga lo que come, en algunos lugares, se cobra el servicio de mesa y si es mal atendido surge la obligación de dejar el 10%, por lo menos para los que tenemos una mínima cultura gastronómica.

Algunos dirán: “Si sentís culpa es problema tuyo…” es verdad, también es cierto que la culpa es un invento muy poco generoso como dice una canción. 
“¿Que significa carne cubierta de astillas de pan y papas mareadas en nubes patinosas parisinas?”: suele ser nuestr apregunta ante un plato, supuestamente desconocido.
Y la respuesta, tras un rato considerable, es milanesas con puré de papas pero con una manteca francesa.

Es decir, el camarero no es el culpable sino el dueño del lugar que no sabe elegir ni incentivar a su personal y así logar el mal clima que trato de describir 48 renglones atrás.
Los que manejan lo espacios gastronómicos no entienden que la forma de atender al cliente es su fiel representación.

El dueño debe saber que la conexión con su elenco es clave, que si el no supervisa o el cliente no alza su voz, jamás va a saber de la calidad de este capítulo trascendental en el mundo de la gastronomía: La atención.

¿Las condiciones para trabajar no son buenas?, ¿Los camareros no son bien pagos?, ¿No están lo suficientemente incentivados? Nos preguntamos mientras nos despedimos del último trago de nuestra copa de vino antes de dejar la “dolorosa”.
Claro que no todo es pesimismo y que también existen lugares en los que nos sentimos como en nuestra casa y donde el respeto, la educación y el profesionalismo es moneda corriente. Y son en esos lugares donde nos convertimos rápidamente en habitués.

En conclusión, el servicio cambia la experiencia del restaurante.


Buenos camareros es lo que escasea.

No quiero uno que aparente ser estrella de rock con aires de grandeza ni tampoco un señor malhumorado como el sketch “Pizzería los hijos de puta” del gran Capusotto.


Solo quiero que los dueños de los restaurantes sepan elegir e incentivar a su personal de la forma que quieran y puedan, para que ir a comer sea un verdadero placer para todos.

Mariano Sena

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