Llegada del aceite de oliva a la Argentina



La historia del aceite de oliva en nuestro país tiene un capítulo místico, lleno de leyendas e historias fascinantes. A fines del siglo XVII, el virrey del Perú Pedro Fernández de Castro, ordenó la tala de todos los olivos de su territorio como consecuencia de una orden real. Esta apuntaba a racionalizar y reordenar las distintas producciones agrícolas para mantener los precios y evitar una inflación en el virreinato.

Los hombres del virrey comenzaron con la tala de todos los olivos de la región, pero en Villa de Aimogasta, actual territorio de la Rioja, ocurrió algo inesperado. Una anciana utilizó su manto para cubrir una pequeña planta de olivo. Hasta el día de hoy se desconocen las razones de este acontecimiento, pero gracias a esa planta se obtuvieron los esquejes necesarios para repoblar la zona y gracias a esto se originó una nueva variedad que recibió el nombre de Arauco, que proviene de su lugar de origen.
Esta leyenda puede ser cierta o no, lo concreto es que la actividad olivarera comenzó en el año 1562 cuando Don Francisco de Aguirre plantó, en territorio Argentino, esquejos traídos del Perú.


Desde estos tiempos, la producción olivícola atravesó por distintos períodos a lo largo de la historia.
A fines del siglo XIX comienzan a surgir los primeros indicios de la participación de nuestro país en el mercado olivícola. Esto sucede cuando se producen las grandes migraciones desde Europa como consecuencia del despoblamiento de los campos y el principio de la era industrial.
Con una demanda en aumento y una producción nacional casi inexistente, el comercio se volvió dependiente de aceite de oliva, importado principalmente desde España e Italia. Esta tendencia se mantuvo hasta que, a principios del siglo XX, los conflictos políticos en la península Ibérica dificultaron el comercio y el abastecimiento de aceite en nuestro país.
Frente a esta problemática el gobierno promulga una serie de leyes que apuntaban a impulsar el cultivo del olivo. La ley Nº 11.643 del año 1932, y la número 12.916 de 1946, ayudaron a impulsar este propósito.
En 1954, durante la Conferencia Nacional de Olivicultura, se estableció el eslogan “Haga Patria, plante un olivo”. La fuerte propaganda realizada desde los sectores gubernamentales y privados llevó a que se desarrollaran nuevas zonas de cultivo. Esto generó una gran expansión de las plantaciones de olivos, centradas en terrenos hasta entonces poco productivos, llegando en 1965 a contar con cinco millones de olivos y cerca de cincuenta mil hectáreas dedicadas a este cultivo.
En la década del 70 primaba una política de gobierno que favorecía el desarrollo del aceite de semilla; esto genero una importante campaña publicitaria en contra del aceite de oliva, considerándolo dañino para la salud por su alto contenido de colesterol. De esta manera se inducía a la población a consumir aceite de maíz, que además de ser ‘más sano’ era también “milagrosamente” más barato. Con esta nueva realidad, el sector argentino ingresó en un periodo de crisis que duró más de dos décadas.

A principios de los años noventa la actividad volvió a cambiar y el olivo pasó a ser nuevamente una actividad rentable. El aumento de los precios internacionales del aceite de oliva, la reducción sostenida de la producción en la cuenca del mediterráneo, el compromiso de reducir los subsidios en la UE y la sanción de la ley de diferimientos impositivos, dieron lugar al crecimiento de la industria olivícola en nuestro país.
En la década del 90 Argentina contaba con 29.500 hectáreas plantadas, distribuidas principalmente en Mendoza, San Juan y Córdoba. Hoy, gracias al crecimiento y participación de distintas empresas de nuestro país, se han alcanzado las 130.000 hectáreas plantadas de oliva.

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